Hace algunos días una denuncia con fotografía incluida de Katya Adaui Sicheri (1) sobre la discriminación que viven las trabajadoras del hogar en exclusivos clubes de Lima motivó que se hagan otras denuncias acerca de otros clubes que también cometían el mismo atropello.
Los letreros que han ocupado un poco la prensa en estos días, que daban cuenta de la existencia de baños exclusivos para las amas, son la continuidad de antiguas prácticas discriminatorias de clubes de elites por razón del fenotipo, la posición, la situación económica, la vestimenta, el género, etc. de las que ya se tenían noticias, como lo demuestran la foto que en 2008 colgó Nila Vigil en su blog (2) y, si retrocedemos el tiempo, la experiencia que nos tocó presenciar hace unos 20 años en el club Terrazas cuando un muchacho se acercó a Martina, mujer indígena puneña, a pedirle que se retire de la sección de invitados, pues a ella no le correspondía ese lugar, sin preguntar siquiera como había llegado allí. La actual ministra de cultura, quien también con seguridad ha vivido discriminaciones y quien la había invitado, se paró exigiendo hablar con quien había dado la orden, dejando ver con claridad que ella se retiraría también - aunque era jurado de un concurso - si ese acto se mantenía. Nadie apareció con explicaciones y el concurso siguió y Martina pudo estar ahí adelante, en el lugar de invitados como correspondía.
Lo increíble es que se escuchan variadas voces a favor de esta especie de apartheid, pues al ser un club privado, tendrían el derecho de discriminar todo lo que quieran, como si por el hecho de ser privados estuvieran fuera de la ley. (3) “Cual es el problema. Las amas son las socias? No. Pagan membresía no? Que son... servicio. El servicio tiene su lugar, su baño. No hay que ver fantasmas donde no los hay, ni fantasiar (sic) con cosas para soltar la descarga caviaroide,” sentencia un comentarista en reacción a la foto publicada en el blog mencionado.
Contradictoriamente, aquellas “amas” – vocablo que, hay que señalar, viene de amma, que significaba nodriza en latín hispánico, es decir aquella mujer que amamanta hijos que no son suyos – son las que precisamente cuidan a los que más deberían importarnos, los hijos y las hijas. Son su principal referente mientras nosotras trabajamos, hacemos vida social o simplemente nos cortamos las uñas. Nuestros hijos e hijas aprenden a amarlas gracias a sus atenciones cotidianas y a su preocupación permanente, muchas veces mayor que la de la propia madre y el propio padre, y ellas los aman también como magistralmente lo describe Bryce en su novela “Un Mundo para Julius” cuando en un pasaje se refiere a la ama de Julius:
“Vilma adoraba a Julius. Sus orejotas, su pinta increíble habían despertado en ella enorme cariño y un sentido del humor casi tan fino como el de la señora Susan, la madre de Julius, a quien la servidumbre criticaba un poco últimamente porque a diario salía de noche y no regresaba hasta las mil y quinientas. Siempre lo despertaba. Y eso que Julius se dormía mucho después de que Vilma lo había dejado bien dormidito: se hacía el dormido y, en cuanto ella se marchaba, abría grandazos los ojos y pensaba regularmente un par de horas en miles de cosas. Pensaba en el amor que Vilma sentía por él, por ejemplo.” (4)
Lamentablemente en esa experiencia, los hijos e hijas aprenden también, por la segregación de la que son objeto sus “amas”, que ellas deben ser tratadas de forma diferente por la labor que realizan, que son inferiores, subalternas.
Esta visión de las trabajadoras del hogar, pese a ser vitales en la reproducción de la vida diaria y a que conocen todas nuestras bondades y miserias, no se remite sólo a este ejemplo de los baños que merecen nuestra indignación, o a la obligación de usar uniformes, que en realidad constituyen marcadores sociales, como lo señala Maruja Barrig: “Todo el mundo identifica a una sirvienta por su uniforme. Quien lo usa es sirvienta: es la etiqueta que las distingue como un grupo inferior y reafirma el status superior de la patrona.”(5) Se remite también al espacio que se les asigna en la casa a las trabajadoras que ofrecen el servicio como “cama adentro”, cuyos cuartos generalmente están al lado de la cocina, cuartos cada vez más pequeños, mientras más modernos son los edificios, en donde apenas cabe una cama de una plaza y un baño (6) y en donde difícilmente pueden circular o poner muebles para su ropa.
