Clara ya no sonríe con una sonrisa franca.Clara no se conmueve con cada nuevo amanecer.Ya no festeja la llegada de las primaveras. Ya no se viste de rojos, turquesas, verdes y lilas que la hacían sentir tan viva, tan radiante.Clara ya no disfruta de caminar bajo la lluvia, de escuchar el trinar de los pájaros, de reírse porque sí.Ya no se emociona con sus triunfos personales.
Clara sufre.Sufre en silencio.Sufre en soledad.Ya no puede escuchar ciertas canciones. Ya no puede leer ciertos autores. Ya no puede ver algunas películas, especialmente las de amor.Ya no puede caminar por algunas calles, ni visitar determinados lugares o desandar los caminos que, a diario, solía recorrer porque todo está bañado con el recuerdo de sus momentos, de sus salidas y de sus encuentros.
Clara sufre y ese dolor, esa tristeza, se ven reflejados en sus ojos vacíos, sin gracia, sin brillo, ausentes y permanentemente humedecidos por las lágrimas.Sabe que así no puede seguir; que esto no es vida; que es joven y que lo que no te mata, te fortalece.Pero, Clara recuerda palabras, gestos, cariños, besos, lugares, escenas, canciones y frases que la remontan a un pasado que (siente) se le escapó de las manos con tanta rapidez como el agua o la arena se escurren entre los dedos.Y, entonces, Clara sufre sin saber cómo mitigar su angustia, su desencanto, su vacío.Sí, siente un inmenso vacío en su interior - ¿será en el alma?, se pregunta – por el que se cuela el frío de las tardes de invierno y le congela la sangre, la vida, el presente y el corazón.
Clara perdió a su amor.No hay excusas ni explicaciones, sólo hechos irrefutables.Trata, entonces, de recomponerse día a día, prometiéndose que mañana será mejor, más fácil, menos duro, más pleno.Sin embargo, un golpe tras otro deja a Clara en un knock-out técnico permanente.
- ¡¿Qué pavada es esa de la media-naranja que te complementa?! sermonea una amiga que, lejos de ayudar, aporta más tristeza y culpa a una Clara abatida que no cesa de preguntarse cómo pasó, cómo fue que llegó a este lugar de desazón indescriptible.
- ¡Estás enferma! dictamina, con voz de facultativa, su madre. Y es verdad, Clara está enferma. Ella lo sabe: está enferma de amor no correspondido. ¿Pero, es que con tanto estrés y tanta neurosis, ya nadie sabe que de amor también se enferma? ¿No saben que ese vacío que siente en su interior la va dejando sin fuerzas, sin armas para pelear; que esa falta de respuestas la desdibuja, convirtiéndola en la actual pordiosera que mendiga explicaciones y cariño en ínfimas dosis (como tratando de conformarse)?
¿No entienden que esa soledad, esa irrevocable ausencia, tiñe de negro todo su interior y la deja sin colores para mostrarse al mundo? ¿No pueden entender que ese inmenso dolor la deja sin aire y le cuesta respirar para, simplemente, seguir viviendo?
Clara está sola, abatida, hueca, cubierta de telarañas fabricadas con retazos de recuerdos que ya no sirven para nada.Clara está llena de inútiles memorias que le quitan el sueño, que le despedazan el alma y que la martirizan con canciones, palabras, aromas y lugares capaces de devolverla a un pasado feliz que ya no posee.
Clara siente que está muerta en vida y que no le sobran fuerzas para creer, para confiar, para desear vivir.Está seca por dentro como aquella planta que, por descuido y falta de riego, muere en la maceta que abandonamos a su suerte en el balcón o el lavadero.
Clara pide a gritos, construidos con dolorosos silencios, ayuda para dejar de sufrir: una mano amiga, un oído atento, un hombro dispuesto.Sin sermones, sin diagnósticos, sin cadenas.
©Silvina L. Fernández Di Lisio
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