
Mas incluso esto también ha cambiado. El Diablo de la libertad personal ha modificado su rostro desde que Kolakowski pronunciara su alegato metafísico. A este nuevo 'mal necesario'- que nace como libertad de mercado y deviene totalitarismo financiero a través del anarco-capitalismo contemporáneo- se le comienzan por ofrendar pequeñas cosas, y se le termina por sacrificar países enteros, que atados en torno a una deuda insostenible y abstracta, día a día van sumiendo a la población en la desesperanza, en la pobreza, en la falta de futuro y horizonte. La 'inquietud' diabólica ya ha desaparecido aquí; ahora solo resta el reinado sin oposición del Capital, que arrasa la tierra con sus nuevos y sofisticados aparatos de exterminio. Apenas acostumbrados a la nueva y única autoridad mundial, el antiguo espectador de aquellos dos mundos en combate se halla confuso; aún es posible agitar el fantasma del comunismo dictatorial y del populismo que nos condena a la pobreza. Y esta publicidad aún hoy funciona, justo donde solo un actor difunde el mal y donde solo un actor crea, recrea y promueve pobreza, injusticia, guerras, a saber: la última mutación del Capital, que no conoce enemigo alguno y que se enorgullece de su poder sobre todos los pueblos de la tierra. El diablo de Kolakowski, un antiguo demonio que introducía la rebeldía, la inquietud como voz, como movimiento, como disenso y heterodoxia creativa ante el pensamiento nivelador del Diamat, ha crecido y se ha convertido en un monstruo insaciable, que sin embargo tiene una ventaja decisiva sobre la antigua situación: no tiene ningún otro poder que le haga frente. Hoy habria que ver el diablo de Kolakowski en otro sitio: justamente en las fronteras en las que el poder monstruoso del Capital se debilita, en los márgenes donde el malestar se recluye y se concentra, casi como los supervivientes de una masacre se recluyen en sus cuevas y conspiran a la luz de una vela; nada hay en el dominio mundial del Capital que recuerde a esa antigua virtud creativa que se enfrenta a la autoridad totalitaria; solo un fantasma propagandístico que utiliza el cadáver de un antiguo enemigo para fortalecer su complicada legitimidad. Con su peculiar talento para fusionar el poder y la ausencia aparente de poder físico, el aparente anonimato y el poder efectivo de intereses concretos y reales, la nueva corporación empresarial mundial se hace maestra en el arte de propagar crímenes y desaparecer de la escena al mismo tiempo. El diablillo se ha convertido en un auténtico Mefistófeles, que no teme llevar a la ruina a Fausto mientras truca todas las cartas del Casino para asegurarse el único objetivo de ganar siempre.
