De cabezadas, codazos y lloreras
Hoy ha sido un día duro, de los que no tenía hace tiempo. Y es que no me gustan los días en que no estoy con los niños salvo a primera y a última hora, sin poder disfrutar con ellos ni unos minutos en los que olvidar lo peor del resto del día, sin aparcar lo que me provoca dolor de cabeza o lo que hace que mi estómago esté a puntito de estallar en tantas ocasiones.Días así se me hacen duros y eternos sobre todo si he tenido que empalmar mi jornada laboral con la asistencia a unas conferencias que me han robado toda la tarde y durante las cuales he dado más de una cabezada sin quererlo, me he llevado unos cuantos codazos de una de mis compañeras a causa de mi somnolencia y he acabado a moco tendido escuchando a otra en su exposición sobre su experiencia como paciente crónica. Y si después de esto tengo que salir pitando hacia la reunión de la colla para empezar a preparar las fiestas, ya no es día duro, es día piedra. Y así ha sido el día de hoy.
Las cabezadas no intencionadas y los codazos recibidos son otras de las consecuencias de mi blogadicción, ya que se han debido al cansancio y el sueño que arrastro desde que parí este blog, y más aun desde que nació su hermano pequeño Mamá, qué cenamos hoy? Lo del moco tendido en principio no está relacionado con todo esto, aunque quizá mi estado de agotamiento y mi extenuación me hacen estar más sensiblera. Quizá. Seguro.
Así que tras acostar a los niños, hoy sí que bien tarde, he intentado sentarme en el sofá a relajarme, simplemente a eso, sin blog, sin Facebook, sin Twitter, sin Reader... pero con móvil cerca, por lo que he acabado sucumbiendo por culpa de sus avisos. Y aquí estoy, con entrada quejicosa, comentarios en otros blogs, tonterías en el Twitter y ojeando el Facebook.
Pero bien acompañada...