Ahí estoy, sin hacer nada, tirado tranquilamente en el sofá del salón. ¡Qué calma San Dios! Llevo la camiseta “de andar por casa” y un pantalón de pijama. Mi mano se asegura que sigo teniendo dos testículos y no tres: planazo para la tarde del sábado. Es entonces cuando escucho una frase que está en el Top Five de frases fatídicas junto a éxitos como:
1) “Prepárate”,
2) “Tú verás” y/ o su variación “Tú mismo”
3) “¿No vendrás borracho?” y/o su variación “No vendrás borracho (otra vez)?”.
─Cariño, voy de compras. ¿Me acompañas?
¡Qué coñazo! ¡¿De compras?! ¿No fuimos ya hace seis meses? ¿Qué ocurre? ¿Hemos pegado el estirón o qué cojones pasa? Se va a enterar esta:
─¡Claro cariño! ¡Me apetece mogollón!
─¿Seguro amor?
¡No tía , claro que no! Echan el Elche-Valladolid en Canal+ Fúbol Absurdo y de momento he contado que tengo dos huevos 32 veces…me lo estoy pasando bien y no necesito bajo ningún concepto…
─¡Claro amor!
El resto lo hemos vivido todos.
Capítulo Primero: El Parking
Cientos, qué digo cientos, ¡miles de plazas ocupadas! ¿Pero no estábamos en crisis. Caracoleo con el coche e intento buscar una plaza que esté libre, al final lo consigo. Aparcó entre un Mercedes y un BMW. Mi saxo en el medio parece parece el negro de Cazafanatsmas, no pinta nada. Entro justito y para salir de mi coche, que está pegado a escasos centímetros del Monster Car número 1, tomo aire, meto barriga para adentro y me transmuto por unos momentos en un insecto palo, a ver si quepo por el exiguo hueco que he dejado. Tampoco hablo durante la operación, como si las palabras abultasen. Al final lo consigo.
Capítulo Segundo: Los pasillos
Al entrar en un centro comercial tiene lugar el llamado “efecto despegue”. Los oídos se taponan (como cuando vas a Manzaneda) y el jaleo de los niños, la megafonía y los pasos se mezclan en un sonido pastoso que podríamos denominar con cariño “¿Por qué no os vais al zoo? Yo os lo pago”. A los diez minutos ya me duele la cabeza. Esto parece un videojuego, cada tres segundos hay una familia que esquivar, un niño que evitar…es como un Donkey Kong del siglo XXI. Sonrío para disimular, pero parezco el Joker estreñido, creo que se me nota.
Ella se para en cada escaparate, con cara de felicidad. Está como el chaval hambriento que pega la cara en la vitrina de la pastelería. ¡Hay tantas cosas! Yo miro alrededor, mi radar busca un sillón o algo en el que poder descansar un rato. Me he traído el kit de supervivencia, que básicamente se reduce a un libro.
─ ¿Vienes o me esperas fuera?
─La verdad es que entraría ¿eh?. Ganas no me faltan, pero no me apetece. Voy a dar una vuelta. Cuando acabes me avisas.
─Vale amor…
─¡Pero no tardes mucho!
Mirada de castigo.
─ Tarda mujer, tarda lo que veas… tú tranquila. Ya que venimos…
Ella me dedica una sonrisa de: “Así sí”.
Capítulo Tercero: Los sillones
Mi mente comienza a anular la frecuencia de los chillidos mientras mis ojos buscan un lugar en el que descansar. Encuentro uno. Hay tres sillones marrones y otros tres justo delante. Es bastante incómodo sentarse y tener a un fulano a un metro de distancia “escrotándote”. Me cago en el arquitecto y me sumerjo en mi libro. En esta postura no estoy cómodo. Paso la pierna izquierda sobre la derecha. Tampoco. El culo me empiezo a resbalar. ¿De qué está hecho esta mierda de sofá? ¿Los untan con aceite antes de abrir o qué? Seguro que lo hacen para joderme. No hay manera. Cruzo la pierna derecha sobre la izquierda y sigo resbalando. Ahora parezco gilipollas. Intento recolocarme. Descruzo las piernas y me escurro hacia abajo por tercera vez. Ahora parece que esté posando para la portada de un disco de rap. Desisto.
