Revista Cine

+ DE 1001 FILMS: 1126 - The most dangerous game

Publicado el 05 enero 2012 por Alfonso

+ DE 1001 FILMS: 1126 - The most dangerous gameDel mismo modo que el macabro cuento El juego más peligroso (conocido también como Los perros de Zaroff), publicado en 1924 por Richard Cornell, se enseña en los talleres y escuelas de literatura anglosajona como demostración del pavor sugerido, de cómo provocar el miedo en el lector con una sola frase (el final es parco y brutal como pocos), la primera de sus adaptaciones cinematográficas, The most dangerous game (El malvado Zaroff, 1932), llevada a cabo en los albores del cine sonoro por Ernest B. Schoedsack e Irving Pichel para la RKO, debería mostrarse en las academias cinematográficas a los futuros guionistas, directores, decoradores, músicos, artífices del cine, sin más, por similares características y añadidas peculiaridades, entre ellas que, así como sin las ocho mil palabras del escritor neoyorquino no podrían existir la hora y tres minutos de celuloide, sin estos, no existiría, tal y como lo conocimos, el personaje no humano más famoso de la historia del cine: King Kong.
Dividido en dos partes (la primera media hora de presentación de personajes y la segunda de acción desasogante y perversión lúdica), The most dangerous game es un film de bajo presupuesto a reivindicar, un cuento de terror gótico, tropical, bestial, inolvidable una vez que se ve, que nos cuenta cómo el único superviviente de una goleta que se dejó guiar a la costa por unas boyas luminosas que no aparecían en las cartas de navegación, el aventurero Robert Rainsford (Joel McCrea), llegó exhausto a la arena de una isla remota del Pacífico y descubrió una fortaleza que, construida por los portugueses siglos atrás, servía de morada al conde Zaroff (Bancos Leslie), un señor de maneras exquisitas y distantes que vivía con la única compañía de tres fornidos ayudantes, también de ascendencia rusa, y daba refugio a cuantos desafortunados perdían su embarcación en las circundantes aguas infestadas de tiburones y arrecifes coralinos. Mientras el osado Rainsford espere paciente a que una lancha sea reparada y lo acerque a tierra en compañía de dos náufragos invitados, los hermanos Eve (Fay Wray), bella y sagaz, y Martin Trowbridge (Robert Armtrong), que parece vivir en un perpetuo y feliz estado de embriaguez, Zaroff le hablará de su pasión por la vida, cómo ha recuperado esta gracias a las cacerías de un animal que merodea por allí, inteligente como ningún otro y con el que ha establecido unas muy particulares reglas de juego, una afición que hará que Rainsford e Eve descubran las dimensiones reducidas y exótica vegetación de la isla que habitan y la perversión de su anfitrión, el secreto de sus palabras. La revelación, una crueldad de maneras casi caballerescas -las hembras no son muertas por flecha o bala; tal vez si sufran otras torturas-, no será sino el inicio de la segunda parte del film, la que hace del mismo una obra indeleble, inmortal.
Rodada en los mismos falsos decorados de exteriores que se convertirían en la isla Skull en King Kong (1933), con buena parte del mismo equipo -en la leyenda de la caza y muerte de la octava maravilla del mundo, Schoedsack compartió la dirección no acreditada con Merian C. Cooper, que puso su capital en ambos títulos, sendas ocasiones para que David O. Selznick ejerciese de semidios; James Ashmore Creelman adaptó ambas; en los castings aparecerían Robert Armstrong y la scream queen Fay Wray, la chica que saldría de escena en brazos de las bestias; Max Steiner puso su grandioso talento musical; los nombres se repetirían en la dirección artística, los decorados, el vestuario, los efectos especiales...-, los rodajes fueron alternándose y hasta el más avezado cinéfilo puede ver fotogramas congelados de una cinta y creer que pertenece a la otra, toda una lección de economía de medios portentosa -para las escenas del ataque de los escualos se emplearon desechos del rodaje de Bird of paradise (Ave del paraíso, 1932), de King Vidor; lástima que tras los pases preliminares desaparecieran 15 minutos de atrocidades y exhibiciones en la sala de trofeos de la mansión- y un aprovechamiento al máximo de las características de los actores -la parálisis facial que sufrió durante la Gran Guerra el británico Bancos Leslie le confería a su personaje un pasado terrible que no desvela- que hacen de The most dangerous game un título hipnótico, de huella tan profunda que su rastro se puede seguir en historias de escurridizos serial killers -un consejo médico: no hay ambiguos héroes y villanos, así que si cuando la ves te posicionas del lado del cazador y no de la presa, tienes un serio problema y deberías acudir, de inmediato, al psiquiatra-, en voluntariosos títulos como el remake A game of death (1945), de Robert Wise, Run for the sun (Huída hacia el sol, 1956), The naked prey (La presa desnuda, 1966), Deliverance (Defensa, 1972), Hard target (Blanco humano, 1983), Surviving the game (Sobrevivir al juego, 1994), la magnífica Zodiac (2007) -por citar uno de cada década posterior-, e incluso en algún episodio de dibujos animados -de The Simpsons, qué otros-.
Título de dominio público, que se creyó perdido para siempre hasta que fue rescatada del polvo a mediados de la década de 1970, que sufrió una segunda oportunidad gracias a la televisión, al vídeo, que llegó a ver como su blanco y negro desaparecía por un color de ocres desvaídos -no hay otro título que te haga dudar de semejante aberración-, con un héroe perseguido por una jauría rabiosa y un enloquecido tirador, con una dama creada a medida del deseo del adolescente del patio de butacas, rodada con perfectos encuadres y alternancia de planos, The most dangerous game es merecedor de clásico entre los clásicos de la serie B de aventuras. Unos llevan la fama...
+ DE 1001 FILMS: 1126 - The most dangerous gameThe most dangerous game (El malvado Zaroff, 1932)
En el libro 1001 películas que hay que ver antes de morir (Editorial Grijalbo) se detalla 1 título de E. B. Schoedsack: King Kong (1932)*. No se detallan títulos de I. Pichel.
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Dirección no acreditada. Codirección no acreditada de M. C. Cooper.

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