-No queda sino batirnos.
Esto decía don Francisco de Quevedo en la serie de libros Las aventuras del capitán Alatriste de Pérez-Reverte.


-Entre el clavel blanco y la rosa roja, su majestad escoja.
Menos mal que la reina reaccionó bien.
Quien también hacía correr versos envenenados por Madrid era Lope de Vega, un mujeriego incorregible, que tenía que batirse o salir huyendo. No en vano una vez fue detenido por difamación cuando intentaba escapar del teatro de la Cruz en el momento de la representación de su nueva obra. Enrolado en la Armada Invencible, secretario de personajes ilustres, encarcelado, desterrado y entre amor y amor aún le dio tiempo a ser uno de los escritores más prolíficos.
Calderón de la Barca es otro de nuestros literatos de capa y espada, espada que tuvo que desenvainar no pocas veces. En una de ellas asaltó el mismísimo convento de clausura de las trinitarias en pos de un enemigo que había herido a su hermano. Este fue el hecho que le valió la enemistad con Lope, ya que no le perdonó que turbara la paz del convento donde su hija era novicia.
