Beatriz Benéitez. Santander
Las compras no están entre mis actividades favoritas. A decir verdad, uno de los pocos lugares en los que me gusta comprar es en los supermercados. Me divierte ir con el carrito y hacer la compra de la semana. Si voy con las peques más. El otro día, ya en la caja, saqué del carro unas patatas fritas que no había visto hasta ese momento. Pregunté. Ellas me miraron serias y me dijeron: "mamá, es que son para nosotras". Crecen cada día y me sorprende que empiecen a tener iniciativa propia. Además de el súper, me encantan las librerías y las papelerías. Y me gusta ir a elegir regalos, pero nada más. Comprar ropa no me gusta. Voy, lo hago, pero no lo disfruto especialmente. Me agobian los probadores y tampoco me convence la opción de ¨me lo llevo todo y luego lo devuelvo¨. Ya que voy, prefiero solucionarlo y olvidarme del tema. Tengo una amiga que es una gran experta en el arte de comprar y devolver. Es capaz de decirte en que tienda puedes encontrar lo que buscas; de hecho, estoy segura de que la encantaría ser personal shoper. Pero a lo que voy es a las vendedoras. Las hay de varios tipos. Están las que te ignoran que, en realidad, son las que más me gustan. Si tienes dudas, preguntas y te las resuelven. Miran en el almacén, buscan la talla o el color y vuelven con la prenda, la negativa o la opción de ¨te lo pido y lo pasas a buscar el viernes¨. Me caen bien. Luego están las que te ignoran pero de verdad. A menudo están hablando por teléfono. Son las que hacen como que no te ven, si preguntas ponen mala cara, y si las hacen ir al almacén a mirar algo te fulminan con la mirada. Esas me caen gordas.
Otro tipo de dependientas son las insistentes. Te pruebas un pantalón y ves claramente que no te queda bien. Pero ella intenta convencerte de que estás guapísima. Incluso llama a una compañera para que vea lo mona que estás. Y si hay cerca otra clienta probándose algo, la introduce en la conversación y trata de hacer tertulia. De esas huyo siempre, porque si te pruebas otra cosa te hace la misma operación y no sales de allí en la vida. O eso, o compras algo sólo para que se callen, pero no vuelves a su tienda nunca más.
Y luego están las inteligentes, las vendedoras de verdad, las que tienen don de gentes, las que, sin agobiarte, tratan de pensar lo que te gustaría y lo que te quedaría bien. Y las que, sin duda, escasean. Ellas venden lo que quieren, tu compras lo que buscabas, y todos contentos. Una vez, cuando era pequeña, mi abuela y yo acompañábamos a mi madre a comprar un vestido para la Comunión de uno de mis hermanos. Entramos en una tienda, nos tocó una vendedora de las que te ignoran de verdad y salimos por la puerta con las manos vacías. Cuando habíamos andado diez metros, nos encontramos con la dueña. Le dijimos, ¨venimos de tu tienda, pero no había nada que nos convenciera y no hemos podido comprar¨. Nos invitó a volver a entrar con ella. Como era pequeña, no sé muy bien lo que hizo Mati, pero mi madre salió de allí con dos vestidos y un bañador. Esas son las vendedoras buenas ¿No os parece?