Siempre dudé entre elegir el bachillerto de ciencias o de letras. Al final opté por el primero pero en COU seguí dudando y elegí las humanidades para embarcarme en la licenciatura de geografía e historia. Es una combinación del espacio y el tiempo con con cierta tangencialidad entre una cosa y otra. Por eso me ha encantado encontrar esa pista que Arturo Pérez-Reverte estampa en la dedicatoria de su nueva novela -El asedio- sobre un fragmento de Las cartas a una princesa alemana de L. Euler.
«La pesantez o gravedad es una propiedad de todos los cuerpos terrestres e incluso de la luna. Por la pesantez, la luna es impulsada hacia la tierra, que modifica su movimiento de la misma manera que modifica el movimiento de una bala de cañón o de una piedra lanzada con la mano. Debemos este importante descubrimiento al difunto señor Newton. El gran filósofo y matemático inglés se hallaba un día tumbado en un jardín, bajo un manzano, una manzana le cayó en la cabeza y le permitió realizar muchas reflexiones. Concibió que la pesantez había hecho caer la manzana, después de ser desgajada de la rama quizás por el viento o alguna otra causa. Esta idea parecía muy natural, y cualquier campesino hubiera hecho la misma reflexión; pero el filósofo inglés fue más lejos. Es necesario, pensó, que el árbol fuera alto; y esto le hace formularse la pregunta de si hubiera caído la manzana abajo en el caso de que el árbol fuera todavía más alto. De ello no podía dudar.
Pero si el árbol hubiera sido tan alto que llegara hasta la luna, se encontraría indeciso en decidir si la manzana caería o no. En caso de que cayese, lo que le parecía en todos los aspectos muy verosímil, pues no se puede concebir un límite en la altura del árbol en el que la manzana no cayese; en este caso, se precisaría que tuviera algún peso que la impulsara hacia la tierra; luego si la luna se encontrase en el mismo lugar, sería impulsada hacia la tierra por una fuerza semejante a la de la manzana. Sin embargo, como la luna no le cayó en la cabeza, comprendió que el movimiento podría ser la causa, de la misma manera que una bomba puede pasar por encima de nosotros sin caer verticalmente hacia abajo. Esta comparación del movimiento de la luna con el de una bomba le determinó a examinar más atentamente la cuestión, y, ayudado por los recursos de la más sublime geometría, encontró que la luna seguía en su movimiento las mismas reglas que se observan en el movimiento de una bomba; de manera que si fuera posible lanzar una bomba a la altura de la luna y con la misma velocidad, la bomba tendría el mismo movimiento que la luna. Señaló únicamente esta diferencia: el peso de la bomba a esa distancia de la tierra sería mucho menor que aquí abajo. Vuestra Alteza(1) observará, por este relato, que el principio del razonamiento del filósofo era muy simple, y no difería apenas del de un campesino, aunque después se elevó infinitamente por encima. Luego es una extraordinaria propiedad de la tierra, que todos los cuerpos que se encuentran, no sólo en ella, sino también los muy alejados, hasta la distancia de la luna, les impulsa una fuerza hacia el centro de la tierra; y esta fuerza es la gravedad, que disminuye según los cuerpos se alejan de la superficie de la tierra. El filósofo inglés no se detuvo aquí: como sabía que los cuerpos de los planetas son totalmente semejantes a la tierra, concluyó que los cuerpos en los alrededores de cada planeta son pesados, y la dirección de esa pesantez tiende hacia el centro del planeta. Tal pesantez sería quizás más o menos grande que en la tierra, de manera que un cuerpo de cierto peso entre nosotros, al ser transportado a la superficie de un planeta, tendrá allí un peso más o menos pequeño. Por último, la fuerza de gravedad de cada planeta se extiende también a grandes distancias alrededor; y como vemos que el planeta Júpiter tiene cuatro satélitesy Saturno cinco, que se mueven alrededor de ellos como la luna alrededor de la tierra, no se puede dudar que el movimiento de los satélites de Júpiter no sea moderado por su pesantez hacia el centro de Saturno. Pero, de la misma manera que la luna se mueve alrededor de la tierra y los satélites alrededor de Júpiter o de Saturno, todos los planetas se mueven alrededor del sol; de donde Newton obtuvo esta famosa consecuencia: el sol está dotado de una propiedad semejante de pesantez y todos los cuerpos que se encuentran alrededor son impulsados hacia el sol por una fuerza que podría llamarse gravedad solar. Esta fuerza se extiende muy lejos alrededor del sol, y hasta más allá de todos los planetas, pues modifica su movimiento. El mismo filósofo por la fuerza de su espíritu encontró el medio de determinar el movimiento de los cuerpos, cuando se conoce la fuerza por la que son impulsados; luego, puesto que había descubierto las fuerzas que impulsan a los planetas, estaba en condiciones de proporcionar una justa descripción de sus movimientos. En efecto, antes de este gran filósofo, se tenía una profunda ignorancia sobre el movimiento de los cuerpos celestes; y sólo a él debemos las grandes luces que ahora gozamos en astronomía. Vuestra Alteza estará sorprendida por los grandes progresos que todas las ciencias han obtenido de un principio tan simple y leve. Si Newton no se hubiera tumbado en el jardín bajo un manzano, y no hubiera caído por azar una manzana en su cabeza, quizás nos encontraríamos en la misma ignorancia sobre el movimiento de los cuerpos celestes y sobre una infinidad de fenómenos que dependen de ellos. Esta materia merece toda la atención de vuestra Alteza, y me satisface hablar en la próxima sobre el mismo tema.»
