Con un discurso más duro y colorido que cuanto la disponibilidad de espacio nos permite transcribir, uno de nuestros vecinos se lamenta porque, según él, una vez concluida la maratón consumista de fin de año cada costarricense tendrá que poner orden en su sistema digestivo, su billetera, su alacena y su anaquel de botellas ahora vacías, pero enseguida tomará impulso para entrar en el frenesí etílico y gastronómico de las fiestas de Alajuelita y de Palmares, “para hablar solo de las más próximas oportunidades que tiene de continuar la francachela en enero”.
Le preguntamos si el suyo no es un caso de arrepentimiento porque lo servido se le fue con lo comido y teme no poder financiarse una enfiestada “cuesta de enero”. Nos responde tildándonos de amargados, lo que tomamos por abierta confesión.
Medianoche en punto del 24 de diciembre. Un atronador juego de pólvora nos saca de un involuntario cabeceo e instintivamente le decimos a nuestra vecina de mesa, la anfitriona: “Feliz año nuevo, señora”. Ella dirige su mirada hacia nuestra copa de vino, constata que aún no está vacía y replica con amabilidad: “Pero si esta es la noche del 24, no la del 31”. Vueltos a la realidad, preguntamos: “Entonces ¿fue que este año Santa Claus vino en un dron y le explotó en el aire?”.
Otra mirada a la copa y luego la seca explicación: “No señor, son solo bombetas”. “¿Y qué celebran con tanto ruido?”. “El nacimiento del Niño Jesús, por supuesto”. Nos llega entonces el turno de conectar la lengua con la rodilla y metemos la pata hasta el fondo: “¿No saben esos que al pobre niño lo van a condenar a muerte, cuando cumpla 33 años, por ser demasiado bueno?”.
Nos va casi tan mal como al exministro que recibió varapalos por haber puesto en su Facebook una pieza de humor negro según la cual lo que hace Santa con su “jo-jo-jo” es reírse de las cartas que le envían los niños pobres. Sorprende, en ese caso, la molestia causada por un chiste más antiguo que la tendencia de los políticos criollos a creerse la reencarnación de Napoleón.
Para otro malentendido festivo: cuenta un amigo de las historias apócrifas que una tarde de diciembre, al ser reconocido en su automóvil, el Presidente de la República recibía de los peatones gestos de aplauso, de repudio y de los otros. Un desinhibido ciudadano aprovechó una leve congestión vial para gritarle: “¡Viva Keylor Navas!”. Interrogado sobre sus motivos, el estentóreo compatriota contestó: “¿Y no sabiusté que Keylor sí le está cumpliendo al Rialmadrí?”. Colaboración especial para LatinPress®. http://www.latinpress.es