Venga, me he liado la manta a la cabeza y voy a estrenarme en el AZ de la maternidad con la Z de zombi. Y sí, he incluido en la misma frase las palabras “maternidad” y “zombi”. Habrá algún incrédulo por ahí que piense que esto no es posible. Bueno, veamos los hechos.
Desde el mismo momento en que me quedé embarazada, mi cuerpo empezó a cambiar. Al principio eran cambios tan leves que ni yo misma me daba cuenta. Hasta que llegó la quinta o sexta semana y mi estómago fue el primero en rebelarse. Ese malestar continuo durante todo el día (lo de las náuseas matinales para mí era un cuento chino) era signo inequívoco de lo que se me venía encima. La guinda del pastel fueron los vómitos que aparecieron pocas semanas después y que pasaron de ocasionales con mi primer embarazo a diarios con el tercero. Ese revoltijo estomacal perenne y esa manera de darle los buenos días al wáter (como le gustaba decir al Mayor) fue sólo el principio de mi mutación a zombi.
Lejos de notar el pelo más suave o brillante, lo que yo noté es que se me caía de menos a nada. Lo cual, teniendo en cuenta mi ya abultada melena, creo que no fue acertado. Y la piel, también lejos de adquirir esa luminosidad maravillosa propia del embarazo, se me llenó de granitos especialmente en la cara. Y hablando de la cara, según el embarazo se me llegó a hinchar cual pelota. Y hablando de hinchamientos, se me pusieron al final de todos los embarazos unos pies de hobbit impresionantes.
Obviamente, lo que más se me hinchó fue la tripa, que adquirió vida propia (lo siento, no he podido resistirme al juego de palabras, jeje) y dimensiones propias de una gemelar. No exagero, por el séptimo mes de embarazo, ante las desproporcionadas medidas, hubo quien me dijo que si esperaba gemelos.
Respecto a lo que no se ve, las hormonas dieron bastante juego. Aunque es cierto que estaba más sensible que de costumbre, no me dieron ataques de llanto, todo lo contrario. Yo padecía preocupantes ataques de risa, de esa que no puedes parar (parecidos a la escena de Mary Poppins). Y, por supuesto, el Tripade afirma que mis cambios de humor eran más que palpables y que debía ir con pies de plomo. Aunque yo no recuerdo nada de eso.
Llega el parto y es cuando mi cuerpo, que ya estaba a medio camino de convertirse en zombi total realiza el cambio más impresionante. Contracciones, caderas dilatadas, pujos, placenta… en fin, todas esas… ejem… ¿maravillas? cuyo resultado final es darte a conocer a tu bebé. Quien piense que todo acaba ahí se equivoca. Porque el cuerpo femenino no para de sorprenderme y, después de unos nueve meses creando una vida nueva, ésta nace y el cuerpo de la madre sigue cuidándole a través de la leche materna.
Pero la lactancia es el menos de los cambios de un cuerpo que ya está más cerca del zombi que de la mujer que antes era. En mi caso, la tripa disminuyó, pero no demasiado, adquiriendo dimensiones colganderas espeluznantes. Los pechos hinchados de leche (leche que por cierto se escapa como quiere y origina “graciosas” manchas en la ropa imposibles de evitar con la mirada) hicieron su aparición a lo grande. Porque si estás embarazada y crees que no pueden crecerte más, lo siento, pero lo harán.
Además de estos cambios físicos propios del parto, aparecieron otros debidos en exclusiva al bebé que ahora disfrutaba en tus brazos. El no dormir de corrido hizo que aparecieran “hermosas” ojeras y que perdiera la noción del tiempo, por lo que, como no sabía si era de día o de noche, pasé de peinarte. Lo que también pudo deberse a simples olvidos, como el ducharse. Aunque también pasó que, aunque me acordara de que mi piel llevaba tres días sin rozar el agua y, por muchas ganas que tuviera, lo que no tenía era tiempo.
A base de no dormir y de no saber por qué lloraba mi bebé (que ya había comido, tenía el pañal limpio y acababa de despertarse de una buena siesta), mi humor cambió y ahora sí que era una zombi total. Porque así iba por la casa, cual zombi. Me movía sin pensar. Si a eso le añadimos que salir a la calle era una tremenda aventura, no se me ocurre ninguna otra palabra para definirme en aquella época mejor que “zombi”. Además, a los pocos meses se me empezó a caer todo el pelo que había mantenido su puesto durante el embarazo. Y a los tantos meses empezó a crecerme pelo nuevo. Cómo odiaba aquel flequillo obligado que me salió y que era prácticamente indomable.
Respecto al sueño, también es curioso cómo se me acostumbró el oído a los pequeños ruidos. Estoy convencida de que yo me despertaba segundos antes de que lo hicieran mis bebés y pondría la mano en el fuego por aseguraros de que hasta podía oír cómo se le caía al Mayor el chupete.
CONTRAS:
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Los cambios empiezan siendo sutiles y acaban como una explosión. Llega un momento en que nos miramos en el espejo y no nos reconocemos.
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La ropa de embarazada y de lactancia no ayuda a cambiar esta percepción de nosotras mismas. Yo odiaba las braguitas de embarazada y los sujetadores de lactancia porque creo que no hay ropa íntima más fea.
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Si alguien cree que estos cambios que apreciamos nosotras mismas son muchos, siento decirle que no son nada en comparación con los cambios que vuestra gente más cercana nota en vosotras. Si no me creéis, sólo tenéis que preguntarle a cualquier padre sobre cómo cambió la madre de su hijo durante el embarazo y el post parto. Os sorprenderá cómo varía la versión siendo la del padre la que más cambios cuenta.
PROS:
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Aunque yo aquí lo he tratado con humor, la verdad es que es una maravilla como todos estos cambios tienen como único fin preparar el cuerpo y a la futura madre para el cuidado óptimo del bebé.
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Al estar tan centradas en nuestro bebé, no nos damos cuenta de cómo nos ha cambiado la cara… a peor… Menos mal porque yo alguna que me miré de soslayo en un espejo no me reconocí.
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A pesar de todo esto, merece la pena transformarse en zombi. Todo sea por el bebé tan maravilloso que hemos traído al mundo.
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Afortunadamente, nuestro cuerpo vuelve a su ser. Deja atrás el disfraz de zombi y se parece algo más a lo que fue antes del embarazo. Vale, no vuelve a ser el mismo, pero tampoco se parece a un zombi. Todo pasa.
Después de leer esto, ¿vosotras también os habéis sentido identificadas? Menos mal que la época de zombi pasa y que, mientras dura, no nos damos cuenta porque nuestra atención está en el bebé y no en nosotras. Y qué merito el bebé, que nos conoce en nuestra época de zombi y aún así nos quiere con todas sus fuerzas… cómo no va a decir después cuando es un poco más mayor que somos la mejor y más guapa mamá del mundo, si después de quitarnos disfraz de zombi sólo podemos ir a mejor .
“La maternidad de la A a la Z” es un carnaval de blogs iniciado por Trimadre a los Treinta que consiste en que cada madre participante describa un sentimiento al que ha descubierto un nuevo sentido con la maternidad, o una faceta de su personalidad que desconocía antes de ser madre. El objetivo es crear en red, colaborando unas con otras, un “Diccionario de madres” con el que reírnos, emocionarnos y conocernos un poco más.
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