Tengo un hueco en el corazón por el que se escapan personas y una curita de colores para taponarlo, un espacio en mi cama con tu nombre y dos hoyuelos en mi sonrisa provocados por la tuya.
Una ventana media abierta por donde nos veo volver y otro en el espejo por donde me veo esperando lo peor. Capítulos de una serie de los ’90 en el techo de mi cuarto, un montón de platos rotos que he pagado sin dinero y una suela de zapato rota por estar corriendo el riesgo contigo.
Una caja de vacía donde tiro viejos recuerdos y una psicóloga que me ayuda con el Síndrome de Estocolmo. Un monstruo que duerme debajo de mi cama y silencios incómodos que gritan sin parar.
Mi vida hecha se deshace en 34 añicos por la marca de los versos. Versos entre tachones que sólo ella conoce.
Tengo clavos nunca usados sin sacar, una sábana no tan santa que esconde restos de sueños. Ruinas de Venecia y de la necia que nunca llegó. La fe acentuada de un ignorante que intentó mover la montaña de ropa apilada en el sillón y una pistola de agua para luchar contra los monstruos que salen de la mente de aquel que sueña todo esto.
Porque de alguien hay que morir.
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