Resulta de estos diferentes textos, que a los ojos de Newton (que tiene sumo derecho a ser escuchado, cuando se trata de la naturaleza de la atracción), dicho fenómeno era probablemente el efecto de una causa mecánica, obrando con arreglo a las leyes generales del movimiento, aunque no posea bastante número de experimentos para que pueda afirmar nada de su naturaleza. Algunos de los más grandes sabios del siglo XVIII han adoptado la misma opinión: Euler, por ejemplo, el cual, defendiendo con calor la ley de Newton contra los cartesianos, admitía, sin embargo, con éstos que todos los fenómenos del movimiento se explican mecánicamente, y rechazaba la idea de una atracción a distancia como una cualidad oculta resucitada por los escolásticos. He aquí lo que nos dice Euler con este objeto:
«Es un hecho demostrado por las más sólidas razones que en todos los cuerpos celestes reina una gravitación general, en virtud de la cual son rechazados o atraídos unos hacia otros, y que esta fuerza es tanto mayor cuanto más próximos se hallan entre sí. Semejante hecho no puede ponerse en duda, pero no están conformes sobre sí se le debe llamar una impulsión o una atracción, aunque el nombre no cambie lo más mínimo la cosa. Vuestra Alteza sabe que el efecto es el mismo, ya se empuje un coche por detrás, o sea arrastrado por delante; así el astrónomo, atento tan sólo al efecto de esta fuerza, no se cuida de si los cuerpos celestes son rechazados unos hacia otros o se atraen mutuamente, de la misma manera que no se toma cuidado sobre si la tierra atrae los cuerpos, o si son éstos rechazados por una causa invisible. Pero si se quiere penetrar en los misterios de la naturaleza, es muy importante saber si los cuerpos celestes obran unos sobre otros por impulsión o por atracción; si es alguna materia sutil e invisible que obra sobre ellos y los rechaza unos hacia otros, o si se hallan dotados de una cualidad latente u oculta por medio de la cual se atraen mutuamente. Los filósofos se encuentran divididos en este punto; los partidarios de la impulsión se llaman impulsionistas, y los de la atracción atraccionistas. M. Newton se inclinaba mucho hacia los últimos, y en la actualidad casi todos los ingleses pertenecen a este bando. Convienen ellos en que no existen cuerdas ni máquinas que ordinariamente se empleen para tirar, y de las cuales pudiera servirse la tierra para causar la pesadez, menos aún descubren entre el sol y la tierra algo que nos indujera a creer que aprovechaba al primero para atraer a ésta. Si se viese seguir un coche a los caballos sin estar éstos uncidos, y no se observasen cuerdas ni ninguna otra cosa propia para mantener la comunicación entre el carruaje y los animales: no se diría que aquél fuese arrastrado por éstos, más bien deberíamos admitir que existía alguna fuerza impelente, aún cuando nada se pudiera observar, a menos que fuese obra de hechicería».
Estos fragmentos están extraídos de unas de las doscientas cartas dirigidas a Federica Carlota Ludovica von Brandenburg Schwedt, princesa de Anhalt Dessau y más tarde abadesa del convento de Herford. Leonhard Euler, amigo de su padre, escribió las cartas a la princesa desde Berlín, yendo todas fechadas (1768-1772). Las cartas constituyen un epítome general de temas que abarcan la ciencia, la filosofía, la teología o la música; tratados con sencillez y sin entrar en justificaciones matemáticas, que certifican una vez más la categoría de sabio universal del suizo.