Se cosía el corazón con sobres de azúcar escritos con frases mierdosas de Paulo Coelho y se la encontraba siempre, como un fantasma irredento, en las tetas de la cajera, en la sonrisa imbécil del tipo del banco, en las órdenes de desahucio y en el brillo de los ojos de los dinosaurios. En todas esas cosas, en definitiva, que no eran ella ni de lejos y que se convertían en una manera extraña y lacerante de recuerdo. En algo que cuanto más se empeñaba en apresar, más se le escurría entre los dedos, implacablemente etérea.
Ella, sin embargo, habitaba un plano distinto de la realidad y no tenía tiempo para fantasmadas
Dicen que él ahora ha adquirido el sucio vicio de lamer estrellas y que pasa los días, completamente colocado, intentando en vano atravesar las paredes.