Ramón Lobo
“No tengo noticia de ningún legislador que le haya dado por rescatar a las monjas de sus hábitos discriminatorios o si estas mujeres, vocacionales en muchos casos, entran en alguna categoría delictiva, pero todo de andará en este descreimiento general (por culpa de Zetapeta,off course). Me sorprende tanto empeño de sus excelencias, vuecencias y todo esa parafernalia de tratamientos un poco subidos que se dan los que solo deberían ser delegados de la soberanía popular.
Me sorprende el eco que encuentra todo esto en unos medios de comunicación que confunden burka (en la foto de wocentsworth), niqab, chador, abaya e hiyab. El burka es una prenda que sólo se da en Afganistán y algunas zonas de Pakistán. Muchas se lo colocan voluntariamente. Lo mandan la tradición y las costumbres. Democracia es tener opciones, poder elegir. Pero allá estamos metidos en una guerra por la liberación de unas mujeres a las que solo prestamos atención cuando toca rodar un anuncio de democracia para el informativo de máxima audiencia.
El burka es una consecuencia, no la causa. El problema son la pobreza y la ignorancia, que la tradición prime sobre la ley. Pero esto es demasiado complejo y no rinde votos.
He visto niqabs en Londres. Muchos pertenecen a mujeres saudíes o de los países del golfo Pérsico, nuestros amigotes que nos venden petróleo y compran armas. Buena gente. En Madrid me he cruzado con variantes del niqab, pero contaría sus apariciones con los dedos de una mano. Supongo que en los ayuntamientos que han empezado a ocuparse del asunto, el niqab es un problema masivo: miles de mujeres paseando con él al atardecer.
Tengo dudas en este debate. Me gustaría leer más opiniones.
No me gustan el burka ni el niqab. Ya he escrito que en aquí no hay invisibles ni mujeres sin rostro. Por otro lado está la libertad individual. Creo que debería desarrollarse un debate sereno y no politizado, sin oportunismos ni verborreas fascistoides. Es un asunto demasiado serio como para dejarlo en manos de los populistas. La UE debería buscar una posición común.
Si fuésemos un verdadero Estado laico, como Francia, prohibiría todos los signos religiosos, discriminatorios y excluyentes en los colegios. La educación es lo único que tiene una mujer, sea cual sea su raza, cultura o religión, para aprender a elegir.”
Más en “Un país de burkas y pasamontañas”.