Como buen licenciado en filología inglesa, jamás había oído hablar de Arnold Bennett. Por eso, cuando Elena me invitó a participar en el Arnold Bennett Bloggers Assembly, pensé que se había hecho un lío y que había confundido Matthew Arnold con Alan Bennett. No tardé en salir de mi habitual inopia y descubrir que Bennett fue, en su día, el escritor más famoso del mundo (BBC dixit). Y sin embargo, tras haber leído tres de sus obras (breves ensayos tan sencillos como intresantes), no dejo de tener la sensación de que Bennett no encajó del todo en su época. O quizá sí, y donde no encajó fue en la literatura de su época. Que no es lo mismo.
Pero empecemos, por qué no, por el retrato del hombre a quien tantos acabamos, como quien dice, de descubrir.
El gesto de las manos, así como los hombros ligeramente alzados en una postura un tanto forzada, nos muestran a un hombre que quiere estar orgulloso de lo que ha conseguido. El rostro, sin embargo, me revela a alguien que no acaba de tomarse demasiado en serio, como si esa mejilla derecha, que en casi todas las fotos aparece levemente inflamada, ocultara una postura "tongue in cheek", es decir, de broma. Bien pudiera ser que, apasionado lector como era de Marco Aurelio, a la hora de posar fuera consciente de que "un instante más, y habrás olvidado todo; otro, y todos te habrán olvidado". Así, el conjunto parece decir "me olvidarán por mucho tiempo, sí, pero un día, no tan lejano, un admirable grupo de blogueros organizarán un encuentro para homenajearme."
Y cuánta razón tenía. Porque vaya si cayó en el olvido. Y el homenaje ya rueda.
Bennett era, para qué negarlo, un hombre chapado a la antigua (intentemos olvidar por un momento las connotaciones negativas de la expresión), por lo menos en lo que respecta a la literatura. De ello lo acusaba Virginia Woolf, que lo definía como uno de "la vieja guardia" (y qué cercanas nos parecen esas rencillas y descalificaciones, ¿verdad?). Y la verdad es que, atendiendo a las recomendaciones de Bennett en su El gusto literario: cómo formarlo, uno entiende de dónde venía el término con que doña Virginia se refería a Bennett. Aquí lo tenemos dirigiéndose a lector (en mi traducción):
Sólo tiene usted una restricción. Debe empezar con un reconocido clásico y evitar las obras modernas.
No obstante, continúa:
El motivo de ello no implica un menosprecio de la época actual en beneficio de los tiempos pasados. De hecho, es importante, si en última instancia desea adquirir un gusto amplio y católico, prevenirse contra la opinión, demasiado extendida, de que nada moderno llegará jamás a ser comparable a los clásicos.
A modo de observación, señalaré que uno nunca deja de aprender la lengua inglesa, y descubre que "catholic", aparte de papista, significa, referido a una persona, "de amplios gustos e intereses".
Elizabeth Barrett Browning
A continuación recomienda a sus aspirantes a lectores con gusto que empiecen a formarse el mismo con poesía narrativa, en concreto con Aurora Leigh, de Elizabeth Barrett Browning, ya que, aduce, es una novela "mejor que cualquiera de las escritas por Charlotte Brontë o George Eliot". Bennett era un hombre de juicios contundentes.
Aparte de no ser del gusto de la Woolf, Bennett no acababa de apreciar una obra tan (aparentemente) demoledora para todo aquel mundo clásico como fue el Ulysses de Joyce, del que, pese a apreciar algunos de sus fragmentos, dijo que cualquiera podría escribir sobre:
"el día más diario posible", si se contaba con "suficiente tiempo, papel, capricho infantil y obstinación".
Para ser justos, hubo quien las dijo mayores sobre Ulysses.
Y así, intentando adoptar el estilo de nuestro homenajeado, creo haberle demostrado, apreciado lector, que no había un ápice de exageración en mi anterior afirmación al respecto de la antigüedad de la chapa de Mr Bennett. Y a estas alturas, '¿Cómo?', estará usted preguntándose sin duda, '¿acaso está usted criticando al autor que, según nos habían conducido a pensar, había de recomendarnos encarecidamente?' Y su impaciencia ante tamaña aparente contradicción estará perfectamente justificada. Pues es de rigor admitir que quizá debiera haber comenzado advirtiendo que en esa chapa tan antigua precisamente radica todo el encanto y una parte nada despreciable del valor literario del señor Bennett. De todos es sabido que 'anticuado' y 'clásico' son dos caras de la misma moneda, y nuestro héroe parece así ofrecer una de ellas a Mrs Woolf y su nueva guardia, y otra al lector contemporáneo.
