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+ DE 1001 FILMS: 1083 - Lost horizon

Publicado el 16 enero 2011 por Alfonso

+ DE 1001 FILMS: 1083 - Lost horizonShangri-La: recóndito valle de paz entre las montañas Kūnlún soñado por el novelista inglés James Hilton en su novela Horizontes perdidos, 1933. Remanso de tranquilidad y vida placentera, armonioso estado gobernado desde una lamasería, a mitad de camino entre las fuentes de la eterna juventud y la infinita sabiduría, utopía de la eternidad, cuya sola mención evoca un mundo más justo, y que se ha cincelado en la memoria gracias al texto original y, sobre todo, al majestuoso film que dirigió el siciliano Francesco Rosario Capra: Lost horizon (Horizontes perdidos, 1937).
Con un desembolso final de 3 millones de dólares, el doble del presupuesto, y dos años de producción, Capra gastó metros y metros de celuloide para describir el paraíso terrenal. Variando ligeramente la trama, con la ayuda del propio escritor de la historia, siendo el más importante de los añadidos el del personaje femenino Sondra (Jane Wyatt), en buena parte detonante del final, Lost horizon cuenta la historia de un grupo de supervivientes de una catástrofe aérea en una remota cordillera nevada: son el diplomático Robert Conway (Ronald Colman), que se haya en Baskul tratando de evacuar a sus compatriotas de las revueltas contra el Imperio Británico; su hermano, y colaborador, George (John Howard); el huidizo Barnard (Thomas Mitchell); el paleontólogo Lovett (Edward Everett Horton) y una mujer de presente cuestionable, Gloria (Isabel Jeweell). Guiados a través de estrechos desfiladeros y escarpadas sendas por un grupo de oportunos rescatadores, comandados por el extraño Chang (H. B. Warner), llegarán a Shangri-La, valle de vientos apacibles, mansas aguas y rico en oro, de arquitectura deslumbrante y fastuosa, comunidad de valores y vida sencilla y sana, donde los días pasan despacio, y a la que pronto se acostumbrarán, luciendo ropas de corte oriental, gozando de la naturaleza y la artesanía, dedicándose a sus entregados e ingenuos habitantes. George, que conserva su ropas y hábitos occidentales, se cansa de tanta inactividad, tanta bonhomía y moderación, y decide regresar al mundo conocido, lo que lleva al resto a replantearse su existencia: ¿para qué regresar a la ciudad y sus prisas, a las guerras y al hambre, a la vejez achacosa y los conocimientos tecnológicos, cuando el sueño fraternal de un sacerdote belga, el anciano padre Perraut (Sam Jaffe), cristiano cercano al hinduismo y al budismo, es lo más parecido al paraíso en la tierra? Y si vuelves a la ceguera exterior, ¿no soñarás con regresar un día al amor, a Shangri-La?
Montada en un principio con una duración de 6 horas, ante la nula respuesta del público asistente al preestreno de una versión reducida a 3 horas y media, se volvió a cortar hasta las 2 horas y cuarto que, tras la restauración de Sony y la UCLA, supervisada por Robert Gittf y terminada en 1998, ha llegado a nuestros días. Qué nula perspicacia la de los jefes de la Columbia, la de los primeros espectadores: vista hoy, y a pesar de los siete minutos que se han perdido (como se conservaba la pista sonora,
con el fin de llenar los vacíos, se han añadido los diálogos de las correspondientes secuencias a acertadísimos montajes fotográficos de los actores y el rodaje; Shangri-La es también eso: la futilidad, lo efímero, lo inaprensible), Lost horizon es una de las cumbres del cine de aventuras, del romanticismo, una gran historia que lamentamos no poder contemplar tal y como lo hizo su director, por mucho que su montaje definitivo fuese premiado en la gala de los Oscar del año correspondiente. Frank Capra hace nieve de los copos de maíz, aprovecha desechos de documentales alemanes sobre el alpinismo y se rodea de los mejores, como el director artístico Stephen Goosson o el compositor Dimitri Tiomkin, para hablarnos de la rapiña del capitalismo, el problema que preocupaba en esos días al hombre común, de la posibilidad de vivir en paz, con la sombra amenazante de un mañana atroz proyectándose dobre el mundo. Y lo hace con un silencio rodeado de lujos, en un reino que, para perpetuarse, parte de un hecho reprobable: el rapto del elegido, episodio que demuestra la ceguera de Dios, la corrupción del bien, que deja entrever la imposibilidad del descanso humano, lo que nos lleva a recordar la fatalidad que perseguía a la doncella de la corona de flores y al pescador de ostras de la despedida de Murnau: Tabu. A story of the South Seas (Tabú, 1931).
Idealización, fascinación, superproducción, Lost horizon es un título imprescindible a la hora de entender cómo el cine se hizo acción y cómo Hollywood conquistó al mundo, cómo las fantasías, si pasan por la pantalla, se hacen realidad. Si Shangri-La hoy es la evocación de un mundo mejor se lo debemos, quizá más que al propio Hilton, que fue quien la descubrió en el papel de su escritorio, a Capra, que nos legó un nombre inmortal, místico y mítico, en el que creer si queremos, un edén a la vuelta de la esquina, un paraíso que pronto estaría en otro lugar, por un instante en el imposible Altair IV de Forbidden planet (Planeta prohibido, 1956), de Wilcox, título con el que guarda más de un punto en común, como el deslumbramiento del viajero ante la adaptación humana.
Sí, hay momentos en la vida de todo hombre en los que se vislumbra la eternidad. Ante el cine de Capra, por ejemplo.
+ DE 1001 FILMS: 1083 - Lost horizonLost horizon (Horizontes perdidos, 1937)
En el libro 1001 películas que hay que ver antes de morir (Editorial Grijalbo) se detallan 5 títu1os de F. Capra: The bitter tea of General Yen (La amargura del general Yen, 1933); It happened one night (Sucedió una noche, 1934); Mr. Deeds goes to town (El secreto de vivir, 1936); Mr. Smith goes to Washington (Caballero sin espada, 1939) e It's a wonderful life (Qué bello es vivir, 1946).

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