Hoy es el día; la fecha tatuada en mí, a pesar del silencio, a pesar de los años, a pesar de todos. Cuando una relación termina, necesitas extirpar del pasado las anclas, soltar, dejar ir, aferrarte al presente y cubrir con todas las fuerzas el rumbo del corazón. ¿Y cuándo es “nada” lo que termina? ¿Cuándo eso que era, no existía? ¿Cómo sueltas aquello que nunca fue?
¿Lo amaba? ¿Sí? No es importante. Esa “nada” que nos envolvía dejó imaginarios más profundos que las heridas y las cicatrices. ¿Patético? Lo sé… Para mí, él era, con toda certeza. Miraba al mundo desde mis ojos, y el mundo nos miraba y sabía que ya no éramos dos. Él imaginario entrelazado conmigo. Así es mucho más complicado decir adiós.
Hace mucho de eso, lo sé. Es peor cuando te conviertes en el enemigo, y el pavor de lo no intentado mancha lo que no fue. Como una fruta pasada de olor desagradable, ya sin la careta del amor, deja ver a un hombre simple, que no parece poseer méritos suficientes para arrancarte el corazón y vibrarte el alma.
Así él y yo, así nuestras letras, así el amor.
Hoy es su cumpleaños. No lo he olvidado. Jamás lo olvidaré. Su rostro o su voz ya no es ni sombra; de sus letras sólo queda la esencia, pero no la cadena: Él ya no existe y la pluma lo resiente al garabatear sin intención.
Siempre fuimos certezas.
Y las certezas fueron de duda en duda distorsionando la realidad; como malos espíritus en cuerpos débiles, se apoderaron del alma y no nos dejaron ver lo evidente. Así, él era y con toda certeza, me arrancó el corazón.
Hoy es su cumpleaños.
Yo ya no tengo imaginación para inventarlo, así que sólo se me ocurre levantar mi copa, desinspirada, y sonreírle, como todos los años, cuando apaga las velas de su pastel…
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