Para innumerables culturas los nombres han significado el poder de predestinar vidas
No le tengas miedo a los nubarrones…
cuando sientas el frío que trae la pena, yo estaré junto a ti para darte abrigo
(Willie Colón y Rubén Blades, 1995. Tras la tormenta)
Existen muchas maneras de asignarle el nombre a una persona aún no nacida, algunas de ellas al menos en los hogares venezolanos consiste en rendir honores al padre, a la madre, incluso a los abuelos o las abuelas, de quienes se selecciona el que más resuene al combinarse, el resultado termina en una mezcla en la cual nos encontramos con Rosa Helena, Jesús Antonio, María José o José María.
Evadir santas y santos del calendario gregoriano debido a la existencia de nombres particularmente poco atractivos implicó en otros hogares buscar referencias inspiradas en algún personaje importante de la historia política, artistas del mundo del cine y la televisión, modelos de pasarelas, personajes de algún libro famoso, músicos, poetisas, reyes, reinas, fuentes tan variadas como sus nacionalidades, es por ello que Isabell o Etham forman parte de las listas de asistencias de muchos colegios.
Las promesas por su parte son la razón de la existencia de muchas Betanias, Bárbaras, Josés Gregorios, entre otros, que al ser bendecidos y bendecidas con la oportunidad de sobrevivir a un embarazo de alto riesgo, a un parto difícil o a un milagro de concepción tras la búsqueda por años de un bebé son entregados como ofrenda y muestra de agradecimiento a quien solicitaron el favor concedido.
Algunos padres y madres han encontrado inspiración en la naturaleza, la ancestralidad, las deidades, por eso tenemos a Coral, hijita de una amiga muy querida amante de los mares, o a una Uma del Trueno, hija de otra gran estimada amiga, quien al momento de su nacimiento en casa fue acompañada por la energía de los cielos.
La selección de un nombre comprendida desde este este punto de vista responde en algunos casos al deseo de impregnar de esa energía inspiradora a quien nacerá augurándole buen destino, podríamos decir que el asignar nombre constituye una especie de rito en el cual intentamos predestinar vidas.
Los nombres están cargados de significados simbólicos, sin embargo también son reflejo de la clase social-economica a la cual pertenecemos, por ello no es de extrañar que los nombres posean color y raza, producto del profundo racismo y clasicismo que impera en la sociedad venezolana nos encontramos infinidad de burlas y desprecios hacía los Willys, Jonaikel, Yasurys, Milaidys, a quienes con chistes estigmatizantes se les señala de “criminales”, monos o macacos.
En las dos oportunidades de mis embarazos deseados estuvo presente la necesidad de encontrar un nombre que representara la fuerza vital sentida en cada una de las gestaciones, más allá de si resultaba de una influencia indígena, negra o fuerza natural, lo importante siempre fue evitar llamarle con un nombre colonial.
Con el primer embarazo no tuvimos tiempo, en la semana 9 nos enteramos que su corazón no latía, sin embargo para el momento de la siembra de ese saquito que había dentro de mí lo encontramos, le pusimos Mijao, un árbol enorme y abundante en Altagracia de la Montaña, lugar en el que fue concebido.
Con el segundo embarazo la historia es otra y esa se las contaré pronto, por ahora solo me gustaría decirles que le pusimos Yara, Yara como la diosa María Lionza, Yara de agua, de vida y como canta Willie Colón y Rubén Blades “Yara con la luz que brilla”.
Ketsy Medina