Revista Cultura y Ocio

De bestias y aves - Pilar Adón

Publicado el 17 enero 2024 por Elpajaroverde

"Los zorros tienen guaridas, y las aves de los cielos tienen nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde recostar la cabeza".

De bestias y aves - Pilar Adón

Será porque Coro no tiene donde reposar la cabeza que sale de casa una noche sin casi pensar y sin apenas lo puesto. Se diría que actúa como por impulso: ella, tan instalada en la constancia, la firmeza, la perseverancia, la disciplina, en el hacer las cosas bien; ella, tan necesitada desde siempre de orden, armonía y equilibrio. "En la que fue su última muestra pública se había presentado habitada por la gracia, pero nadie pareció darse cuenta. Los pigmentos ocres de piedra habían empezado a manifestársele en la piel, tal vez porque llevaba días sin ducharse. Aunque una ducha tampoco le habría servido de mucho. Lavarse los dientes. Lavarse el pelo. Suavizarse el pelo. Teñirse el pelo. Cambiarse de ropa. Los demás dirían que se había paseado por allí, entre ellos y ante ellos, como una bestia, en un estado salvaje, como una criatura primitiva. Con un aspecto innecesariamente desarreglado que venía a evidenciar que no estaba bien. Que había renunciado a hacerse cargo de su propia conducta. Que necesitaba ayuda pero seguía negándose a admitirlo. Y eso que todavía no había metido los cuadros en el maletero. Y eso que aún no llevaba el saco de algodón con bolsillos que ahora tenía puesto, tan fácil de hacer como de deshacer. Y eso que aún no se había dejado el móvil en casa ni había empezado a conducir por la autopista a 130 kilómetros por hora. 90 por las carreteras secundarias. Absorbiendo semillas, raíces, insectos, hojas de plantas y bayas. Resultaba más sencillo gozar de fortaleza mental cuando se estaba descansada, cuando se comía de forma adecuada. Cuando la cabeza no le repetía todo el tiempo que su cordura dependía de su firmeza a la hora de deshacerse de unos retratos que ella misma había pintado. Le era más fácil entonces no tener miedo de los lienzos ni de las historias que contaba en los lienzos".

Será porque Coro no tiene ese lugar en el mundo que conduce sin rumbo y termina por perderse cuando la gasolina está a punto de agotarse. Será por ello que, desesperada, termina frente a esa verja tras la cual aún no sabe que está la casa, la poza, la roca, el lago y las mujeres. Será por ello que se deja conducir al interior por unas mujeres que, entre amables y hostiles, la reciben. Será que "aquel podía ser su lugar. A veces sucedía que se encontraba el espacio propio, el predestinado para cada persona. El rincón de tierra, barro y árboles en el que dejarse llevar". O no. O ese lugar no existía. Cómo se puede tener un cobijo propio cuando todo es y está en perpetuo cambio; cuando un día nunca es igual a otro; cuando "todo era temporal y, no obstante, la suma de las transitoriedades hacía que la vida se mantuviera continua. Casi eterna"; cuando "para mí este sitio no representa lo mismo que para usted. Un lugar no es idéntico para dos personas, aunque las dos acaben de llegar o aunque las dos lleven toda la vida en él"; cuando "su manera de entender la realidad era radicalmente opuesta a la de esas mujeres".

Será porque Coro no tiene su lugar que quiere irse, volver a resguardarse en ese "grupo robusto que la había protegido y en el que se había mantenido a flote. Compuesto por la familia, los compañeros, los otros creadores con los que había compartido rutinas, métodos, propósitos y vivencias en un espacio trazado y montado para ella y para los que eran como ella. Una manera de actuar y congregarse. Igual que las hormigas. En torno a un trozo de pan. Los restos de un escarabajo. A lo largo de muchos años de servidumbre voluntaria, cuando se encontraba tan afianzada en su burbuja de esclavitud diaria que ni siquiera se percataba de la existencia real de la burbuja real. También ella había sido una hormiga marrón integrando junto a otras hormigas marrones su propia balsa. Amparada por esa reunión de seres afines. Participando de su modo de verse en el mundo cuando vagaba por el interior de su cámara sellada, arrastrando tras de sí un pañuelo de hilo que se iba moviendo al ritmo de sus pasos. También ella había estado en una comunidad que se basaba en unas reglas no escritas, pero incuestionables. Y ahora estaba en otra".

