Revista América Latina

De comae a comae | Tócate la pancita, mamita

Publicado el 04 septiembre 2024 por Jmartoranoster

Por primera vez en la vida, cuidarme significaba al mismo tiempo cuidar de otra vida

La salud también se teje a través del afecto, las ternuras, las sororidades, la armonía entre seres humanos y la naturaleza.

Yolanda Arango

Acariciar la panza y mirar con ternura el crecimiento progresivo de mi abdomen durante el embarazo fueron los dos gestos de ternura con los cuales más me demostré afecto. Por primera vez en la vida, cuidarme significaba al mismo tiempo cuidar de otra vida.

Atendía con esmero la piel de los senos y la tripa. Por ello, después de cada baño se hizo ritual embadurnar esas zonas con aceite de coco. Hacia finales del embarazo, aquella ceremonia sin pena ni pudor pasó del espacio íntimo doméstico al público callejero. A mayor volumen corporal, mayor cantidad de enceradas. Bastaba sacar de la cartera un aplicador para realizar mi práctica sagrada, incluso montada en una camionetica por puesto.

Con la idea de usar productos naturales y orgánicos para afectar lo menos posible a mi morrocoya y al mismo tiempo apoyar con la compra a una marca artesanal nacional, opté por adquirir un producto que al poco tiempo descarté. El olor del aceite se puso rancio y algunas reacciones cutáneas me hicieron dejar de usarlo. La economía ajustada me llevó hasta un superpote de Kirkland (organic virgin coconut oil), comprado en un bodegón de la ciudad.

Con tres litros de aceite prensado al frío en casa, me garanticé no solo una piel hidratada, sana, libre de estrías y ardores, sino que, aprovechando sus atributos y cualidades para el cabello, entró en el paquete para sustituir más productos químicos del cuidado personal, como las cremas para peinar, el enjuague o los baños de crema. Empecé a resolver con aceite de coco diversidad de cosas. Incluso el papá de Yara agregó diariamente una cucharita a mis ensaladas de fruta de la mañana.

Nunca antes atenderme había sido tan importante en la vida. Me sentía permeable, porosa, un cuerpo-esponja por el cual atravesaban sustancias hasta el saco de mi bebé. Desde lo que me colocaba en la piel, las uñas o el cabello hasta lo que comía era relevante para mí. Por ello, disminuir el consumo de azúcar refinada, las harinas y el café, así como hacer ejercicios, bailar y tomar agua, se hicieron prácticas vitales.

Tener un embarazo en salud era la meta y esta acción trascendía el simple cumplimiento de un mandato con esmero. Mis acciones no respondían a órdenes médicas. Eran más bien el resultado de un proceso de consulta con otras mujeres gestantes y la indagación constante sobre las mejores formas de gestionar mi salud.

Me preguntaba muchas veces por qué durante el embarazo puede llegar una a sentir la responsabilidad de cuidarse más, haciendo de las advertencias y consejos dados un peso con el cual se carga hasta después del parto. Me preguntaba por qué la duda combinada con el miedo podían jugar en contra para hacerte acatar una recomendación sin haber constatado, verificado o corroborado que fuera cierta, aun cuando la misma viniera de manos de tu ginecobstetra.

Pasando las treinta semanas de embarazo, estando en uno de los controles prenatales, recuerdo a una enfermera decirme en la sala de espera que dejara de tocarme la barriga. Al preguntar el porqué, dijo que sobarme podía adelantar el parto. En la sala, varias gestantes en espera escucharon; lo conversamos y la mayoría decía que era importante obedecer aquel aviso. En mi cabeza no cabía esa idea.

Llegaban a mi mente imágenes del personal médico practicando la maniobra de Kristeller, que consiste en empujar la barriga desde el fondo del útero con los puños o los antebrazos durante una contracción para apurar el parto. También imaginé innumerables situaciones en donde el contacto con el cuerpo gestante con el fin de lograr la salida del bebé no eran precisamente las más dulces y cariñosas. Mis manos se posaron en el vientre: la resistencia fue mi respuesta automática.

No entendía cómo el amor y la ternura con esa vida dentro podían significar un peligro, cómo una caricia podía desencadenar o inducir un parto prematuro; todo aquello era incomprensible. Solo la determinación y la rebeldía fueron mis fuerzas guías para desacatar esa y cualquier otra orden que no respondiera al sentimiento amoroso con el cual me estaba tratando a mí misma y a mi hijita en gestación.

Tener la capacidad de tomar tus propias decisiones te hace sentir poderosa. Ser capaz de negarte, de decir cómo quieres ser tratada, de escoger la forma de tu parto, de negarte a seguir instrucciones a ciegas, todas manifestaciones genuinas de la autodeterminación y soberanía que sobre tu propio cuerpo puedes llegar a tener, es posible, es real. Solo necesitas comunidad, conocimiento y determinación.

Si te han dicho que no te toques la barriga, seguramente esa persona está haciendo de casos concretos una generalidad. Siempre y cuando tu salud y la de tu embarazo estén dentro de los parámetros normales, vas a poder tocarte esa barriga las veces que gustes y quieras. Recuerda lo que dice la Unicef:

Lejos de ser un tic o un gesto de inseguridad, se trata de algo muy natural que tiene beneficios para la madre y para el bebé. Con los masajes en tu vientre, le comunicas a tu bebé cariño y es una forma de hacer contacto físico.

Ketsy Medina

Referencias:

Arango Panesso, Y. (2011) Autocuidado, género y desarrollo humano: hacia una dimensión ética de la salud de las mujeres. Biblioteca Digital de la Universidad del Valle. https://core.ac.uk/download/pdf/11862592.pdf

Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef). (2019, junio). Juega conmigo. Actividades para aprender y comunicarte con tu hijo desde el embarazo hasta el nacimiento. https://www.unicef.org/dominicanrepublic/media/1856/file/Publicaci%C3%B3n%20%7C%20Juega%20Conmigo:%20Desde%20el%20embarazo%20hasta%20el%20nacimiento.pdf

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