Elliott Erwitt
Hace un tiempo que tengo la ridícula idea de que nos encontremos.
Ridícula porque no hay “nosotros” ni “encontremos”.
No hay historia que nos ubique en una posición de encuentro programado.
Pensar en vernos fortuitamente es inimaginable, cuando el azar nos ha mantenido distantes todo el resto de nuestras vidas.
Aún así, sigo imaginando en mi cabeza el encuentro que no será.
Primero pensé en invitarte a bailar.
Me pareció un método de aproximación original, acorde a nuestra inexistencia, pudiendo evadir una conversación.
Para qué obstaculizar el sonido de la música con explicaciones vagas sobre lo que ha sido de nuestras vidas.
Se me cruzaron por la mente hermosas imágenes fílmicas sobre bailes. Amargamente pensé que esas cuestiones sólo suceden en Hollywood.
Tengo todas las condiciones para el baile, menos el vestido, los zapatos y el partener. Claro . . . ya entendí. Con la música sola no llegamos a ninguna parte.
Volviendo . . .
Intentaríamos ir al compás. Colisionar al sólo efecto de amalgamarnos en un ritmo cualquiera, que permita sostener tu mano en mi cintura y la mía en tu hombro. Mi mejilla descansando en tu pecho húmedo por mis lágrimas, las mismas que estoy vertiendo en este momento.
Es una mañana soleada, y me parece increíble que esté lloviendo sobre mi escritorio. Más cuando escucho los acordes que seguramente bailaremos, distintos a los que bailamos hace años en una esquina devorada por el fuego del tiempo.
Ya no somos los mismos. Vaya novedad.
Luego de imaginar el baile juntos en una terraza desolada de cualquier ciudad llena de smog de por aquí, fui más práctica y me dediqué a pensar en un acercamiento geográfico concreto.
Adosado al asunto de que no nos vemos desde la otra vida, no nos hemos acercado desde hace miles de kilómetros y no hay rutas de unión entre mi mar y tu cordillera; sólo pampas húmedas, estepas con pastizales, arroyos, lagunas y largas mesetas desoladas.
Podríamos acordar el encuentro en alguna aldea intermedia, cerca del agua y los recuerdos. Tendríamos que acortar caminos explorando nuevas rutas y allanando los miedos y oscuridades que nos acecharán constantemente.
Seríamos como niños jugando al gallito ciego en amplios territorios de recuerdos por crear.
Puedo prometer no hablar mucho, después de todo no hay nada de qué hablar. Todo lo hemos ido transitando en esta hermosa lejanía, acortada por asiduas visitas en sueños.
Sueños silenciosos, sostenidos por miradas francas, pupilas abiertas al corazón, manos tiernas extendiéndose, felicidades a flor de piel.
Pasan los minutos en esta mañana casi cálida de invierno y a mis lágrimas se suman palabras que salen a borbotones.
De pronto la palabra ridícula –para describir esta situación- me parece totalmente insuficiente.
El encuentro, acortando espacios y vidas intermitentes, podría ser letal, y no me resigno a no verte más en sueños.
La pena para tal pecado capital sería el infierno sin espuma y ni nubes, sin música ni plegarias, eternas mediodías sin atardeceres refrescantes, frutas con sabor a nada, café incoloro por las mañanas, la vejez prematura de un amor perfecto.
Me decido a juntar mis breves fantasías matutinas y las guardo en un papel impreso.
Vacío mi alma de lunas reflejadas en extensas arenas de una playa con acantilados y camino suavemente sobre las huellas que dejamos esa noche caminando a la luz de la luna.
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