Encuentro otro oasis de sofás a pocos metros. Es, a todas luces, más cómodo, parece que este sí lo ha diseñado un humano con culo. Un cartelito me informa de que si meto un euro el sofá me da un masaje. Con la crisis hasta los muebles se prostituyen. ¿Será con final feliz? Me lo pienso pero paso, ya lo haré otro día. Comienzo a leer. A pocos metros veo que hay otro macho alfa, como yo, con el mismo libro. El sujeto es regordete, calvo, con cara de bonachón. Establecemos contacto visual durante uno segundos y nos sonreímos. Empatía pura. Sintonizamos. Literalmente. De repente oigo una voz en mi cabeza.
Capítulo Cuarto: La telepatía
Es la voz del hombre que sonríe desde su sofá. No sé como lo sé, pero lo sé. Puede que sean sillones mágicos. El hombre va al grano. Se baja un poco las gafas con gesto inquisitorio, como analizándome. La sonrisa sigue viva en su rostro.
─¿Y tú cuánto tiempo llevas aquí?─ me pregunta sin hablar. Es una sensación extraña como cuando uno se imagina un estribillo.
─Pues llevo ya medio hora señor…
─ No demos nombres. Puedes llamarme Señor Carrefour.
─Ok. Usted puede llamarme Tío Tony.
─¿Y cómo lo llevas Tío Tony? ¿Hasta las pelotas como siempre no?
─La verdad es que sí, pero ya sabe…hay que mentir, por el bien de la relación ¿Y usted desde cuando lleva aquí?
─Desde 1997.
─¿Tanto tiempo?
─ Es que mi mujer tarda mucho en probarse las cosas. Entró en Zara en 2010, le dije que no tardase mucho y me dijo que “esperase sentado”.
─Entiendo. A ver si no iba a ser literal hombre…
─¿A qué te refieres?
─ A la expresión “espera sentado”. Ya sabe, como en plan…”eso nunca va a ocurrir”.
─ Pues no la conocía.
─ Ya veo ya…
─ O sea… que igual se ha ido ya a casa ¿no?
─Igual sí, señor Cortefiel.
─Es Carrefour.
Me doy cuenta de que soy un tío con suerte. Ella no tarda tanto. Pobre desgraciado, destinado a vagar por estos pasillos para todo la eternidad.
Nos despedimos con la mirada, lo cuál es de gilipollas porque tenemos telepatía, y nos enfrascamos de nuevo en nuestros libros. Tras unos instantes el hombre reanuda la conversación.
─¡Huye mientras puedas Tío Tony!
─¡Tranquilo hombre! ¡No pasa nada! En esta relación llevo yo los pantalones.
Ella aparece de repente, de la nada, cargada con cinco bolsas, y yo doy un brinco del sofá.
─ Ya está. Nos vamos.
─¡Claro amor, lo que tu digas! ¿Te llevo las bolsas?
Me giro para despedirme de mi Mr. Carrefour, pero no hay nadie.
─¿Con quién hablabas?
─Con nadie amor, leía en voz alta─ miento mientras vuelvo a girar la cabeza para cerciorarme de que el hombre se ha desvanecido.
Capítulo Quinto: El Parking (de nuevo).
─¿Dónde dejamos el coche?
─No me acuerdo─ respondo.
─ Era amarillo creo…
─Pues para mí que era naranja…
─ La plaza era K12.
─ Creo que era B21
Esto parece el juego de los barquitos. La B21 no es. Recorremos toda la planta naranja y nada. Bajamos a la planta amarilla y ahí está mi Saxo en la B21.
Como ella había dicho…
¡Salud hermanos!
PD: Ningún niño fue herido durante la escritura de este post, pero ganas no me faltaron.