Será porque ese lugar al que Coro quiere regresar tampoco es el suyo que asiste a la quiebra de su voluntad y a la docilidad con la que inusitadamente se deja guiar por las mujeres y por esa "niña que conocía una sola realidad" que habitan Betania, nombre por el que todas ellas llaman a ese "lugar que les correspondía porque era allí donde vivían. Donde llevaban años viviendo. El lugar que cuidaban y que les daba protección. El mismo [...] al que [...] creían tener derecho".

"¿Encerrarla? ¿Quién quiere encerrarla? [...] ¿Es que no ve que la puerta está abierta?"

"¿Cómo vamos a secuestrarla en un sitio tan bonito? Aquí la tratamos bien".

"-Ustedes no saben quién soy -dijo-. No me conocen.

-Se equivoca. La conocemos perfectamente. Por eso está aquí".

"Lo que sí le puedo sugerir, mi mejor consejo, es que se acostumbre. No es tan horrible. Si se pone mala, la cuidan. Si le entra una rabieta, la abrazan". "No imagina lo mucho que nos cuidan. [...] nos vigilan y vigilan a los que nos rodean. La vigilan a usted. Y nos cuidan a todas".

"-¿Por qué no me lo explican de una vez?

-No hay nada que explicar. ¿No ha oído hablar de la vida en comunidad? ¿De la simbiosis?

-La simbiosis se da entre especies diferentes. Y puede acabar en parasitismo.

-Aquí no. Aquí nadie parasita a nadie. Por eso tiene que ponerse a trabajar. Todo participa de un mismo impulso vital. Y estamos seguras de que su llegada nos traerá prosperidad. No es ninguna casualidad que haya llegado a nuestra puerta justo ahora, cuando necesitábamos renovación".

Por eso tiene que ponerse a trabajar. Poque una comunidad es como un ecosistema. Cada uno tiene su función.

Coro, Coro Mag, Coro Mae (con tal coro de nombres con que la condenaron sus padres cómo va a reposar Coro la cabeza) es pintora. Pinta miniaturas botánicas. ""Si sabes dibujar una hoja, sabes dibujar el mundo", había escrito John Ruskin. Y ella sabía dibujar hojas". "Ella podía pasar días y semanas captando las sacudidas de las plantas en un día de viento. Las oscilaciones de las hojas en un día de viento. Los movimientos de las ramas. Observar y contrastar tonalidades, brillos y medidas. Pero no tenía ni idea de cómo interpretar la actitud de esas mujeres a las que no sabría clasificar ni definir. Como si no tuvieran rostro". "Quizá se tratara [...] De la imposibilidad de comunicarse". El "lenguaje, las palabras no expresan nada. El gemido de un perro transmite más que todas nuestras palabras juntas". "En el fondo, como le sucedía a todo el mundo, solo necesitaba a los demás cuando tenía miedo".

Coro es pintora de miniaturas botánicas, pero es con los retratos en formato reducido que ha pintado de su hermana ahogada con los que sale a la noche escapando de esa burbuja de protección que la asfixia. "Como si la pintura pudiera recomponer algo. Como si pudiera reincorporarla a ese otro organismo que ya no estaba". Es algo que conoce bien, la sensación de asfixia. La siente desde que de dos pasó a ser una, desde "cuando una se había ido y la otra no". Solo que, ahora, sentir la misma asfixia que sintió su hermana cuando se ahogó "actuaba como un bálsamo para la tensión en la que había vivido siempre, desde la niñez, cuando descubrió el alcance de la palabra fin y el alcance de la palabra muerte, sus implicaciones".

Coro sabe dibujar hojas, así como supongo que también insectos. Pero también sabe que "el dibujo de una mariposa era la imagen de una mariposa y no la propia mariposa". O quizás ese conocimiento lo esté adquiriendo ahora. Ahora que el lago en Betania es reflejo del cielo en Betania. Ahora que una de las mujeres, cuando le muestra la poza, le dice que "A veces pienso que todo esto no es más que la estructura de un mimoide [...]. Un paisaje que refleja otro. No siempre me parece real". No siempre se puede interpretar el mundo de forma inequívoca. Quizás no se pueda nunca. No hay dos ojos que miren igual. No hay dos cuadros iguales que recreen un mismo paisaje. Ahora que Coro se encuentra "preguntándose dónde estaba la vida. ¿En su trabajo? ¿En el mundo al que tanto había querido regresar? ¿En sus cuadros? ¿O en el espacio irreal pero balsámico de la poza, [...]?"

