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De cómo Pascualito descubrió que necesitaba más palabras

Publicado el 18 enero 2018 por Angeles

Un día de primavera Pacualito iba caminando, de la mano de su madre, por un paseo en el que había grandes árboles a cada lado. Después de andar un trecho mirándose los zapatos, Pascualito levantó la vista un poco, y luego otro poco, y luego del todo, hasta ver las copas de los árboles, que le parecieron gigantes. Y al fijarse en las ramas que se estiraban hacia arriba como si estuvieran sujetando el cielo, y al ver la enorme maraña de hojas que parecían nubes verdes, Pascualito tuvo una sensación muy rara. Si hubiera conocido las palabras adecuadas habría podido decir que se sintió abrumado. O que esos árboles enredados con el cielo le hicieron sentirse aún más pequeño de lo que era. O podría haber dicho que tuvo una sensación de infinito, o que le había sentido vértigo. Pero como no conocía ninguna de esas palabras, y tampoco era capaz todavía de comprender sus emociones, no pudo decir nada de eso.  Sin embargo, intentó expresar lo que sentía preguntándole a su madre:-Mamá, ¿el mundo no se acaba nunca?A lo que su madre respondió que el mundo se acaba para cada persona al morir. Pascualito tuvo entonces otra sensación rara,  como si no hubiera preguntado lo que quería. Como si lo que decía su pregunta no fuera suficiente para que su madre lo entendiera.  Porque eso de morir ya lo sabía. Lo que quería saber ahora era si alguna vez el mundo se acabaría del todo, para todos  al mismo tiempo. Quería saber si el mundo se termina como se termina una caja de galletas; si se va gastando poco a poco hasta que se apaga, como una vela,  o si duraría para siempre.Pero claro, Pacualito, con seis años que tenía, no podía pensar esas cosas ni decirlas. No podía decirlas ni pensarlas, pero el caso es que eso era lo que sentía.

Y así fue como comprendió que necesitaba más palabras de las que sabía, que tendría que aprender muchas más para poder decirlo todo y que los demás lo entendieran bien.Porque también comprendió, a su manera, que las palabras, a veces, no dicen lo que queremos que digan o lo que creemos estar diciendo; que las palabras, a veces, no significan lo mismo para todos. Y eso también le dio vértigo.


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