Las diferenciaciones que se hacen hacia las trabajadoras del hogar llegan hasta ofrecerles una comida diferente y cabe mencionar la explotación a las que son sometidas sin tener mayor protección, sus largas jornadas de trabajo, que suelen empezar a las 6 de la mañana y terminar a las 10 u 11 de la noche, siendo ellas muchas veces víctimas de acoso sexual y de violencia. Aunque existe una ley para las trabajadoras del hogar ― que irónicamente se llama “Ley de los trabajadores del hogar”(7) pese a que el 95,9% son mujeres ―, dada para garantizarles un mínimo de derechos, es ella misma la expresión de la discriminación al considerarlas en realidad como trabajadoras de segunda categoría, que no tienen los mismos derechos que el resto de trabajadoras. Según esta ley, sólo tienen derecho a 15 días de vacaciones, medias bonificaciones por fiestas patrias o navidad y media compensación por tiempo de servicio. Además, pese a que la ley garantiza el derecho que tienen a la educación, señalando en su artículo 17 que “el empleador deberá brindarle las facilidades del caso para poder garantizar su asistencia regular a su centro de estudios fuera de la jornada de trabajo”, esto no se cumple necesariamente o constituye una lucha de las trabajadoras el que se les reconozca ese derecho, como lo señala Clara, trabajadora del hogar entrevistada por Juan Francisco Chávez para su tesis de licenciatura:
“Entonces yo le dije “señora, yo me quiero ir porque no puedo, no me quiere dar estudios, no me quiere dar mis posibilidades entonces yo no voy a perder mis estudios.” Yo quería aprovechar las vacaciones para aprender, entrar en ese curso de mecanografía y taquigrafía que creo que estaba más de moda. Y eso le dije a ella y me dijo “yo te he contratado para que trabajes en mi casa, yo no te he contratado para que estudies, por lo tanto aquí me tienes que cumplir lo que tienes que hacer.”(8)
Hay que mencionar también que en ocasiones quienes sufren la discriminación van normalizando e interiorizando este trato, estableciéndolo como parámetros para sus relaciones. “Señora, soy más blanca que usted ¿se da cuenta?” le dijo una guapa muchacha contratada a la mujer de piel morena de una familia extranjera, casada con un hombre blanco, mientras le hacía hincapié en que ella sólo trabajaba con gringos, como señalando que eso la hacía superior. Dan cuenta de ello también las acaloradas discusiones que hemos escuchado en los parques entre algunas jóvenes que sacan a pasear a los niños y niñas sobre lo linda y mejor vestida que serían sus patronas en relación con las otras, como si al establecer las jerarquizaciones entre quienes les pagan, ellas también ascendieran socialmente.
En el Perú, según el Ministerio de Trabajo, existen 453,272 trabajadoras del hogar, de las cuales el 38.5% tiene entre 14 y 24 años de edad, y un 25.7% está entre los 30 y 44 años, muchas de ellas provienen del interior del país. El 61.3% gana menos que la remuneración mínima, el 71.7% no tiene ningún seguro de salud y el 93% no está afiliada al sistema nacional de pensiones. Estas cifras dan cuenta de las discriminaciones y el escaso ejercicio de sus derechos que tienen las trabajadoras del hogar, lo que debería escandalizarnos tanto como la segregación con los baños y llamarnos a exigir que el Estado peruano ratifique el Convenio 189 de la OIT, que garantizaría a las trabajadoras del hogar los mismos derechos que otros trabajadores y trabajadoras. Entendemos que el Ministerio de la Mujer y Desarrollo Social, el Ministerio de Trabajo y las organizaciones de trabajadoras del hogar están en ese camino. Esperemos entonces que se ratifique el convenio y sobre todo que se cumpla y que se eliminen de una vez por todas estas formas de discriminación que viven las trabajadoras del hogar. Esas son las acciones que harán realmente del Perú un país inclusivo y más democrático, un país de ciudadanos y ciudadanas, donde la inclusión no se limite a tanta retórica, que nos suena un poco vacía a veces.
Notas:
(1) “Denuncio con pruebas al Club Villa, sede Chosica, por Discriminación”, Blog Casa de estrafalario, 12 de octubre del 2011. http://casadeestrafalario.lamula.pe/2011/10/12/denuncio-con-pruebas-al-c...
(2) Nila Vigil, “Discriminación en un club limeño”, Blog Instituto lingüístico de invierno, 21 de enero del 2008. http://nilavigil.wordpress.com/2008/01/21/discriminacion-en-un-club-limeno/
(3) Ley 27270. Ley contra actos de discriminación
(4) Alfredo Bryce Echenique, Un mundo para Julius, “El palacio original”.
(5) Maruja Barrig, El mundo al revés: Imágenes de la mujer indígena, Capítulo 2: “Hágase en mí según tu palabra: el servicio doméstico”, CLACSO, Buenos Aires, 2001
(6) Son elocuentes al respecto los planos de modernos departamentos ofrecidos hoy en día por una inmobiliaria limeña. http://www.limaenventa.com/venta-departamentos-en-miraflores.html
(7) Ley de los trabajadores del hogar Nº 27986, junio 2003
(8) Juan Francisco Chávez Ramírez, “Prácticas, estereotipos y discursos: la discriminación en el Servicio Doméstico”, Facultad de Ciencias Sociales, Especialidad de Antropología. Tesis sin publicar.
Por Rosa Montalvo Reinoso
Revista Ser Perú
La Ciudad de las Diosas