Epícteto, autor de cabecera de Bennett
Efetivamente, el estilo de Bennett, quizá debido a la "convicción de su clasicismo" se revela hoy irresistiblemente moderno. Se trata de un estilo victorianamente refinado, bajo el que es evidente un tono sincero a la vez que irónico, que no deja de recordarnos a su admirado Thomas de Quincey, incluido, cómo no, en su lista de "Escritores en prosa: no imaginativos" (es decir, no ficción), imprescindibles para formarse un buen gusto literario. Uno se pregunta, no obstante, cuáles serían los motivos para omitir de esa lista, "creo que justificadamente", a Oscar Wilde, y relegarlo al nivel de Richard Jebb, Stirling Maxwell o P.G.Hamerton. Cuánta razón tiene Bennett en La máquina humana al achacar a la pasión la mayor parte de los errores del ser humano.
La pasión (el corazón) es responsable de todos los crímenes.
Porque es sin duda la pasión por la literatura lo que lleva al autor a emitir juicios que hoy (qué fácil) sabemos erróneos.
La fama de los autores clásicos la crean, originalmente, y la mantienen unos pocos apasionados (...) y es gracias a estos pocos apasionados que el renombre del genio literario se mantiene vivo de una generación a otra. Nunca dejan de trabajar. Siempre están redescubriendo el genio.
Wilde no lo era
Creo que no me equivoco si digo que muchos, al leer obras como El gusto literario o Cómo vivir con 24 horas al día, han pensado en los libros de autoayuda que hoy proliferan por los escaparates de las librerías. También creo que no soy el único que considera dichas obras (las de autoayuda) el paradigma de la infraliteratura, que no sólo parten de una premisa tan idiota como la de "léeme y verás cómo te autoayudo", sino que además están escritos en un estilo empalagoso, cuando no sencillamente cursi. También los editores contemporáneos han querido ver en Bennett una especie de profeta del autoayudismo y le han infligido portadas como la siguiente:
tan llenas de espiritualidad que son para salir huyendo.
Personalmente, yo no veo en ellas ni rastro de auténtico autoayudismo. Ni hoy ni entonces. En primer lugar (y disculpad el rápido y superficial resumen de estas tres obras), Cómo vivir..., por ejemplo, se me antoja mucho más una reflexión sobre el papel de la cultura en una sociedad en la que cada vez eran más los ciudadanos que tenían un trabajo de oficina de 9 a 5, es decir, gente con medios, tiempo libre, y acceso a una cultura que antaño sólo estaba al alcance de la aristocracia, que un catálogo de consejos para aprovechar mejor el tiempo. El tema principal de la obra, pues, sería en qué medida puede "la cultura", sea lo que sea lo que entendamos por ella, contribuir a la plena realización del ser humano. Curiosamente, Bennett parece contradecir en esta obra la premisa principal de El gusto literario:
No es un crimen no amar la literatura. No es señal de imbecilidad. Los mandarines de la literatura ordenan la ejecución inmediata del desgraciado individuo que no comprende, por ejemplo, la influencia de Wordsworth sobre Tennyson. Pero al hacerlo, pecan de insolentes. ¿Qué dirían, me pregunto, si se les pidiera que explicaran las influencias de Chaikovski en la Sinfonía Patética? (Cómo vivir con 24 horas al día)
Haciendo cola para el teatro. Londres a principios del s. XX
Por su parte, El gusto literario se aleja de la corriente de autoayuda en el hecho de que, como se dice en inglés, el autor predica a los conversos. Estoy bastante convencido de que Bennett, al escribir este libro, que no es si no una reflexión sobre por qué leemos, pensaba en sus lectores como amantes de la literatura con un gusto ya bastante... ¿refinado? ¿o, por el contrario, católico?, y era consciente de que sólo algún que otro despistado buscaría en este libro ayuda para llenar sus estanterías.
Finalmente, La máquina humana desarrolla algunas ideas apuntadas en Cómo vivir..., y se revela como una obra profundamente humanista en un tiempo en que el dinero se había convertido en el centro del universo. Hablamos de 1925, apenas unos años después de la mayor conflagración que el mundo había conocido, y cuatro antes del trágico final de aquella época de falsa abundancia.
Los hombres se interesan por cualquier criatura mortal salvo ellos mismos. Tienen la costumbre de no sentir el debido aprecio por sí mismos, y esa costumbre es responsable del noventa por ciento del aburrimiento y la desesperanza que hay en el planeta.
Pocas cosas me sorprenderían menos, en la vida social, que la aparición de algún movimiento anti-lujo, la formación de una liga o asociación entre la clase media (el único lugar en que abunda el intelecto), cuyos miembros se aliarían para elevarse por encima de las grandes, tontas, feas, banales y tediosas actividades relacionadas con el lujo.
Es fácil, al leer a Bennett, olvidar que leemos obras escritas hace un siglo. La marca del clásico.