Revista Cine
Hay películas que pasan a la historia por prender una nueva estrella en el firmamento del cine. Muchas de ellas son recordadas por poco más que eso, pero algunas, unas pocas, son además capaces de asombrarnos por su discurso narrativo, el atrevimiento y la originalidad de la historia, la capacidad de fascinación. En este segundo grupo se puede enmarcar Plein soleil (A pleno sol, 1960), que encumbró al hermoso Alain Delon como guapo oficial del cine europeo durante años al poner rostro a un inolvidable personaje: Tom Ripley, que sumado al otro acierto del casting, pues su fulgor vino acompañado por el debut resplandeciente en la pantalla de una mujer que se convertiría en todo un icono del pop francés: Marie Laforêt, son dos razones que sumar al buen hacer del director: René Clément.
La filmación de la primera de las andanzas que escribiera Patricia Highsmith del calculador Tom Ripley -en el momento de su estreno no había aparecido más que en el primer volumen de la fantástica pentalogía que con los años nos legaría-, sigue siendo considerada la mejor de las adaptaciones cinematográficas sobre el personaje. Y eso que cuenta con grandes obstáculos para ello, como el talento interpretativo de Matt Damon, John Malkovich, Robert Walker o el Dennis Hopper de esa obra de culto que es Der amerikanische Freund (El amigo americano, 1977), de Win Wenders. Y si bien es cierto que, pese a que la madre del amado monstruo siempre dijo preferir la obra dirigida por René Clément a Alfred Hitchcock's Strangers on a train (Extraños en un tren, 1951), la adaptación de la obra homónima que le proporcionó el dinero suficiente como para encarar el futuro con la literatura como vía de escape, no obstante a pesar de los halagos, no tuvo reparos en señalar que el malogrado Robert Walker, el manipulador Bruno en la cinta de Hitchcock, hubiese encarnado al Ripley perfecto.
Yendo al argumento, en Plein soleil, Tom Ripley (Alain Delon) es el encargado de hacer regresar a San Francisco a Philippe Greenleaf (Maurice Ronet), un joven rico que se divierte por Europa en compañía de Marge (inolvidable Marie Laforêt). Engañado por Philippe, que le hace creer que va a dejar su vida de playboy y emprender vuelo a casa, y que en un juego perverso le abandona a su suerte en un bote en alta mar, y con el propósito de lograr mucho más que los 5000 $ de recompensa que le ofrece el padre del díscolo muchacho por cumplir su misión, Ripley pondrá en marcha un astuto y ambicioso plan: suplantar la identidad de Greenleaf. Y si después las cosas no van como se han previsto, será cuestión de improvisar, de adaptarse, de moldear las situaciones, hasta llegar a enamorar, si fuese necesario, a Marge. Es por tanto Plein soleil, un triángulo amoroso, escaleno, de lados amorales y ángulos confusos.
Desde la primera línea, Ripley se nos muestra como un insolente, impenetrable, frío y calculador chico pobre, con la frescura de Delon, y sobre todo con su mirada azul mar, como coartada: es imposible saber si la llamada al hijo pródigo es real o inventada, si compartió su infancia con Philippe o no, si su amor es real o fruto de los acontecimientos y la vanidad, si todo es premeditación o casualidad. Y a ello colabora tanto el tratamiento psicológico del personaje, que viene heredado de las sobresaliente caligrafía de la novela negra de base -el apetito voraz que siente el protagonista después de dar rienda a su instintos asesinos- y la banda sonora creada por el gran Nino Rota para la ocasión, como la ligereza que imprime René Clément a las acciones de exterior -trata al actor principal como un personaje anónimo entre la muchedumbre, un turista que se pasea tranquilo entre los puestos de un mercadillo o que recibe de un guardia de tráfico la invitación a que retire el automóvil de la zona donde está mal estacionado, algo impensable después del estreno del film, dada la notoriedad que logró-, que complementada con la prolijidad del detalle -el pasaje bressoniano de la falsificación del pasaporte-, y la resolución magistral de las acciones de suspense, crea una inestabilidad emocional y visual que nos turba y agobia.
Ser rico y pasear en barco por el mar Mediterráneo durante el desidioso verano de 1960 está visto que era tan apetecible como peligroso: no hay que olvidar, por si la advertencia de Clément parecía insuficiente, que Antonioni con L'avventura (La aventura, 1960) venía a decir lo mismo: las pulsiones, los celos, la homosexualidad no asumida y sus consecuencias, imprevisibles pero que no nos impiden seguir disfrutando de la vida fácil, y el agua salada son una combinación letal, por mucho que en pantalla luzcan espléndidas.
(Para los amantes de las vidas privadas de los actores: en aquel tiempo, Delon mantenía una relación sentimental con una muy conocida actriz vienesa con la que había coincidido poco antes en el rodaje de Christine (1958), de Gaspard-Huit. No cuesta mucho encontrarla paseando por una concurrida terraza romana de Plein soleil, ni hace falta añadir que para siempre el cine la recordará como la emperatriz Sissi.)
Plein soleil (A pleno sol, 1960)
En el libro 1001 películas que hay que ver antes de morir (Editorial Grijalbo) se detalla 1 título de R. Clément: Jeux interdits (Juegos prohibídos, 1952).