*JUAN MARTORANO.
Un investigador en nómina de la agencia, Morse Allen, no tenía semejantes reparos. Había convencido al doctor Maitland Baldwin, del Instituto Nacional de Salud, de que realizara experimentos de tipo “terminal”. Un muerto “prescindible” en suelo estadounidense podía suscitar preguntas embarazosas y desvelar las tapaderas de la Agencia. Sin embargo, antes de que se concertara una vía de financiación satisfactoria, McCone ordenó que se abandonara el proyecto porque era “demasiado arriesgado para su ejecución dentro de las fronteras de Estados Unidos”.
Uno de los experimentos de guerra biológica fue con la doctora Morrow. A toro pasado, se decía que tendría que haber detectado los síntomas de su enfermedad: ese primer temblor nervioso en el estómago, la primera comida que se saltó, la primera Dexedrina para seguir tirando un poquito más, la primera cápsula de Fenobarbital para conciliar unas horas de sueño, el primer ataque de llanto y, luego, el cansancio demoledor. Los síntomas se habían alimentado entre sí hasta crear la crisis que por último se había adueñado de su vida.
La doctora Mary Morrow hubiese querido comentar con Ewen Cameron todo eso, hablarle de sus síntomas. Por encima de todo deseaba una garantía de que, cuando se recuperase, podría retomar la medicina y ayudar a los demás. Se había dicho a si misma un sinfín de veces que era sólo de encontrar el tratamiento correcto, que tal vez en su caso no precisaba más que la combinación adecuada de fármacos. Era médico y sabía que tenía una depresión reactiva agravada por una psicosis debida a las anfetaminas. Así expresado, lo que le pasaba no parecía tan vergonzoso ni tan terrorífico. Antes de que la hospitalizaran, su vida se había convertido en una ronda continua de dormirse agotada y despertar poco a poco a otro día gris durante el que el cuerpo se le retorcía de dolor y rompía a llorar, lo que no hacía nada por aliviar la agonía y la negrura que la invadían.
Semanas antes de los exámenes finales, había contraído pansinusitis y había ingresado en el Royal Victoria para que la operasen. En cuanto le dieron el alta, se volcó de nuevo en el trabajo. Contrajo otitis media en ambos oídos, una enfermedad verdaderamente dolorosa.
En plena resaca del desastre de Bahía de Cochinos, la obsesión de la administración Kennedy con la eliminación de Castro se había reavivado en lo que Buckley más tarde calificaría de “hoguera de ideas”. Atizando el fuego estaba el doctor Gottlieb. A instancia del director de operaciones, Richard Helms, que a su vez recibía el acicate del fiscal general Robert Kennedy, hermano menor del entonces Presidente, el doctor Gottlieb había creado toda una gama de toxinas y dispositivos para matar al dirigente cubano. Buckley no había participado en la operación, que recibió el nombre clave de Mangosta.
Pero había visto y oído lo suficiente para saber que la presión para dar con un modo de liquidar a Castro estaba produciendo varias ideas de bombero. El látigo lo manejaba Robert Kennedy. Nada le parecía demasiado descabellado para descartarlo de buenas a primeras. Una propuesta que en realidad lo dice todo fue la que se basaba en que Cuba tiene una población mayoritariamente católica romana. La idea era de esparcir el rumor de que Dios había escogido a la isla para el segundo advenimiento… pero Jesús sólo aparecería si la gente se libraba del anticristo, Fidel Castro. Para dar a la idea visos de normalidad, pedirían a la Marina que proporcionase un submarino. Llegarían a La Habana una noche, emergería y lanzaría una salva de bengalas que estallarían sobre la ciudad. Al mismo tiempo, una emisora de radio dirigida por exiliados cubanos y financiada por la Agencia emitiría en Cuba que el glorioso despliegue pirotécnico era la señal para que el pueblo supiera que el segundo advenimiento era inminente y echara a Castro. Archivaron la idea cuando la Marina dijo que de ninguna manera se prestaría a ello.
Cuando Buckley salió de Langley para encontrarse con el doctor Sargant, el doctor Gottlieb andaba enfrascado en la maquinación de nuevas estratagemas para asesinar a Fidel Castro. Lo espoleaba la información de un desertor cubano acerca de que unos especialistas en guerra biológica del KGB habían llegado a la isla y montado un “instituto de investigación” en una zona férreamente vigilada de las afueras de la ciudad. Cierto o no y jamás saldrían a la luz pruebas que lo corroborarán, bastó para que el doctor Gottlieb creyera que era imperativo matar a Castro “antes de que lanzara un ataque biológico sobre Florida”. Se pidió a los meteorólogos de la CIA que elaborasen pronósticos detallados de cuando sería más favorable el viento para lanzar un ataque aéreo con peste o ántrax. Los químicos de la Agencia recibieron la petición de replantearse la posibilidad de sembrar nubes con ántrax. ¿Podían hacerlo los rusos? ¿Podía Cuba ser la plataforma del lanzamiento del mismo tipo de armas que el propio Estados Unidos había creado? La conclusión de sus analistas de que era sumamente improbable no hizo nada por aplazar al doctor Gottlieb en su búsqueda de un modo para asesinar a Fidel Castro.
