Dicen por ahí que la culpa va a ser de Occidente, que los tratamos muy mal y, claro, se tienen que defender. Otros llegan a decir que todo es un montaje y que pobrecitos los supuestos asesinos, que viven humillados por el poder del hombre blanco. Que son los que dicen también que en Corea del Norte la felicidad es patrimonio nacional y el zampabollos inmaduro que tienen por líder espiritual es lo mejor que ha parido madre y que ojalá rigiera nuestros destinos en plan Padre del Universo. Y ya en tema de Venezuela y la ida de olla mental perpetua en la que viven los gobernantes de sus asuntos no me meto, que me enciendo.
Todo esto dicen a cuenta de lo de París. Que estemos viviendo un nuevo episodio de una guerra en la que estamos metidos, aunque no nos demos cuenta, y en la que se la juegan nuestros valores y nuestro modo de ver la vida frente a unos animales que lo único que quieren es expandir su locura y su sin razón, no cuenta, parece ser.
Dicen que Occidente los humilla. ¿En serio? No digo que seamos santos, que no lo somos. Pero permitimos, como es lógico, que vivan entre nosotros, que mantengan sus costumbres, incluso algunas que pueden considerarse -para mí lo son- denigrantes para el ser humano (abayas en Londres), les damos las facilidades del mundo occidental, facilidades de las que se aprovechan para luchar, precisamente, contra esa sociedad que los alberga. Y además, como humanos que somos, repetimos el error. Los bárbaros se asentaron en las fronteras del Imperio Romano, presionaron, negociaron, guerrearon, al final fueron aceptados y terminaron destruyendo aquel mundo, en momentos ideal, que los acogió. Puede que sea, por tanto, el sino de los tiempos y que todas las civilizaciones avanzadas tengan que acabar viéndoselas con retrógrados que odian por odiar. Que se ven humillados por ser diferentes, que se sienten maltratados por no haber tenido la suerte de nacer unos kilómetros más allá. Que hacen de la inquina contra el mundo que no pueden alcanzar su motor diario, que no aceptan la integración sino es para destruirla desde dentro.
Y a lo mejor es normal, no sé. Tal vez desde la perspectiva de haber nacido en la parte buena del mundo no tengo derecho a juzgar a aquellos que lo han hecho en la mala. Aunque pretendan acabar con los derechos por los que muchos han muerto a lo largo de los siglos y que tanto, tanto nos ha costado conseguir. A lo mejor debemos callar y aceptar que nos maten. ¿No?
No, porque luego lees la biografía de los asesinos de París y no te cuadra nada. Y porque nuestros derechos (libertad de expresión, de prensa, de salir con quien te dé la gana y hacer lo que quieras, etc) son demasiado preciosos y valiosos como jugar con ellos. Y hablo de lo más básico. Porque también surgen argumentos que dicen que desde nuestros propios sistemas se ataca a esos derechos. Sí, claro que sí, el juego político es lo que es y de eso vive. Pero hablamos de otro nivel, hablamos de eliminarlos por completo, de aniquilarlos, de ni siquiera dejar la opción de aludir a ellos porque existe un papel (o una tradición) que los refleja. Hablamos de la nada más absoluta, esa que se consigue a través de la anulación y de la muerte.
Porque simplemente son fanáticos. Aderezados con diversas pinceladas pero fanáticos, de principio a fin, que no tienen justificación posible. Se mire como se mire. Y quien, de un modo u otro, retuerza sus argumentos para encontrar una salida exculpatoria ante estos hechos se convierte, lo siento mucho (o no), en cómplice de la barbarie en la que obligan a vivir a muchos y en la que pretenden obligarnos a vivir a nosotros.
#JeSuisCharlie #NousSommesParis