
Además de un perfecto guión (un agricultor con escasos medios se casa con una desconocida joven que trabaja como esclava para una rica familia, y van llegando los hijos, las cosechas abundantes, las nuevas tierras que labrar, pero también las tormentas, la hambruna, la emigración, la Revolución, el pillaje, los malos momentos que un golpe de suerte pueden hacer desaparecer de pronto, aunque con la nueva estabilidad económica afloren la lujuria, la perversión, los años no perdonen y llegue la muerte, que siempre lo hace demasiado pronto y con el brillo traidor de las perlas), The god earth es una serie de aciertos que se suceden para alegría del espectador. Aciertos que van desde la elección de los actores que interpretarían al simplón Wang-Lung y la abnegada O-Lan, Paul Muni y Luise Rainer, que pese a lo mucho que se ha hablado del racismo de Hollywood al no contratar a verdaderos asiáticos para ello, nombres de contrastada reputación como Anna May Wong, del maquillaje a que hubieron de someterse, del rodaje en inglés, anotaciones todas que hizo la autora del libro a la Metro-Goldwyn-Mayer y no fueron tenidas en cuenta, son trabajos que sin palabras se entenderían perfectamente, huellas firmes del silente en la eclosión del sonoro, desde esos dos solventes nombres escogidos, a los primeros planos de humanos y animales, a la turbamulta del saqueo del palacio, filmados por Karl Freund, momentos propios del gran Eisenstein, sin olvidar las muestras de la indefensión del hombre ante la naturaleza, las grandes catástrofes: si la lluvia en mitad de la siega es impresionante, la plaga de langostas -y aquí el azar quiso que, mientras el equipo técnico no encontraba como hacer el pasaje creíble y daba muestras de cansancio, tal voracidad se manifestase en la polvorienta Utah, adonde se desplazó sin dilación el equipo- se convierte en una maldición bíblica de filmación impensable en los días del 3D: todo sería trampa digital.
Es The good earth una epopeya, un clásico que encierra en sus entrañas los nombres de dos mujeres muy especiales. El primero, el de Pearl S. Bullock, que alcanzaría el Nobel de Literatura en 1938 gracias a historias tan eternas como la filmada por Franklin, con quien el sufridor de la Gran Depresión, el norteamericano medio a quien iba principalmente dirigida, se identificaba nada más descubrir escenas como la del tren parando en mitad del valle para recoger a los peregrinos. El segundo, Luise Rainer, el motor de la historia, la sal de la tierra, que conseguiría con O-Lan su segundo Oscar (el anterior fue por The great Ziegfeld (El gran Ziegfeld, 1937), de Robert Z. Leonard), a la edad de 28 años -quién lo diría viendo su cuerpo encorvado y silencioso-, hecho no igualado en la historia del cine, reconocimientos que, según sus propias palabras, fueron su maldición: “Una vez ganado el Oscar se piensan que puedes hacerlo todo”, desencanto que la llevó a abandonar los platós. Cuando volvió, ya era tarde, como escribió Truman Capote en Desayuno en Tiffany's: “En un mundo como aquél, cuando alguien abandona ya no puede dar un paso atrás y regresar. Pregúnteselo, si no, a Luise Rainer. Y la Rainer era una estrella”. De las más brillantes. Basta con echar un vistazo a su conmovedora O-Lan.
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En el libro 1001 películas que hay que ver antes de morir (Editorial Grijalbo) no se detallan títulos de S. Franklin.