Revista Cine
La explicación academicista dice que La coquille et le clergyman (1928) es el arrebato lujurioso que despierta en un reverendo la esposa de un general, pero tratándose de un trabajo con la firma de la vanguardista Germaine Dulac, que tomó por base un guión del poeta Antonin Artaud, la obsesión se convierte en el primer film surrealista de la historia y el resultado no es fácil de explicar. Brillante sí, de un fulgor que ciega, pero imposible de plasmar con palabras. Cómo hacerlo si se presta a mil interpretaciones, si da lo mismo que la pretensión haya nacido en un confesonario o sea una alucinación, si es la historia de un impulso, un desdoblamiento o una suplantación.
Hermana de leche de la daliniana Un chien andalou (Un perro andaluz, 1929), de Buñuel, la lucha interior filmada por Germaine Dulac aún la gana en delirio. Desde el comienzo en el laboratorio de los sueños (en un sótano, un hombre sentado, al que vemos de espaldas, vierte parte del líquido negro de una concha gigantesca en unas matraces que arroja al suelo y de cuyos añicos surge un vapor que, cuando se disipa, nos muestra a un militar de charreteras y pecho condecorado atravesando una colosal puerta a paso lento) hasta el final (los ojos de la mujer deseada pestañean dentro de la esfera de cristal que encierra su cabeza), todo es suposición. Como en los sueños, los personajes son fantasmas que corren sin atrapar nunca al perseguido, y todo ser conocido es prisionero de esa delicada jaula llamada memoria ajena; como en la vida, lujuria y muerte son ramas de un mismo tronco.
De una riqueza psicológica infinita (cabezas que se parten en dos; limpiadoras de uniforme entregadas a sus tareas; senos cubiertos con valvas; sobreimpresiones de aguas tranquilas y piedras de peligrosas aristas que giran entre las manos del párroco-químico; hombres que se elevan como globos de helio; sotanas de faldones que crecen y crecen), La coquille et le clergyman es una mirada sin barreras al almacén de las ansiedades, ese reino cubierto por la pátina de la incertidumbre de la existencia humana, un delirio de abstinencias y lenguas incitadoras, perturbaciones y neurosis, de carnes y debilidades, que la perseverante y rebelde Dulac, a quien no le importaban nada más que las imágenes, para lo que las despojaba de cualquier nota o partitura adicional -saber que sus primeras pasiones fueron la música y la fotografía estática, no en movimiento, dice mucho de su claridad de ideas cuando se posicionó al lado de los cineastas-, rodó con Alex Allin, Lucien Bataille y Genica Athanasiou entre decorados expresionistas y paisajes bucólicos, en los que sobrevolaban los interrogantes del espectador: ¿es el militar otro confesor?; ¿es el arranque una acción provocada o espontánea?; ¿se pueden inducir, sin percatarnos, los pensamientos en nosotros mismos?
La coquille et le clergyman es superrealismo cinematográfico; un discurso vanguardista de imágenes que desarrollan una serie de estados mentales que nos muestran las impresiones interiores, resultado que hizo que el movimiento al que pertenecía su directora fuese conocido como impresionismo francés; un audaz retrato de las distorsiones del raciocinio... Y no hace falta añadir mucho más: lo mejor es dejarse guiar por ese tobogán de intensidades y pureza absoluta, de absurdo para algunos, como el mismo Antonin Artaud, que en su estreno, no viendo reconocida su paternidad, renegaría de la media hora de proyección, alegando la feminización del relato (!) y que no respondía a su interés por ir más allá del clasicismo (!!), enfado en el que algo tendría que ver que no fuese elegido como actor principal de la cinta, pero que no le impidió, años después, calificarla como muy superior a la suma de las controvertidas La sang d'un pòete ( La sangre de un poeta, 1930), de Jean Cocteau y L'âge d'or (La edad de oro, 1930), de ese Luis Buñuel que tanto les debía. Sólo advertir que si ha llegado al siglo XXi conservando toda su capacidad de asombrarnos, de confundirnos, quiere decir que Germaine Dulac lo consiguió: La coquille et le clergyman demostraba que otro cine era posible; que los sueños podían cobrar vida, con toda su carga indescifrable.
La coquille et le clergyman (1928)
En el libro 1001 películas que hay que ver antes de morir (Editorial Grijalbo) se detalla 1 título de G. Dulac: La souriante madame Beudet (1923)*.
* En el libro aparece datada en 1922.