Revista Opinión

De cuando doña Mamerta y don Régulo se pusieron a filosofar

Publicado el 18 junio 2013 por Miguelmerino

Para volver a ser compasivo hay que ser antes despiadado.

La mujer de sombra, Luisgé Martín

- Buenos días don Régulo.

- Buenos los tengamos doña Mamerta.

- ¿Puedo hacerle una pregunta?

- Y dos también. ¡Faltaría más!

- ¿Usted cree que las cosas ocurren por algo, o son fruto de la casualidad?

- ¡Caramba doña Mamerta! Sí que empieza usted fuerte el día. Espere que me pegue el lingotazo de cazalla y me lo piense.

- Deme un chupito a mí, que con la andorga caliente se afina mejor el oído.

- Pues mire usted. Yo creo que las cosas ocurren, sobretodo las malas, porque somos unos hijos de puta a jornada completa y con cero por ciento de paro.

- No le digo yo que no, pero entonces ¿las buenas?

- Las buenas ocurren porque todos cometemos errores y queriendo hacer una faena, nos sale una bondad. Pero no hay cuidado, que enseguida nos aprestamos a corregir el error. De ahí el refrán español: no hay mal que por bien no venga, que todo el mundo interpreta al revés.

- No confía usted mucho en el ser humano, a lo que se ve.

- ¿De dónde saca tamaño disparate? En el ser humano confío a pie juntillas. Es un ente abstracto y poco daño puede hacer. En quien no confío ni “mijita” es en fulanito o en menganito, con nombres y apellidos.

- Muchos palos se ha debido usted llevar.

- No se crea, los justos para no morir de aburrimiento. Me llevé los míos allá por el medioevo y ahora ya sé saltar o agacharme cuando los veo venir. Aun así, cuando vienen a media altura me pillan siempre.

- Pruebe a saltar para atrás, a lo mejor funciona.

- ¡Buena idea! ¿Otra cazalla para celebrarlo?

- Pues sí señor, que una sola se aburre.


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