Buckley llegó a Saigón al mismo tiempo que los científicos de Fort Detrick empezaban a probar sobre el terreno un nuevo agente biológico contra los vietnamitas del norte, el Vietcong. Se trataba de la encefalitis equina venezolana; no sólo era sumamente contagiosa sino también debilitante, pues provocaba nauseas y todos los síntomas propios de una gripe aguda. Esta arma tenía por objeto incapacitar al enemigo para el combate una vez inhalada la enfermedad. La única pega era que también afectaba a los soldados estadounidenses y survietnamitas. Tras varios ensayos se canceló la amplia distribución que estaba planificada.
Sin embargo, otro proyecto de Fort Detrick llamado Magia Negra se puso en funcionamiento con el consentimiento personal del general Westmoreland, el oficial al mando de las tropas estadounidenses en Vietnam. Se rociaron con gas lacrimógeno amplios sectores de la jungla donde se creía que se ocultaba el Vietcong; había aldeas en la zona y sus habitantes también se vieron afectados por los efectos sumamente desagradables a la nociva sustancia. Desarrollado en un principio en Porton Down por los británicos para usarlo en Malasia, el gas había sido considerablemente perfeccionado para el Vietnam. Cuando los helicópteros estadounidenses rociaban una zona, temporalmente cegados y con graves quemaduras, los integrantes del Vietcong se veían obligados a salir de sus túneles… para morir víctimas de las bombas de fragmentación. Luego llegaban los soldados estadounidenses con máscaras antigas para matar a cualquier sobreviviente.
Buckley sabía que, si bien el gas lacrimógeno no mataba, en Estados Unidos había en marcha un plan para elaborar toda una gama de gases nerviosos letales para ser usados en una escala jamás conocida en ninguna guerra. Por lo menos veinte universidades, muchas ya involucradas en el programa MK- ULTRA, trabajaban en ese momento en armas químicas o biológicas. Habían enormes arsenales repartidos por todo el país de armas de este tipo para su envío a Vietnam. En el de las montañas rocosas de Colorado había decenas de miles de bombas de gas mostaza, fosgeno y agentes nerviosos. En la antigua localidad minera de Toole, cerca de Salt Lake City, un depósito contenía centenares de miles de kilos de armas parecidas en bidones plateados que cubrían más de ochocientos metros de desierto. Se estimaba que sólo ellos contenían suficiente veneno para exterminar la población de cualquier capital estadounidense.
Sin embargo, en Vietnam, el lugar de honor del arsenal biológico estadounidense lo ocupaba una sustancia diseñada para despojar la jungla de su tupido follaje y, por supuesto, herir a cualquiera que estuviera expuesto a ella. Lo llamaban agente naranja a causa del color de los bidones en los que llegaba a Vietnam del sur. Para crear el agente, los científicos de Fort Detrick habían probado la friolera de 26.000 sustancias antes de conseguir la mezcla adecuada. Aviones de carga C 123, lentos y de vuelo bajo, acometieron la deforestación sistemática.
Una combinación de dos productos químicos uno con el nombre clave de 245T y el otro, dioxina hacían del agente naranja probablemente el arma más horrenda utilizada en Vietnam. A su paso los árboles explotaban y las plantas se marchitaban en cuestión de segundos; junglas enteras quedaron arrasadas. Los vietnamitas llamaban al terreno destruido “la tierra des los muertos”. Sin embargo, para los mandos estadounidenses el resultado era gratificante: los integrantes del Vietcong, atrapados en tempestades de defoliante, desarrolaron los primeros síntomas de cáncer. Lo causaba la dioxina del agente naranja. Unos pocos decigramos en el suministro de agua hubieran bastado para intoxicar a la población entera de Nueva York en aquel entonces.
En total se vertieron sobre Vietnam 113 kilos de dioxina. Los indicios de que el fumigado masivo estaba haciendo algo más que destruir la vegetación llegaron pasado un año. Los médicos del hospital infantil de Saigón informaron de un aumento significativo en el número de bebés nacidos con espina bífida y labio leporino. Y las cosas empeoraron. En hospitales de todo Vietnam se registró un aumento en los índices de mortalidad fetal. Las autopsias revelaban la presencia de dioxina en la sangre. Sin embargo, las fumigaciones prosiguieron. Ya no era sólo la población civil la que quedaba expuesta al agente naranja. El mortífero herbicida fue rociado por error sobre no menos de cuarenta bases estadounidenses. Los reclutas presentaban cuadros médicos con graves erupciones cutáneas y caída del cabello; con el tiempo algunos también desarrollaron cáncer de piel y de otros tipos.
Para Buckley, encallecido como estaba por el combate en Corea y lo que había presenciado en Europa con los “prescindibles”, “lo que estaba sucediendo era una historia de terror no apta para menores”.
Por ahora, lo dejaremos hasta aquí, estamos llegando a un momento cumbre de estas investigaciones, así que atentos a las próximas entregas
¡Bolívar y Chávez viven, y sus luchas y la Patria que nos legaron siguen!
¡Hasta la Victoria Siempre!
¡Independencia y Patria Socialista!
¡Viviremos y Venceremos!
*Abogado,Activista por los Derechos Humanos,Militante Revolucionario y de la Red Nacional de Tuiter@s Socialistas (RENTSOC).http://juanmartorano.blogspot.com/ http://juanmartorano.wordpress.com/ ,jmartoranoster@gmail .com
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