El Plácido histórico.
Sobre este santo solo podemos fiarnos de la reseña que nos ha llegado por la obra de San Gregorio (3 de septiembre, elección papal, y 12 de marzo) en sus escritos sobre San Benito (21 de marzo y 11 de julio). Esta cuenta que Plácido nació en 515 y desde los siete años se convirtió en discípulo de San Benito. En una ocasión se cayó al agua y San Mauro (5 de octubre y 15 de enero), compañero suyo, lo salvó, caminando sobre las aguas, por su obediencia a Benito, que lo envió a salvarlo. Y punto. Ninguna crónica lo menciona nunca más, ni la Orden Benedictina se ocuparía de él hasta mucho más tarde.
Resurge Plácido.
En 1115 se hizo famoso en Italia un presbítero griego, sacerdote en Constantinopla, llamado Simeón. Este predicaba por las calles, llamaba a conversión y dejaba abobada a las masas con sus relatos y descripciones fantasiosas. Una de estas historias que contaba decía que él poseía un pergamino original, escrito por un tal monje Gordiano, en el cual se narraba la vida y martirio del glorioso San Plácido y sus compañeros mártires. Esta leyenda decía que Plácido era hijo de Tértulo, un senador romano que, como ya dije, vivió en el monasterio de Subiaco desde los 7 años. Siempre acompañó a San Benito en sus portentos y fundaciones y era el discípulo preferido del santo. Cuando Plácido era un joven monje, Tértulo donó a San Benito unas tierras que tenía en Messina para que fundase un monasterio (este detalle se entenderá mejor más adelante). Benito decidió enviar a Plácido como fundador, acompañado por los monjes Donato y Gordiano. Plácido levantó el monasterio y la iglesia, muy pronto ya tenía a 30 jóvenes dispuestos a tomar el hábito monástico. Oración, culto, estudio, trabajo, penitencias y ayunos eran el día a día de la comunidad. Hizo Plácido muchos milagros, como curar enfermos o multiplicar grano para los pobres.
He aquí que un día recibió Plácido la visita de sus hermanos Flavia, y los niños Eutiquio y Victorino, pues no le conocían al haberse ido él tan pronto de casa. Y estando juntos los cuatro hermanos, ocurrió que el pirata mahometano Massucha, al servicio del rey Abdallah, arribó a las costas de Messina proveniente de España, y comenzó a asolar la ciudad y el monasterio, que estaba junto al mar. Fueron apresados los hermanos y los 30 monjes. El primero en caer bajo la cimitarra, admitiendo que era cristiano, fue Donato, uno de los monjes. A los demás prometieron los musulmanes riquezas y honores si renegaban de Cristo, pero nada logró. Entonces mandó que todos, Flavia y los niños también, fueran azotados y encerrados en una mazmorra durante siete días sin comer ni beber. Mientras San Plácido alentaba a todos a padecer por Cristo, y todos estaban animosos por ello, sobre todo Flavia, que consideraba una bendición morir entre aquellos religiosos.
Martirio de Plácido, Flavia y compañeros.
A la semana, los santos fueron conminados de nuevo a apostatar de su fe, pero Plácido tomó la palabra y les dijo que bien podían ellos antes renunciar a su fe falsa, que ellos, cristianos, renunciar a la suya. Massucha mandó que a Plácido le cortaran la lengua, y aunque así lo hicieron, este siguió predicando a Cristo por milagro. Ante esto, no pudieron más los mahometanos que terminar el tormento, así que llevaron a todos a la orilla del mar y les cortaron las cabezas uno tras otro. San Plácido, aún sin lengua, clamó: "Salvador mío Jesucristo, que te dignaste padecer muerte de cruz por nuestra salvación, sé propicio a estos tus humildes siervos: danos constancia hasta el fin, y haznos la merced de que seamos asociados al coro de tus santos mártires. Consérvanos intrépidos hasta el último momento de nuestra vida, y dígnate aceptar el sacrifica que te hacemos de ella". Todos respondieron vigorosamente "amén" y acto seguido fueron decapitados. Luego los musulmanes saquearon el monasterio, lo quemaron y destruyeron hasta los cimientos, para luego embarcarse; pero he aquí que apenas estaban en alta mar, una tormenta hizo naufragar los barcos, pereciendo todos los piratas. Solo se libró Gordiano que estaba fuera del monasterio, cuando regresó, sepultó a todos en lóculos bajo la iglesia monástica.
La cosa se complica.
Según el mencionado Simeón, el monje Gordiano habría viajado a Constantinopla, siendo recibido por el emperador, quien le ordenó escribir el relato del martirio. Como Gordiano había sido acogido por los antepasados de Simeón, el relato había permanecido en la familia durante siglos, hasta que Dios le ordenaba revelarlo. Simeón mostró tal pergamino a los benedictinos de Salerno, los cuales sospecharon enseguida de que aquel relato no se refería al Plácido suyo, pues jamás en la Orden había habido tradición alguna sobre él. Sin embargo, Simeón juraba, incluso con la mano sobre el Crucifijo, que el relato era verdadero. Pedro, abad de Monte Cassino, se negó a creer la historia, aunque encargó una traducción al latín al monje Juan de Capua. El manuscrito durmió "el sueño de los justos" hasta 1138, cuando volvió a ser traducido y, de alguna manera, pasó a otros monasterios benedictinos, que se creyeron la historia. Esteban, obispo de Anicium, ya en el siglo XIII reescribió la "historia", añadiendo detalles. Entre los siglos XIII y XVI la leyenda fue a más, pues iban “apareciendo” documentos que pretendían corroborar la leyenda, como cartas del emperador Justiniano, y una carta falsa del papa Vigilio sobre el martirio y portentos de San Plácido.
