Las dos heladerías
En un pequeño pu
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Situadas en la preciosa plaza del pueblo, la cual regentada por los vecinos a diarío, era lugar de ocio, compras, negocios y cotilleos. Naranjos daban color a esta plaza, que en primavera deleitaban de olor a azahar. Alli se congregaban el mercado, comercios, tiendas de ocio, de ropa, comestibles, bares, cafeterías y las dos heladerías artesanales, una justo al frente a la otra. Al llevar varias generaciones las heladerías tenían sus propias leyendas, una databa que sus inicios se remontaban hacia 1893 y la segunda 1901. La más antigua, “Helados Sureños” la fundaron dos socios que a los años terminaron rompiendo relaciones y fundando uno de ellos una heladería justo enfrente, “Heladería los García” Esto hizo que la clientela se dividiera entre los dos y aunque los inicios al solitario fueron difíciles, las dos heladerías siguieron adelante.
Generaciones posteriores, las heladerías seguían funcionando y además tenían el monopolio de los helados de la localidad, y aunque otros intentaron crearle competencia, siempre sin éxito, quebrando y cerrando. Las cosas iban bien para las antiguas heladerías, la clientela le llenaban los locales durante todo el periodo, que eran unos seis meses al año, el tiempo que permanecían abiertas les daba para vivir el resto del año.
El jefe de Helados Sureños, viendo que los negocios iban bien, decidió ampliar su heladería , modernizarla y agrandarla. Pidió un prestamo para pagarlo a largo plazo. “Con la gran clientela que poseo, no tendré problemas en pagarlo” Decía a los directores bancarios con temple y orgullo. El banco que mejores condiciones le planteó fue el escogido para hipotecar su negocio al que meses después convertiría en tremenda heladería, llena de modernidad, diseño y artesanía. Este hecho, “robó” numerosos clientes de su competencia directa, además de ganar nuevos asiduos que antes no regentaban el negocio.
Así, sus empleados pasaron de sus tres hijos, a seis, dos primos y un sobrino. De tal manera que la Heladería los García tuvo que reducir horarios para no despedir a ninguno de sus tres empleados.
Pasaron los años y Helados Sureños fueron creciendo, y el dueño compró un gran coche, una moto, un piso en primera línea de playa y una pequeña embarcación. Todo pagado a plazos, además su nivel de vida había crecido notablemente y sus gastos se incrementaron en la medida de que se ajustaba un sueldo mayor. Este ya no trabajaba en la heladería sino que la visitaba para comprobar que atendían bien el negocio.
Siguió pasando el tiempo, y Heladería los García consiguió reafirmar su clientela y volver a ampliar los horarios a sus empleados, también acondicionó un poco el local con algunos ahorros que poseía. La clientela siempre comentaba el gran éxito que tenía su competidor, y lo alababan por sus dotes empresariales.
Todo iba muy bien, hasta que un buen día la construcción se vino abajo afectando a la mayor parte de los vecinos del pueblo, ya que era una de sus grandes fuentes de ingresos. Las obras se pararon, las personas ya no adquirían viviendas y si no compraban, no se podía edificar, y si no edificaban, no había trabajo para los empleados y si estos no trabajaban, no tenían para pagar sus altas hipótecas y mucho menos para comer helados a diario. Con lo que la clientela de ambas heladerías se vio reducida en gran medida, hasta vender la tercera parte de lo que vendían en tiempos mejores.
Helados Sureños tomó la decisión de despedir primero a un empleado, luego a la mitad de la plantilla, y terminó dejando solo a sus hijos. Él volvió a despachar helados, el problema es que ya no estaba acostumbrado a realizar esos trabajos, con lo que se irritaba con facilidad, y así no conseguía servir con calidad. Ocurrió lo inévitable sus hijos, que ya eran los únicos empleados tuvieron que marcharse al no cobrar y en poco tiempo, tenía tres hijos y tres familiares directos en desempleo, todos con hipótecas que pagar y él se vio llorandole al director del banco, pero este no entiende de crisis sino del acuerdo que tenían entre ellos. Así se desvanecieron, el barco, el piso, el coche, la moto. Todo hasta tocarle el turno a la heladería que las generaciones de su familia heredaron y que ya no recuperarían jamás. Pasó de vivir en grandeza a tener que depender del techo de sus padres y del sustento de estos, como cuando tenía diez años.
Heladería los García ante la crisis que le vino encima, tuvo que reducir nuevamente horarios de sus empleados y viendo que no era suficiente también los sueldos. Los trabajadores lo aceptaron a regañadientes a sabiendas que si la situación mejoraba su jefe volvería a subirles.
Viendo que aún así no conseguía subsistir los meses que el negocio cerraba, Realizó un curso de repostería y adaptó su local sin apenas inverión y lo convirtió en Heladería-Confitería los García y así pudo mantener su negocio funcionando durante el año entero, consiguiendo poco después, regular los sueldos y los horarios que sus empleados tenían.