Ayer tomé café en El Capri. Necesitaba emborracharme con las burbujas de la Coca Cola, y leer algún que otro ejemplar obsoleto de ABC. Este periódico, por si no lo saben, lo suelo leer desde que El País traicionó a su línea editorial. A Peter - el dueño del local - lo encontré bastante desmejorado. Estaba más pálido que de costumbre, sin afeitar y con el pelo desgreñado. No olvidemos que El Capri anda de capa caída y probablemente, cualquier día de estos, eche el cierre. Mientras leía la Tercera, sonaba de fondo los agudos de Gabinete Caligari. La música me trasladó a paisajes internos, a rincones de mi adolescencia; donde "el sábado por la noche" era lo único que importaba en mi vida. Al lado de mí estaba Braulio, un tío de esos que hablan poco pero cuando hablan callan a las fieras.
A Peter le gusta hablar de política. Lo hace, la verdad sea dicha, siempre y cuando no haya gente deambulando por la barra con "las parabólicas puestas". En los taburetes nunca se sabe a ciencia cierta si fulanico es rojo, naranja o morado. Tras poner a parir al PSOE por su brindis al sol con la derecha, Peter - con la voz entrecortada - me pidió diez euros. Los necesitaba para completar la cuota del alquiler del mes pasado. Cuando me los pidió, me vino a la mente su cara de hace veinte años. Entonces El Capri era "el rey de la jungla" y Peter nos invitaba a Gintonics los viernes por la noche. Era un tío hasta ahí, de esos que valoran la amistad hasta tal punto de partirse la cara por Juanico o por Andrés. Saqué diez euros del bolsillo, lo miré a los ojos y nos dimos un abrazo.
Le pregunté a Peter por su mujer. Me dijo que se había separado. Cuando el dinero no entra por la puerta, el amor sale por la ventana. No hay cosa peor - y eso lo aprendí de un viejo amigo - que pasar de rico a pobre. Cuando tienes dinero; cuando las cosas te van bien - me contaba Peter - todo el mundo acude a la sombra de tu árbol. Recuerdas a Faustino - le dije -. Recuerdas cuando le tocó la lotería. Se volvió, como diría Epicuro, un buscador de placeres; de "viva el vino y las mujeres". Tanto disfrutó del Gordo que los viernes por la noche volaba hasta París. Allí gastaba sin medida en El Bataclan, el Moulin Rouge y Le Carmen, un burdel de lo más "chic". Se compró un Mercedes de los más largos que existían, se hizo un trasplante de pelo y se dedicó literalmente a disfrutar la vida. Faustino - rico y sin cabeza - ha vuelto al lado oscuro de su origen. Hoy, busca trabajo "de lo que sea" en la cola del paro.
Mientras hablaba con Peter llegó Alejandro. Alejandro es un apasionado del jazz. Tanto le gusta que aprendió a tocar la trompeta a los sesenta. En El Capri a veces saca el instrumento y toca alguna de Louis Amstrong o de Albert Ayler. Ayer nos engañó. Tanto Peter como yo, nos creíamos que iba a convertir El Capri en El Birdland de Nueva York y no, no fue así. Sus agudos sonaron distinto. Era algo familiar, algo de aquí. De pronto, Peter - mientras sonaba la trompeta - se puso a cantar: "Tenías querencia a la barra, y tuve que tomar tres puyazos de ron...". De seguida, Jacinto - que estaba sentado en el taburete del fondo - continuó: "Y yo bolinga, bolinga y bolinga..., haciendo frente a la situación". Y ya, todos, los cuatro gatos de El Capri: "la culpaaa fue del cha cha cha... ". La trompeta de Alejandro sonó hasta que irrumpió la luna llena.
Por Abel Ros, el 18 noviembre 2016
http://elrincondelacritica.com/2016/11/18/de-barras-y-trompetas/