El epígrafe que preludia esta reseña de este Stanisław Lem De bestias y aves lo saco de esta misma novela de Pilar Adón. Sin embargo, ese "Los zorros tienen guaridas, y las aves de los cielos tienen nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde recostar la cabeza" no lo ha escrito ella. Lo sé porque me lo encuentro entrecomillado. Lo subrayo, no obstante, como tantas otras cosas que he subrayado durante esta lectura. Es tras terminar esta y volver a esa especie de relectura parcial que son los subrayados que acudo a Google, ese océano artificioso de mimoides, para saciar mi curiosidad respecto a esa cita. Mimoides, por cierto, es un género de mariposas. Cuenta con especies que recurren al mimetismo Batesiano como mecanismo de defensa o estrategia de supervivencia, es decir, que imitan la coloración o patrones de diseño de otras especies de mariposas que por su alimentación resultan venenosas o tóxicas. Creo, sin embargo, que el mimoide de una de las citas que he utilizado en el párrafo inmediatamente anterior a este a lo que hace referencia es a las complejas formaciones de extraordinaria capacidad mimética de la novela de Solaris. Pero lo que yo andaba buscando era esa frase entrecomillada y así fue cómo descubrí que se trata de una cita bíblica. También me llamó la atención uno de los primeros resultados que me ofreció el buscador. Se trata de un foro de . El cebo ¿Qué quiso decir Jesús cuando dijo la frase de marras? cumplió su función y allí que fui a sumergirme. Me llamó la atención una respuesta de un tal Jose Miguel Muñoz Santana. Explica que los animales, al no ser esclavos de su mente, están en total conexión con su ser y por tanto en estado de reposo. Los humanos, en cambio, tenemos capacidad de razonar, lo cual nos lleva a desvincularnos de nuestra condición animal y de nuestra pertenencia a la naturaleza. Nuestra mente, además, crea sus propias formas de entender la realidad, estando estas muy influenciadas por el ambiente y la sociedad.

Hablar de cualquier obra de Pilar Adón es tarea compleja. Sus historias no son complacientes. Sus motivos y los de sus personajes no son cristalinos. Su universo, en cambio, es muy reconocible: cabañas, bosques, naturaleza viva (o muerta, o descompuesta, porque la descomposición y la muerte son parte del ciclo de la vida), espacios abiertos que se sienten opresivos, amenazantes, violentos. Vuelvo a encontrarme con ese delicado equilibrio entre la dominación y el sometimiento o la sumisión, entre el afecto y la manipulación, entre el instinto de protección y el egoísmo; vuelvo a encontrarme con una pareja de hermanas (en el caso que nos ocupa con dos); reparo en que sea precisamente Tolstói el escritor del que esa niña de extrañas certezas por conocer únicamente la realidad de Betania le dice a Coro que todas en la casa lo han leído todo de él. Sé del amor del escritor ruso por la naturaleza y la vida sencilla. "Debemos desprendernos de lo que no nos es útil. Renunciar a ello. De lo contrario, terminaríamos todas a empujones y a codazos. Nos odiaríamos", leo en De bestias y aves. Lo que no recordaba haber leído era otra referencia al autor de Guerra y paz en otra obra de la madrileña. Lo redescubro cuando me topo con una fotografía de la escuela de Yásnaia Poliana en mi reseña de La vida sumergida. Y es que uno de los cuentos de ese volumen constituye una especie de homenaje a la escuela que fundó el ruso para desarrollar en ella un método pedagógico más libre que el entonces imperante.

Siento durante la lectura de De bestias y aves que este libro me gusta menos que los otros que he leído de su autora. Lo leo, sin embargo, con gusto y admiración. Pilar Adón escribe muy bien. Me encanta su prosa poética-biológica, las breves conversaciones de doble filo que establece entre sus personajes. Me falta en este caso, sin embargo, más adhesión no sé si a la trama, si a la protagonista o si al resto de personajes. La consigo plenamente en el tramo final de la novela. Cierto es que tanto en la ya mencionada La vida sumergida como en El mes más cruel, por tratarse ambos de libros de cuentos, lógicamente la adhesión es variable dependiendo del relato (pero valoro, obviamente, el conjunto). Con su novela Las efímeras, sin embargo, la anhelada adhesión la sentí desde el principio.

