Imaginémonos que en una ciudad se ponen de modas las calesas de caballos. Al principio sólo los más adinerados o estrambóticos compran bonitas calesas con sus lindos caballos para circular por la ciudad.
En un primer lugar las calesas han de esquivar ciclistas, peatones, motos y coches. Ceden el espacio a todos los modos de movilidad, porqué son minoritarias. Poco a poco se hacen populares, el precio de la calesa baja (más demanda pero a la vez más competencia y nuevas tecnologías), los caballos pasan a ser más sanos y fuertes, más baratos de mantener, y por tanto se van popularizando.
En un principio comienzan a adaptarse las calles al tipo de movimiento que necesitan las calesas, se adoquinan, se levanta el asfalto para poner adoquines que no dañen tanto las pezuñas ni las ruedas de las calesas, se crea un servicio de limpieza para las manchas que dejan los caballos.
Más tarde se reduce el espacio para peatones para poder dejar aparcadas las calesas ya que los edificios no contemplan el tener un establo para caballos y espacio para la calesa. Por otro lado, comienza a haber accidentes con las calesas y se han de habilitar nuevas señalizaciones y barreras (los semáforos los caballos no los ven y a veces no obedecen al cochero) que suben y bajan en mitad de la calle para controlar el tráfico. Cientos de peatones son pisoteados por caballos al año, algún ciclista es empujado por un animal o atropellado por una calesa, hay coches abollados por culpa de los caballos cuando se encabritan.
Además la ciudad comienza a oler mal, a pesar de los esfuerzos destinados por los equipos de limpieza y la introducción de bolsas de recogida de defecaciones de caballo, es imposible evitar que hay ese olor a caca de caballo por toda la ciudad.
Al final el ayuntamiento decide tomar medidas, primero cobra una tasa a las calesas para financiar muy parcialmente todos los gastos que genera el ir en calesa por la ciudad y adaptar las calles a esta forma de movilidad. Por otro lado, comienza a crear zonas para circular los peatones a pesar de reducir espacio para aparcar calesas y caballos, y por último crea zonas libres de calesas para que otras formas de movilidad menos lesivas con el entorno sea posible utilizarlas.
Imaginémonos ahora que al construir una zona libre de calesas, donde no se puede aparcar, los propietarios de calesas montaran en cólera y protestaran. Es posible que el establo público que se quiere construir, el ayuntamiento haya hecho alguna trastada y haya algún contubernio de corruptela, o no, es indiferente, el tema que ha provocado la reacción es no poder circular y aparcar la calesa en esa calle, para que, oh… los peatones y el transporte público pueda circular de forma prioritaria. La calesa representa la libertad, y desde hace 50 años que se ha adaptado la ciudad a las calesas, ¿cómo puede ser que ahora se quiera cambiar?.
La corrupción urbanística, la especulación, la crisis son motivos de fondo para detonar la reacción contra la peatonalización anticalesa, pero el motivo que lo detonan no es ni más ni menos el privilegio de circular con calesa y aparcar por cualquier calle de la ciudad.
He querido hablar de calesas para que la empatía (necesaria pero en este caso enturbiadora) hacia los usuarios de coche privado nos evite analizar el problema que ha hecho detonar la reacción ciudadana en Gamonal: la defensa de lo que no es más que un privilegio, aparcar delante de tu casa o en tu propia calle.
Durante 8 años como conseller de mobilitat del distrito de Horta-Guinardó, he visto reacciones (no tan exageradas, pero claramente beligerantes), contra proyectos que reducen aparcamientos en la calle o carriles para el coche privado. Algunas casi provocan que algún vecino llegara a las manos. Proyectos, además, que estaban pactados (como el caso de Gamonal) con las asociaciones de vecinos de turno (o sea, los pocos vecinos que están interesados en el interés general del barrio, y no en su interés particular y su modo de movilidad particular).
Seguramente hay temas de fondo que han generado un poso para reaccionar así, pero no podemos dejar de ver, por mucho bosque que hay detrás, que la enorme secuoya que les ha hecho reaccionar es perder el privilegio de aparcar en la propia calle.
