Comemos porque nuestro organismo está diseñado para ello; la evolución ha favorecido a los individuos capaces de almacenar grasa.
La obesidad es una epidemia que se extiende por todo el mundo. Afecta a los países desarrollados, pero todavía de manera más acusada a los países en vía de desarrollo, porque tradicionalmente en su historia, han pasado más hambre que nuestros antecesores en Europa, por lo que tienen mayor prevalencia de esos genes ahorradores.
La maquinaria genética funciona para asegurar nuestra supervivencia, esto se traduce en eso que conocemos como deseo de hambre, que hace que nos procuremos alimento.
Un ejemplo de lo que conlleva el poder de la evolución lo podemos ver en los mecanismos con que cuenta el hombre para no morirse de hambre; que no es uno sólo sino muchos. Se han duplicado, de manera que si uno falla, otro se pone en marcha. De ahí, que es complicado, casi imposible que los fármacos dedicados a perder peso no funcionen como se espera de ellos.
En España, la tasa de obesidad se ha duplicado en los últimos 20 años; actualmente, más de la mitad de la población adulta, en torno a un 53%, está por encima de su peso, un 36% de la población padece sobrepeso y un 17% son obesos.
Esto supone un grave problema para un colectivo de personas bastante grande, para nuestro sistema sanitario y para nuestra sociedad en general, por lo que hay que darle la importancia que se merece.
En el caso de la obesidad infantil, supone uno de los mayores desafíos para la salud en nuestro siglo. En los últimos cuarenta años el número de niños entre 5 y 19 años obesos se ha multiplicado por diez, por lo que de seguir este alarmante incremento, en el año 2022 habrá más población infantil y adolescente con obesidad que desnutrida.
La obesidad durante la infancia se asocia con un aumento del riesgo de sufrir obesidad en la edad adulta, diabetes, enfermedades cardiovasculares, de las articulaciones, cáncer y problemas de salud en general.
Evidentemente, las causas de este incremento derivan de factores externos como, los cambios sociales propios de nuestro tiempo, el estilo de vida acelerado con su correspondiente nivel de estrés, las conductas familiares de desarraigo y los malos hábitos alimenticios con el auge de la comida basura y las bebidas azucaradas.
España es el segundo país de Europa con mayor tasa de obesidad entre su población adulta, sólo por detrás del Reino Unido.
El problema se acentúa cuando está de por medio la negación o el desconocimiento, es decir cuando las personas con obesidad no sólo no consideran estar obesas, sino que se consideran dentro de un peso normal. Lógicamente, si no se reconoce la existencia de un problema, es mucho más complejo aplicar una solución.
Los hábitos que más se relacionan con la obesidad son comunes a todas las personas afectadas. Una de cada cuatro personas con obesidad pasan más de cinco horas sentadas fuera de su jornada laboral. Una de cada dos personas obesas pica entre horas. Los trastornos del sueño son otro de los hábitos frecuentes entre personas obesas, ya que al dormir sube la leptina, que reduce nuestra sensación de hambre, por lo que si padecemos de un sueño irregular, nuestra ansiedad por la comida aumentará.