Revista Libros
Asistente de Mikio Naruse y máximo responsable de los estudios Tōhō durante la WWII, para con posterioridad revelarse en un director independiente y afiliado, en secreto, al Partido Comunista Japonés, Satsuo Yamamoto, alcanzó la cima de su producción cinematográfica con Kizudarake no sanga (1964), adaptación de una novela de Ishikawa cuyo titulo traducido literalmente vendría a ser "Montañas y ríos llenas de arañazos", mucho más poético y profético que The tycoon (El magnate) con la que lo bautizó la industria estadounidense.
Crítico con la sociedad capitalista, Yamamoto traza en Kizudarake no sanga el impactante retrato de Kappei Arima (Sô Yamamura), un promotor inmobiliario que se acerca a la recta final de su vida, pero que todavía disfruta de unos años llenos de amantes e hijos bastardos, una familia que no hace preguntas y una riqueza que corrompe todo lo que le rodea y le permite hacer de la lujuria un entretenimiento. Embaucador, ambicioso, excesivo, implacable, fotografiado en asco y negro, el potentado sin escrúpulos es además de un hipócrita abanderado de la cooperación social y el progreso, de un temido y respetado creador de barrios dormitorios a las afueras de Tōkyō-to comunicados por un ferrocarril que les llevará de casa al trabajo y de este al redil, un padre injusto, pariente lejano del Adam Trask de John Steinbeck. Y ese vomitivo personaje es el que arrastra al fango a la joven secretaria Mitsuko (Ayako Wakao), con el consentimiento de su pareja, un desocupado vago aspirante a pintor, una mujer que descubrirá un mundo inimaginable, de vestidos modernos y campos de golf, que se mostrará caprichosa y, algo vengativa, jugará con fuego. Durante la proyección solamente en un par de ocasiones veremos a Arima sincero y cariñoso: cuando coincida en el plano con su anciana madre, pinceladas que acentúan aún más la deshumanización del rico, al estilo de lo que sucede en Margin call (2011), sonado debut de J.C. Chandor, con el tiburón financiero interpretado por Kevin Spacey cuando acaricia a su moribundo labrador. (En Kizudarake no sanga el acaudalado señor no se permite el detalle de tener un perro como amigo, tampoco le hace falta: todos le sirven fielmente.)
Melodrama inolvidable, magníficamente interpretado (el espectador puede llegar a sentir desprecio y náuseas cada vez que el animal fecundador aparece en su despacho; ganas de zarandear a las mantenidas más inexpertas, de gritar a las concubinas más adultas, que se entregan carnalmente al ambicioso magnate de la construcción) y brillantemente dialogado (el guión, un torrente de palabras que marean y, como a los hijos del patriarca, te llenan de odio, comprensión, locura, es obra del guionista Kaneto Shindô, director años antes de Gembaku no ko (Los niños de Hiroshima,1952), devastadora mirada a las consecuencias de la primera bomba atómica), con unos maravillosos planos medios cortos acentuados por el formato panorámico, un fondo que en interiores resulta asfixiante, Yamamoto llama la atención sobre el avance de un progreso desaforado y voraz, del peligro de dejar la decisión del crecimiento de las ciudades en manos de los desaprensivos inversores que utilizarán cualquier artimaña a su alcance para hacer que la tierra le genere unos beneficios pornográficos. A este respecto, no conviene olvidar que la capital nipona crecía a ritmos frenéticos (la población establecida se cifraba en diez millones de habitantes y el ritmo de crecimiento estimado era de un millón por año,) y los JJOO se celebrarían allí el mismo año del estreno del film. Una ciudad en la que no habría lugar para los débiles o los locos.
Artífice también de otros títulos de carácter mas lúdico y comercial, como la saga de Ishikawa Goemon, el ninja interpretado por Raizô Ichikawa, Satsuo Yamamoto, popularmente conocido en vida por la suma de la grandilocuencia de sus relatos y sus inquietudes políticas como el Cecil B. DeMille rojo, en Kizudarake no sanga, queja adelantada a su tiempo, nos sumerge en una reflexión acerca de la autodestrucción del sistema especulativo, provocándonos un shock semejante al del pobre conductor parado en mitad de la vía ferroviaria que cierra la lección magistral de economía.Kizudarake no sanga (1964)
En el libro 1001 películas que hay que ver antes de morir (Editorial Grijalbo) no se detallan títulos de S. Yamamoto.