Revista Sociedad

De capitalismo y humildad

Publicado el 09 junio 2020 por Abel Ros

Decía, el otro día, en mi página de Facebook que no soporto a la gente estirada. No me gusta, la verdad sea dicha, las personas que miran por encima del hombro. El capitalismo, añadía, ha traído consigo mucha prepotencia. Tanta que se necesita igualdad. Igualdad para que resurja la humildad y brille la inteligencia. Tras escribir estas reflexiones, me acordé de Nietzsche, Freud y Marx, los tres jinetes de la sospecha. Y me acorde de ellos, queridísimos lectores, porque la razón es condición necesaria, pero no suficiente, para explicar el mundo. Más allá del temperamento, existen otros aspectos de la personalidad que vienen determinados por el ambiente. Mientras las emociones - la culpa, el asco y la sorpresa, por ejemplo - son universales. Otras características, de nuestra ubicación ante el mundo, son culturales. Y cuando hablamos de cultura, incluimos el sistema económico, la organización política y el arte, entre otros ingredientes.

La prepotencia, como antónimo de humildad, es una construcción social. Nadie nace humilde o prepotente. La humildad y la prepotencia no serían comprensibles sin apelar a la estructura social. Es la jerarquía, maldita sea, quien determina las dosis de humildad que cada uno portamos dentro. Existe una alta correlación entre pobreza y humildad. Tanto el dinero como el poder político deshumanizan a la gente. No olvidemos, tal y como defendía Marx, que la infraestructura - lo material - determina la superestructura - lo inmaterial -. Tanto que el capitalismo está hecho a la horma de la burguesía. Una burguesía que ostenta poder económico, social y político. Y, una burguesía, que está situada en las esferas altas de lo social. Esferas donde se tejen redes clientelares, puertas giratorias y corrupción política. En esos estratos sociales abunda la vanidad, los egos subidos y la insolidaridad. Abunda, como les digo, adjetivos alejados de la humildad. Y adjetivos que están ahí porque existe desigualdad.

Si todos fuéramos ricos. Si el hijo del barrendero como la hija del banquero cobraran lo mismo. La pregunta del millón sería: ¿existiría la humildad? Existiría, claro que sí, pero de modo excepcional. El sistema económico capitalista está basado en la escasez. Una escasez que inunda a la mayoría de la población y crea distancias entre el querer y el poder. Solo unos pocos, una parte pequeña de la sociedad, vive en la abundancia. Sería la igualdad, maldita sea, quien eliminara, de alguna manera, esas actitudes de prepotencia y superioridad. Actitudes que disminuirían con una sociedad más homogénea y justa. Una sociedad donde la distancia entre las capas de la nobleza y las migajas del lazarillo no fueran tan extensas. El Estado se convertiría, por tanto, en una parte fundamental para conseguir el objetivo. Un objetivo necesario para que los individuos no fueran instrumentos sino fines en sí mismos.


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