Entrar a debatir si tener un coche es imprescindible o no en Burgos (ciudad densa, relativamente pequeña y con buen transporte de bus urbano), pero aunque así lo fuera, las externalidades negativas de tener un vehículo no lo han de pagar todos, y sobretodo, el uso prioritario que hay en las vías urbanas totalmente orientado al coche privado es insostenible. Los demenciales alegatos a favor de aparcar en doble fila no son más que criterios para defender la hegemonía aplastante e indiscutible del coche frente a cualquier otro modo de movilidad.
Se intenta decir que el ayuntamiento es del PP y que los que protestan son gente de clase trabajadora. La pertenencia de clase no da o quita razones, y hay claros ejemplos donde clases altas se cargan alcaldes progresistas. Una de las principales bazas de la derrota del PSC en Barcelona radica en la campaña sistemática que desde el upper Diagonal se hizo a través de diversas cabeceras de diarios, especialmente La Vanguardia, a Hereu (y en su momento Clos) provocadas por las políticas de movilidad que intentaron que el coche no fuera prioritario. ¿Creéis que en el fondo es muy diferente la virulenta reacción emocional en contra de unir los tranvías o del área verde o contra los parquímetros?. Simplemente las clases altas utilizan otros medios para forzar decisiones, pero en el fondo está provocado por los mismos motivos y toca la misma fibra.
Por otro lado vienen los alegatos en contra de que el gasto público debería ir orientado a otros temas, considerando que más de la mitad se pagan con fondos europeos que tienen la finalidad de gastarse en estos temas de movilidad y peatonalización, que además hay directivas europeas que obligan a los ayuntamientos a pacificar el tráfico y reducir la contaminación, pasando porqué TODOS los partidos, incluso IU tenían esa propuesta en el programa electoral, que la propuesta se pactó en su momento con las asociaciones de vecinos y que además cuando se aprobó el Plan de Inversiones Municipal, los vecinos no reaccionaron. El argumento que es “por una cuestión de prioridades” no cuela.
Los vecinos han reaccionado por la reducción de aparcamientos y en contra de la peatonalización. Lo otro, la corrupción, la prioridad de gasto, etc.. forma parte de la argumentación justificativa pero no de su argumento central. Aunque la obra saliera gratis porqué la paga al 100% la UE (y eso es casi así) los vecinos hubieran reaccionado igual. Que el alcalde es muy incompetente a la hora de gestionar el conflicto, también, pero eso no da la razón a la demanda vecinal. Que la gestión de la consulta de la Diagonal se hizo políticamente de forma nefasta no quita que sea imprescible unir los dos tranvías en Barcelona.
Puedo empatizar con los vecinos porqué ellos crean que pierden un derecho, pero no les daré la razón. Aparcar en la calle es un privilegio, a veces es un privilegio que se ha de poder mantener por imposibilidad de encontrar soluciones a corto plazo, pero ha de explicarse como tal, es un uso privativo del espacio público para dejar aparcado mi vehículo, y que se hace a costa de los peatones, ciclistas, del transporte público y de hecho de la seguridad vial de todos. Circular por la ciudad también es un privilegio por el que se paga el impuesto de circulación, pero que se hace a costa de otros modos de movilidad y de la salud del resto de ciudadanos.
Y francamente puedo empatizar con los vecinos, e incluso pensar que tienen razón en el caso de la corrupción urbanística, pero no me solidarizaré con ellos en la defensa de seguir privilegiando un modo de movilidad que genera tantas externalidades negativas como es el coche privado, frente a otros.
Y temo que media red ha perdido el oremus apoyándoles, el síndrome “David contra Goliath” aplicado al fenómeno NIMBY. No es una revolución provocada por defender las becas de comedor para los niños o para defender un banco de alimentos o para evitar el cierre de un centro de salud, es una revolución provocada por la defensa de un privilegio y por seguir priorizando el vehículo privado frente a cualquier otro modo de movilidad. El resto, el supuesto alcalde corrupto o las prioridades de gasto, no deja de ser la pintura y el barniz para dotar de épica y de credibilidad a esta demanda.