Erase una vez una niña y su papá. Cierto día, en que la madre trabajaba fuera de casa durante todo el día, el padre fue a buscar a la niña al colegio. Cuando la recogió en la puerta de la clase, la profesora le comentó que la había tenido que castigar, ya que había pegado a otra niña. No una niña cualquiera, no, sino una de sus mejores amigas, a la que siempre nombra, y con la que siempre juega.
Cuando la madre llegó a casa, la recibieron con esa noticia. Y al preguntar ésta más detalles a la niña, ésta le dijo que le había pegado porque quería ponerle los sellos a los demás niños y su amiga no le dejaba. Tras una pequeña charla de que esas cosas no se hacen, que en casa, siempre se habla de que hay que compartir -sobre todo cuando su hermana se empeña en cogerle sus juguetes-, y que si en un momento dado, una niña tiene algo, después le tocará a ella.
La madre se disculpó con la otra madre por whatsapp, y tras comentar que no fue nada, ya que su hija no había hecho mención, con lo que le restó importancia.
A la tarde siguiente, sucedieron dos cosas. La madre se reencontró con el padre de la niña, y le comentó que al preguntarle, ella le dijo que había pegado. ¿Cómo? Ella pegó al ser pegada. ¡Ah! No fue importante, no hubo más daño que el haber sido castigada en el patio del recreo durante unos momentos. Parece que sigue en la buena dirección. Como dirían aquí se le fue el baifo.