Revista Cine
Desde que un pequeño grupo de colonizadores ingleses se asentaran a cultivar tabaco a orillas del río James, Norteamérica se mostró al mundo como la Tierra Prometida, y cualquiera podía comprar un billete de barco rumbo a la segunda oportunidad. El cine no fue ajeno a ese sueño y un emigrante como Chaplin fue de los primeros en mostrarlo, convenientemente edulcorado, como es lógico: The immigrant (Charlot emigrante, 1917). Apenas tres años después, Mitchell Leisen, natural de Michigan, con pasaporte de los USA por tanto, se movía por Hollywood entre decorados y vestuarios y aprendía el oficio de dirigir al lado del gran Cecil B. DeMille. Una vez que aprendió que la cámara no debía moverse arbitrariamente, que la audiencia no debía perder la concentración, el hilo de la historia, se sentó en la silla de tijera y entregó una producción extensa, con títulos que no por hoy olvidados son menores, como es el caso de Hold back the dawn (Si no amaneciera, 1941).
Hold back te dawn es un largo flashback en el que asistimos al relato del guión que le intenta vender el mujeriego George Iscovescu (Charles Boyer), de origen rumano y perseguido por la policía de California, a un viejo conocido, el director de cine Mr. Saxon (el propio Leisen). En él nos enteramos que Iscovescu, queriendo huir de un oscuro incidente, fue a parar a una bulliciosa ciudad de la frontera mexicana con la intención de entrar a los USA, pero que descubrió que la burocracia y el tiempo parecían haberse detenido allí, que los meses en el hotel Esperanza, donde aguardaba su oportunidad, eran una condena, y que la forma más rápida y sencilla de traspasar la aduana era casándose con una norteamericana, tal y como le contó Anita Dixon (Paulette Goddard), la vividora con la que compartió emociones y peligros en el pasado y la casualidad hizo reaparecer en una taberna local. Galán sobrado de palabras poéticas y agradables, Iscovescu encontró en la profesora Emmy Brown (Olivia de Havilland), a la incauta perfecta, a la mujer deseosa de enamorarse y entregarse. Una vez avistada la presa, y cumplido el objetivo, el matrimonio, todo era cuestión de tiempo. Pero como suele ocurrir siempre que hay dos mujeres y un hombre, las cosas no resultaron como él habría deseado. Y es que cuando se asoma Cupido, tensa su arco y lanza una flecha, hace diana hasta en el pecho más acorazado.
Con un ritmo ágil pero no alocado, Leisen pone a tres de los nombres más grandes de la escena de su tiempo en movimiento -aquí hay que recordar a los secundarios y las tramas de las vidas que se cruzan en el hotel, con especial hincapié en Walter Abel, que encarna a Hammock, el inspector encargado del puesto fronterizo que da la sensación de encontrarse muy cómodo en su posición de protector e invitado por sorpresa- y crea una comedia romántica -el viaje de novios por México-, una pizca agria -la terrible confesión de Anita a la cándida Emmy- y justamente descarada -el desprecio de Iscovescu a la primera víctima propicia; la noche de bodas, en off y con novia inadecuada-. Y si el plantel está fantástico, en especial Olivia de Havilland cuando se ajusta las lentes y decide que, a pesar del engaño, la educaron en la generosidad y a dejar siempre propina, no lo es menos que en buena parte se debe a la perfección del guión. Y es que junto a la firma de la autora de la historia, Ketti Frings, quien con el tiempo se convertiría en una dramaturga premiada con el Pulitzer, estaba el buen hacer de Charles Brackett y, sobretodo, de un tal Billy Wilder, lo que explica la brillantez de los diálogos, como el precede al momento en que la mujer arrebolada mira la mano equivocada en busca del anillo de prometida o el que retarda un beso por culpa de tres aceitunas, el fruto de un futuro al que se dedicarán con pasión los esposos.
Aunque con los años la realidad se impondría a la comedia, hasta llegar a las frustraciones provocadas por las ratas de El Norte (1983), de Gregory Nava, la crema facial de Green card (Matrimonio de conveniencia, 1990), de Peter Weir, o la ingesta de cápsulas de droga en Maria full of grace (María llena eres de gracia, 2004), de Joshua Marston, Mitchell Leisen dibujó una sonrisa en el público de Hold back the dawn, una de esas 700 películas que financió la Paramount entre 1929 y 1949 y que conviene no olvidar, tratando un tema tan espinoso como era la inmigración. Una realidad que con el tiempo fue degenerando hasta alcanzar las actuales cotas de ingobernabilidad de Tijuana o Ciudad Juárez, plazas donde convergen la justificación y la locura por alcanzar una nacionalidad que abre todas las puertas.
Hold back the dawn (Si no amaneciera, 1941)
En el libro 1001 películas que hay que ver antes de morir (Editorial Grijalbo) no se detallan títulos de M. Leisen.