Revista Cine
Hubo un tiempo en que el United Kingdom of Great Britain and Northern Ireland, UK para los faltos de espacio, miró hacia el Este y quiso formar parte del proyecto que France, la BRD, Italia y el Benelux habían llamado CECA (Comunidad Europea del Carbón y del Acero) -casualidad que en castellano la palabra ceca designe una casa donde se labra moneda o que junto a la Meca se une para designar un ir de aquí para allá-. Creyó que estaría bien aliarse con sus vecinos continentales y trabajar juntos, eso sí, sin perder la cabeza: manteniendo su sistema de pesos y medidas, su colorida Elizabeth II, su té a las cinco y su horrible clima. Hubo un tiempo, pretérito al anterior, en que hombres a caballo o frente a un micrófono quisieron someter al viejo continente, ¡a la cuna de la civilización más avanzada en leyes e industria!, con la excusa del esfuerzo común. Pero como resultara que los pueblos orpimidos se rebelaban una y otra vez, mejor darle la vuelta a la historia: con la coartada del trabajo en equipo sería más fácil afrancesar, germanizar, a los países colindantes, crear un pensamiento único, un Estado sin fisuras y plegado a la raza superior -la economía es lo que mueve al mundo, no el sexo como se cita vulgarmente: el que posee, maneja, el dinero es por tanto el que está arriba, el que manda y ordena, el sobresaliente, el que corrompe almas, cuerpos también si quiere-.
Ahora todo el mundo -si entendemos mundo como UE- se posiciona en contra de británicos, y tal vez no le falte razón al mundo -la UE, repito-: se niega a remar junto a los compañeros escogidos. Pero, seamos sinceros, ¿quién, en su sano juicio, cambiaría libras, idioma -el inglés es la lengua de hoy y mañana: lo del chino es un cuento tan fantástico como decir que un portugués es el mejor dando patadas a un balón- y Constitución consensuada, por euros, las mil y una escuelas de Babel, las leyes que sólo sirven si están escritas en papel -aunque sea en renglones torcidos- y -el as en la manga- el sol del Mediterráneo? Hoy que se puede viajar a cualquier parte del mundo en un par de clicks de ratón, nadie. Estamos en la edad global y juegan los británicos con ventaja, vaya.
Saben además -miran al cielo y escuchan los ecos de tantos gritos de auxilio- que un día se les llamará, que pagaremos un precio muy alto por ello, que nuestra libertad pasa, y pasará, por el enjambre financiero de su City, un gran banco donde nunca se pone el sol, donde el dinero siempre está viajando -en un par de clicks, of course-, que las tierras septentrionales del otro lado del Atlántico fueron conquistadas por sus hijos más desgraciados y desagradecidos (y las del sureste asiático, las del sur africano, las de la isla más grande del planeta...), que no están solos, por tanto. Lo saben los de a pie y el toryto Cameron, que se ha mostrado tan euroescéptico que se ha convertido en un cruel Carbonilla, el personaje de la tradición navideña que se encarga de vigilar a los niños durante todo el año para saber que regalo merecen recibir. De acuerdo, es una apuesta arriesgada la del Primer Ministro -26 a 1, dicen, pero la verdad es que es un 2 a 1, menor, pero igual de suficiente para abuchearle; es joven, ergo osado-, pero es que le da igual si un francés le da la mano o la espalda, si una alemana le alaba o critica: es londinense y a polite no le gana nadie.
¿La sombra de una tragedia? ¿United Kingdom aislado? ¿Cameron orgulloso? Cuando despertó, Europa todavía seguía allí.
City of London