Es domingo y llueve, y parece que no puede ser. Es domingo y Madrid se aleja, se esconde, se apaga. Es domingo y el azul no existe, y todo el mundo parece caminar de espaldas, los hombros subidos, las cabezas bajas, pegados a los edificios, como huyendo. Todos somos islas, rodeados de agua por todas partes, y yo necesito el barco con tus besos.
Es domingo y llueve, y nos duchamos juntos, jugando a que la lluvia es nuestra. Es domingo y tus ojos brillan, y suena “Diana” de Paul Anka, y me enfado con Fito, porque ya dijo que tienes los ojos del color de la Coca-Cola. Llueve y te busco como a una manta, y me acurruco en tu sonrisa. Nada es tan domingo como el café con leche de tu piel.
Es domingo y tengo que escribir porque llueve, y echo de menos verle en pijama y que me diera los buenos días con la palabra mágica al final. Echo de menos sus ojos medio dormidos y su contacto. Y entonces también llueve por aquí dentro, y escribir es tenerle más cerca, y abrir un paraguas y no andar pegado a la pared que representa su ausencia.
Llueve y necesitas encontrarte con Gene Kelly, y que esta tarde toque una de Errol Flynn. Es domingo y llueve y buscas tu espada de madera, tu caballo de cartón y un par de cartucheras. Y que vengan los grises, y que llueva, y que haya duelos a muerte de falso en el salón. Es domingo y toca blanco y negro, y ver a Ava Gardner descalza como si estuviera por Madrid.
Es domingo. Llueve. Y que.