Revista Cultura y Ocio

De cine. “Sonnenallee” (1999)

Publicado el 08 noviembre 2013 por Aranmb

Du hast den Farbfilm vergessen, mein Michael,
nun glaubt uns kein Mensch wie schön´s hier war…

Te olvidaste del carrete a color, mi Michael,
ahora nadie va a creernos lo hermoso que fue…

El carrete a color era la RFA y el blanco y negro la RDA, pero nadie pareció darse cuenta de aquello cuando Nina Hagen, la nueva sensación alemana, por entonces aún líder del grupo Automobil, lo cantó por primera vez a mediados de los 70. Eran tiempos de razonable rebeldía, pero, como siempre, las tortillas acaban dándose la vuelta y veinte años después, derrotado ya el bloque del este, surgió la Ostalgie que aún hoy, como puede comprobar quien visite Berlín, sigue pegando duro.

La Ostalgie, la nostalgia por la desaparecida RDA, no sólo se limita a las tiendas de souvenirs con Trabants de juguete y botellitas de vodka teñido en verde o rojo a la usanza del Ampelmännchen, sino que también ha generado todo un boom de películas muy interesantes en las que, humor mediante, se recuerda con voz crítica pero también nostálgica -y con moraleja final, no siempre cómoda de escuchar para los occidentales- aquella Alemania desaparecida en la que todos soñaban con la libertad… hasta que se la encontraron de golpe. La más conocida del género es, sin lugar a dudas, Good bye, Lenin! (Wolfgang Becker, 2003), pero Sonnenallee (Leander Hoßmann, 1999) fue la primera. Tristemente desconocida por estos lares -dudo que se haya llegado siquiera a doblar al español-, es, sencillamente, fabulosa. Y, sin desmerecer a la maravillosa obra de Becker, también parece hecha más en primera persona, más desde el corazón. No en vano, Leander Hoßmann, a diferencia de los otros directores fetiche de la Ostalgie, sí se crió en la RDA: creció en ella, la vivió de primera mano y, como su protagonista, probablemente también se enamoró.

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Érase una vez en el este…

sonnenallee2Era joven y estaba enamorado. Y con eso basta para que Michael Ehrenreich (Alexander Scheer), el protagonista, recuerde aquel carrete en blanco y negro que fue la RDA en colores más que vivos. Michael, joven residente en la Sonnenallee, arteria berlinesa en la que las dos Alemanias se dividen y la frontera, eternamente custodiada por guardias armados, separa a sus vecinos, es crítico con el gobierno, como cualquier joven de su edad, pero, principalmente, vive. Y se enamora. En su caso, de Miriam Sommer (Teresa Weißbach), una valkiria de melena dorada y piernas interminables que centra su particular revolución en acostarse con un alemán occidental cuya principal cualidad consiste en tener muchos, parece que excesivos, bienes materiales. La familia de Michael es normal, feliz acaso; recibe las ocasionales -y cada vez más frecuentes- visitas del tío Heinz (Ignaz Kirchner), que vive al otro lado del muro y aconseja mejoras de vida a su familia en base a los tópicos que allá se tienen sobre la RDA. No es el único: también los habitantes del este mantienen un concepto un tanto sonnenallee3distorsionado de sus desconocidos vecinos con los que apenas si tienen contacto, clandestino, por supuesto, a través de las vallas de la frontera. Así pasa la vida: entre amores imposibles, drogas caseras y las experiencias de quien se abre al mundo con todo el tiempo posible para conocerlo; con obsesiones no por sencillas -el último disco de los Rolling, la música prohibida, Jean Paul Sartre… la libertad, en definitiva- menos definitorias de lo que es, a uno y otro lado del muro, la adolescencia.

Con humor y sinceridad, Sonnenallee es todo un ejercicio de nostalgia, sí, pero nostalgia educativa y crítica. Una película imprescindible para comprender, también, ese otro lado del muro que desde occidente no llegamos a conocer más que cuando estaba exhausto y moribundo, y por el que perdimos el interés mucho antes de que conociera la desilusión de la libertad recobrada.


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