"Vuestra compañera dice que no sabe correr. Vamos a decirle todos que sí puede hacerlo. ¡Venga, demuéstrale a tus compañeros que eres capaz de correr de pared a pared!". Esas palabras han resonado en mi mente toda mi vida.
Para una niña tímida, más pequeña que el resto, que fue incapaz de salir con sus compañeros al recreo hasta después de Navidad, ese momento fue devastador. En aquel entonces, compartíamos clase los niños de cuatro a cinco años. Yo tenía tres porque cumplía en diciembre. Sin duda, la maestra a la que se le ocurrió esa idea no tuvo en cuenta mi desarrollo físico o cognitivo, tampoco mi forma de ser, entre otras muchas cuestiones.
A partir de ahí, traté de esconderme todo lo que puede durante muchos años. En esos primeros, lo hacía detrás de mi amiga Maite -mucho más valiente que yo, sin duda-. Esas palabras, el momento en su conjunto marcó gran parte de mi desarrollo futuro, hoy soy consciente de ello.
El sentir de muchos niños y niñas con respecto a sus iguales se cimienta en esos pequeños momentos. En muchas ocasiones, padres y madres y el personal docente no es consciente de cómo unas palabras pueden marcar una vida. Es muy difícil educar a un menor, sobre todo en las primeras etapas de su vida, por eso sería deseable que las familias recibieran ayuda y el profesorado estuviera convenientemente preparado para ello, auspiciado y asesorado en esas competencias.
El sistema es imperfecto, el acceso a la docencia, más aún y, mientras tanto, debatimos mucho sobre cómo generar seguridad en la función pública, pero poco de cómo los procesos selectivos, al menos en el sistema educativo, no sirven para escoger a los mejores, o de las necesidades de los centros para afrontar problemas cada vez más acuciantes.
No culpo a esa profesora de su mala decisión, estoy segura de que no estaba preparada para afrontar una situación así, tampoco culpo a mis compañeros, que rieron a carcajadas al verme correr, solo creo que hay que ser conscientes de ello y actuar en consecuencia. Sin duda, este caso es una simple anécdota comparado con otros que se dan a diario en los centros escolares, en la calle y en las redes sociales.
Precisamente, pocos años más tarde, en un caso muy cercano de acoso escolar, la respuesta del centro fue igual o peor que la de esa profesora que mi hizo correr. Su modo de actuar incrementó la violencia psicológica hacia esa persona. La madre de la cabecilla del grupo gestionó aún peor la situación tratando de machacar a la víctima y a las personas que trataban de defenderla.
En un tiempo en el que preocupa más a algunos el acoso a la remolacha que lo que ocurre en las aulas, es difícil que se den decisiones importantes sobre lo que realmente construye la vida. Es difícil que se abran debates que necesitan del consenso, de la unión y de la concurrencia general. Sí, es necesario que los padres y las madres sepan como actuar en casos así, tanto los de la víctima como los del verdugo, y para ello en la mayoría de la ocasiones necesitan ayuda porque nadie está preparado para ello. Sí, es necesario un cuerpo docente que tenga las herramientas, los conocimientos, el apoyo y el personal cualificado necesario de apoyo para afrontar situaciones de este tipo. Solo así evitaremos que esos niños y niñas sean las personas que nunca debieron ser y sufran lo que nunca debieron sufrir.