Pero los libros de Pilar Adón no son para voltear su última página y pasar sin dilación a la siguiente lectura. Los libros de Pilar Adón son para rumiarlos, para perderse en su bosque, enredarse en sus ramas, sumergirnos en su musgo, rascarnos las picaduras de sus insectos y pelearnos con sus telas de arañas. Acudo, pues, a la subjetividad consciente y a la inconsciente lectura que son mis subrayados. Mi curiosidad y los caprichosos algoritmos a los que recurre el gigante Google me traen, además, las ideas y conocimientos de ese internauta llamado Santana Muñoz. Y, como si de una reacción química se tratase, todos los componentes comienzan a encajar y todo lo leído se fusiona en una suerte de catálisis. Me adhiero al duelo sin curar de Coro y me confundo ante el laberinto de espejos distorsionadores que muestran los diferentes prismas de la realidad. Como si de las raíces de diferentes especies de árboles se tratasen, lo que no estaba cohesionado en esta novela se une "estableciendo sus relaciones simbióticas con los hongos en un intercambio interesado de minerales para el árbol y azúcares para el hongo. En una labor de justicia natural. O tal vez como resultado de un hecho fortuito en el que no había ni equidad ni grandeza, solo azar. Y, sin embargo, se comunicaban. Y, sin embargo, creaban suelo". Creaban novela. No del todo descifrable, cierto es, como por otra parte nunca lo es del todo ese milagro que llamamos vida. Pero creaban novela, sí. Creaban una novela que tras su conclusión estaba incluso más viva que mientras estaba siendo leída. Más viva que los anteriores libros de la autora que había leído. Cierto es que la lectura de este libro la tengo mucho más reciente (cinco años hacía que no leía a Pilar Adón). Me estoy en cierto modo contradiciendo, lo sé. Qué queréis, los seres humanos somos creadores de realidades contradictorias.

Los epígrafes que preludian esta novela de Pilar Adón son tres. El primero es otra cita bíblica: "Es ya hora de despertarnos del sueño" (Romanos 13:11). El tercero es una frase célebre del filósofo griego Epicuro que dice: "Vive oculto". Se me ocurre, ahora que las conexiones sinápticas de mi cerebro son un ramaje de raíces, que esto podría interpretarse como: vive agazapado en tu madriguera, como un zorro en su guarida, como un ave en su nido, como un animal en su placentero estado de reposo. El segundo -y que he dejado a propósito para el final- es un verso de Emily Dickinson que reza: "Somos los pájaros que se quedan". Lo leo y es en esas palabras donde me quedo, colgada de una belleza cuya terrible verdad no soy capaz de contradecir. Ahí me quedo, conocedora de la estrecha vinculación de la poesía de Dickinson con la naturaleza y sabedora de la voluntaria reclusión de la poeta norteamericana. Ahí me quedo, pues, en lo que me gustaría decir que es un vuelo suspendido ante la inminencia de la lectura a punto de comenzar pero que sin embargo presiento un descenso en picado, una caída libre. Ahí se quedó Coro, pájaro solitario de una bandada de dos. Así me queda esta lectura, así pienso que permanecerá en mí. Como el agua de una poza que actúa a modo de líquido amniótico, único lugar en el mundo -se me antoja- donde ese animal de mente bulliciosa e inquieta, creador de refugios mentales que son como "un espacio al que acudir para mantenerse en la realidad y, a la vez, al margen", hacedor de entelequias tales como la razón y la ética, y que gusta de llamarse humano puede reposar la cabeza. Como el mimoide que es la superficie de un lago que, cual mariposa, imita el color del cielo, dándose así el prodigioso acoplamiento de dos realidades iguales por opuestas en el que un ave "no podía volar, pero sí podía hundirse".

"Toda una vida de formación, lecciones y trabajo para llegar a su edad y descubrir que lo único que importaba en el mundo era el agua, vivir en ella. Generar oxígeno".

Editorial: Galaxia Gutenberg

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