Revista Sociedad

De amnistía y dignidad

Publicado el 08 junio 2017 por Abel Ros

Un tipo que conocí en El Capri, me enseñó que para entender el mundo solamente hace falta sentido común. El sentido común sirve a los listos para sintetizar lo complejo y obtener soluciones. Los intelectuales, sin embargo, solemos buscarle - como dicen en mi pueblo - las tres patas al gato. Solemos, y la verdad sea dicha, analizar tantos detalles que al final nos paralizamos. Eso es precisamente lo que diferencia al listo del inteligente. Mientras el primero mira desde arriba - y conoce el todo del problema -, el segundo, por su parte, se pierde entre los árboles - luego solo ve la parte del problema -. Pues bien, en ocasiones hace falta subirse a lo alto del campanario para darnos cuenta que todo tiene solución salvo la muerte. Hoy tras leer, en un periódico del vertedero, que el Tribunal Constitucional ha anulado la amnistía fiscal, me ha venido a la mente las palabras de aquel tipo.

Una tarde de hace cinco años - allá por el 2012 -, cuando en este país solo se hablaba de Prima de Riesgo, déficit y rescate; al gobierno de turno - a Rajoy y su séquito - no se le ocurrió otra cosa que la amnistía fiscal. La amnistía, para que nos entendamos, consistía en aflorar las grandes fortunas que se escondían debajo de las alfombras. Blanquear el dinero a cambio de una tributación muy inferior a la del resto de los mortales - aquellos que hacen malabarismos para llegar a fin y que pagan religiosamente todos sus impuestos - . A esta ocurrencia de Montoro, se sumaron, como saben, Luis Bárcenas, Rodrigo Rato, Francisco Granados, los Pujol y Diego Torres, entre otros. Gracias a este blanqueo de dinero, el Gobierno hizo "sangre" y consiguió enderezar el carro moribundo de la economía. Consiguió que el rescate fuera agua pasada y que no se nos viera como la nueva Grecia de Europa. Ahora bien, todo esto - vendido a la galería con una retórica fascinante -, no era otra cosa que una discriminación en toda regla, entre unos contribuyentes y otros.

Hoy, queridísimos lectores, el Tribunal Constitucional ha aplicado el sentido común; ha mirado desde arriba y ha dicho, en pocas palabras, que aquello que se hizo mediante decretazo fue un acto de discriminación. Ante tal argumento, el TC ha anulado la amnistía de Montoro. La ha anulado - ¡bravo!, parte alegre de la noticia - pero, sin embargo, lo ha hecho sin carácter retroactivo. Las regulaciones de Bárcenas y compañía "no son - en palabras del TC - susceptibles de ser revisadas como consecuencia de la nulidad"; luego una de cal y otra de arena. Esta sentencia, todo hay que decirlo, ha sido motivada por un recurso presentado por el PSOE, que denunciaba la vulneración del principio de igualdad constitucional. Tras conocer esta noticia, he escrito el siguiente tuit: ¿Y ahora qué? Y ahora qué va a suceder con los responsables políticos de aquella ocurrencia; cuyo fin, no era otro, que hacer la vista gorda ante el dinero procedente de lugares malolientes.

Desde la crítica, no nos cabe otra que exigir responsabilidades políticas, empezando por Montoro y acabando por Rajoy. No es ético, queridísimos señores, que estos señores sigan de rositas en sus sillones. No lo es, porque un gobernante se debe a la Constitución como principal rectora del ordenamiento jurídico. Las decisiones políticas que atentan contra el Estado de Derecho deben rendir cuentas ante el pueblo soberano. Por ello, por dignidad política - que en este país hay muy poca -, los elegidos deberían ser consecuentes con sus errores. Algo que muy, pero que muy probablemente, no sucederá. Se dejará, como ocurre de costumbre, que el titular escampe y "si te he visto, no me acuerdo". Gracias a aquel tipo del Capri aprendí que en la vida, tarde o temprano, el sentido común vence a las tergiversaciones de la razón. Hoy es cuando la expresión "Hacienda somos todos" vuelve a ser más creíble para los honestos: los tontos, los idiotas.


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