En 1588 el caballero de la Orden de malta, Reynad Nare, comenzó a reconstruir una iglesia en Messina, y el 3 de agosto del mismo año, estando excavando los cimientos, halló unas catacumbas donde reposaban varios cuerpos, con sus lacrimatorios. En una posición destacada había otros cuatro cuerpos. Por supuesto que tal hallazgo fue "trending topic" en Messsina y más allá. En una rápida identificación, se llegó a la conclusión que se trataban de Plácido, sus hermanos y los demás monjes mártires. Sixto V dio por buena la carta en la que le fue contado el hecho y permitió la veneración de las reliquias y la celebración litúrgica de "La Invención de San Plácido".
En 1603 los monjes de Messina, metidos en un pleito sobre las tierras del monasterio, se inventaron una carta de Tértulo, padre de Plácido, a San Benito, en la cual cedía sus propias tierras en Messina para una fundación monástica. Con este timo, los monjes se aseguraban el dominio de las propiedades y, además, se engordaba la leyenda. En 1608 más cuerpos fueron hallados, fuera de la iglesia, se envió un relato al papa, quien autorizó la veneración a estas otras reliquias. En 1626 unos monjes de Messina, Raimundo y Fiorelo, dijeron haber visto en una visión a San Plácido, el cual estaba enojado porque su memoria litúrgica no se celebraba ya, como se había hecho siempre en la Orden, a 5 de octubre (nunca fue tal). Y además, rescataron del olvido la vieja historia contada por Simeón, pero ahora dictada por Plácido. Solo fue cuestión de tiempo y "marketing", la memoria de San Plácido Mártir, fue celebrada por todo lo alto en Messina e introducida en la Orden Benedictina, con el permiso del mismo Sixto V. En 1623 ya hallamos incluso un monasterio de monjas benedictinas dedicado a San Plácido en Madrid.
San Mauro salva a
San Plácido de ahogarse.
Esta estrafalaria extraña leyenda se desmiente muy fácil: primero, los sarracenos no llegaron hasta Sicilia hasta el año 832, por lo que Plácido, Flavia y sus hermanos tendrían que haber tenido ¡más de 300 años! Si hubiera sido el mismo discípulo de San Benito, y nacido en 515. Segundo, los cuerpos hallados en Messina tenían su lacrimatorium, por tanto ¡y paradójicamente!, eso nos habla de cuerpos mucho más antiguos que el siglo VI, nos indica que son mártires de las persecuciones llevadas a cabo por los emperadores romanos. Y tercero, las excavaciones e investigaciones realizadas en el siglo XIX en la iglesia de Messina demostraron que no se había enterrado los cuerpos en la cripta de la iglesia, sino al contrario, se había levantado una iglesia sobre un cementerio en el que se habían sepultado a los mártires.
Hasta hace muy poco el Martirologio Romano ponía a 5 de octubre: "En Messina, en Sicilia, el nacimiento para el cielo de San Plácido, monje, discípulo de S. Benito, abad, y de los santos Eutiquio y Victorino, sus hermanos, de santa Flavia, virgen, su hermana, y de los santos Donato, Firmato, Fausto, y otros treinta monjes, todos mártires, que fueron masacrados por Cristo por el pirata Massucha en el 541 A.D". Es decir, que entre la fecha del martirologio y la posibilidad de padecer bajo los mahometanos en Messina había un desfase de 300 años, casi nada. El Martirologio actual ya no se hace eco de la leyenda y solo dice: "Conmemoración de los santos Mauro y Plácido, monjes, que desde su adolescencia fueron discípulos del abad san Benito".
Pero, para finalizar, ¿se inventó todo el tal Simeón? Realmente no, es cierto que hubo mártires sicilianos, como muestran estos ejemplos: "En Sicilia, Plácido, Eutiquio y otros treinta" (Martirologio de Lucca, sigIo VIII), o "En Sicilia, Placencio, Plácido y Eutiquio y otros treinta". (Martirologio de Morbach, Siglo IX). Pero sí que es un invento suyo identificar a dicho Plácido con el Plácido benedictino. Con la proliferación de la leyenda todos salían ganando, los mártires de Messina, ganaban historicidad identificándolos como compañeros del Plácido de Subiaco, y este, a su vez, completaba su vida, de la cual se tenían pocos datos. Y, por su fuera poco, los monjes benedictinos ganaron su pleito sobre las tierras que pretendían. Así, todos fueron felices y comieron perdices.
Fuente:
-"Vidas de los Santos". Tomo XI. Alban Butler. REV. S. BARING-GOULD. 1916.
A 5 de octubre además se celebra a
San Meinulf de Paderborn, archidiácono.
San Mauricio de Carnoët, abad.