Ya pasaron las vacaciones y, no sé a vosotras, pero a mí se me han hecho muy cortas. Siempre pienso en cosas que hacer en familia y con los niños esos días y, al final, por unas cosas u otras, nunca me da tiempo a hacerlas todas. Pero este año, que no me propuse hacer nada en concreto, nos ha dado tiempo a hacer bastantes cosas.
Una de ellas fue que me lié la manta a la cabeza y decidí cortarles el pelo a todo varón que viviera en casa. Vamos, a mis tres Trastos y a Papá³. La culpa de este arrebato la tiene Kenau Rives, o más bien su papel de Neo en Matrix (primera película de la trilogía). Si la habéis visto, recordaréis que en un determinado momento, se sienta en el sillón, le enchufan unos programitas y, muy digno él, dice: “Ya sé kung fu”. Y se queda tan pancho. Pues yo igual, tras estar días debatiéndome entre llevarles a la peluquería o cortarles el pelo yo misma y tras imaginarme la escena peluqueril con dos correteando por la peluquería (y yo detrás) al tiempo que intentaba que el tercero en discordia aguantara quieto mientras le cortaban el pelo; decidí que eso de cortar el pelo no podía ser tan difícil tratándose de niños (si fueran niñas, seguro que no me hubiera atrevido).
Yo, a diferencia de Neo, me pasé por YouTube y miré un par de vídeos sobre cortar el pelo a los niños paso a paso. Cuando terminé de verlos, al igual que Neo, me dije: “Ya sé cortar el pelo”. Bueno, vale que saber, lo que se dice saber como tu peluquera de toda la vida, no sabía; pero pensé que merecía la pena intentarlo. Después de todo, a las chicas de los vídeos se les veía una soltura…
Viernes por la tarde, allá que me voy y me lío la manta a la cabeza. En ese momento, no me importó lo más mínimo que al día siguiente, sábado, fuera a venir toda la familia a celebrar por adelantado el cumpleaños del Peque (dos añazos ya que cumple el señor esta semana). Tan motivada andaba con mi nuevo papel de peluquera en ciernes.
Cogí la máquina de cortar el pelo que uso para Papá³ (siempre se lo he cortado yo con la maquina) y agarré las tijeras que venían en el estuche. Llamé a la cocina-centro-de-operaciones al Mediano Me convencí a mí misma de que sería el idóneo para empezar en el manejo del corta-que-te-corta porque aquellos rizos que me llevaba el mico bien podrían disimular un trasquilón.
El primer inconveniente lo encontré en esos mismos rizos. Todo eran tirones. Pero mi Mediano es mucho Mediano y aguantó casi casi hasta el final. Resultado final: un corte de pelo y un incipiente dolor de espalda. A continuación, llamé a la silla de tortura al Mayor. El problema de éste es que tiene un remolino impresionante en la coronilla a la derecha. Lo que hace que parezca que va siempre con peineta de recién levantado si se le corta de más el pelo por esa zona. Para asegurarme de que no se me iba la tijera, cogí de referencia la medida justa para que no se notara la susodicha peineta. A partir de ahí, recorté el pelo según esa medida. Aunque reconozco que le corté más en el flequillo y en la parte de atrás de la cabeza. Resultado final: otro corte de pelo aparente y un dolor de espalda más intenso.
El turno de Papá³ fue el siguiente. Éste me resultó más fácil porque llevo años cortándole el pelo y porque siempre es con máquina. En un pispás estaba con la cabeza algo más ligera. A punto estuve yo de guardar en ese momento las tijeras y la máquina. Pero entonces vi al Peque. Con sus greñas que pedían a gritos un corte de pelo. Tenía dos opciones: o bien se lo encomendaba a Papá³ al día siguiente por la mañana para que lo llevara él a la peluquería (con el riesgo de que me lo trajera peloncete, pues a Papá³ le gusta el pelo muy cortito y a mí me gusta algo más larguito) o bien, ya que estaba con la máquina cortapelo en la mano, me arriesgaba y terminaba la faena con los chicos de mi casa.
Como imaginaréis, opté por lo segundo. Allí estaba Papá³, lleno de los pelos que yo misma le acababa de cortar, con el Peque sentado en sus rodillas y abrazándole para que no se moviera. El Peque, que pareció quedarse quieto el tiempo suficiente para que yo le pasara un par de veces la máquina y llegara a un punto de no-retorno (donde ya sólo quedaba tirar pa’lante), alcanzado el cual, todo fue giros de cabeza inesperados y lloriqueos para irse al suelo.
Acabé la faena, no os vayáis a pensar, que no me gusta dejar las cosas a medias. Algún mechón más largo que otro le quedó al pobrecillo, pero en conjunto daba el pego. Mandé a Papá³ derechito a la ducha junto con los mayores. Barrí la cocina. Una vez. Dos veces. Y hasta tres veces. Llegada a ese punto, yo ya no veía nada más que pelos en todas partes. Agarré al Peque y me fui con él a la bañera. A bañarle a él, aunque más me hubiera valido bañarme yo también porque yo también tenía pelos hasta en el moño.
Cuando llegué a la habitación, los mayores aún andaban quitándose la ropa y Papá³ preparando la ducha. ¿Y dónde creéis que se habían puesto a quitarse la ropa llena de pelos? Pues en la cama de matrimonio, entre salto y salto. No contentos con eso, cuando acabaron, se metieron bajo las sábanas a hacerse los dormidos. ¿Os he dicho ya que había puesto sábanas limpias esa misma mañana? He de reconocer que me cabreé bastante. Pero bañé al Peque y Papá³ se duchó con los mayores. Cuando ya estaban preparados para cenar, por fin, fue mi turno y me pude duchar yo. Nada más salir de la ducha, quité las sábanas limpias pero llenas de pelos y puse, por segunda vez en un día, sábanas limpias en mi cama. Ya no podía más con mi dolor de espalda.
CONTRAS:
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El dolor de espalda. Para la próxima tengo que sentarles en una silla más alta.
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Jamás de los jamases volveré a poner sábanas limpias ni en mi cama ni en ninguna otra de la casa el mismo día que me decida a cortarles el pelo de nuevo.
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Es mala idea bañar al Peque si no me he duchado yo antes. Mientras le daba la crema por todo el cuerpo seguía viendo pelos. A punto estuve de bañarle otra vez.
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No es tan sencillo cortar el pelo a un niño como se ve en los vídeos. Esas mujeres tienen más soltura y esos niños están más quietos y se quejan menos que los míos.
PROS:
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Al día siguiente, en la fiesta de cumpleaños, nadie se dio cuenta de que había sido yo quien les había cortado el pelo hasta que el Mayor lo confesó.
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Creo que seguiré practicando el corte con tijera con los Mayores. Lo que no sé es si continuaré cortándoselo al Peque, que aún se mueve mucho hasta para hacerlo con la máquina.
Aquella noche ya sólo veía pelos por todas partes. Antes de acostarme, me picaba todo el cuerpo y eso que ya me había duchado. Aún hoy, cuando cierro los ojos, a veces veo pelos… ;)