Dieciocho trillones cuatrocientos cuarenta y seis mil setecientos cuarenta y cuatro billones setenta y tres mil setecientos nueve millones quinientos cincuenta y un mil seiscientos quince
… Estoy en el andén a la espera del metro y me pregunto si habrá alguien vivo en los vagones que atraviesan la estación, y que poco a poco reducen la velocidad. Subo al último y entre codazos suaves por hacerme un hueco en la lata de zombis mejoro la pregunta, ¿acaso estoy vivo yo? Te cruzas a traición por mi cabeza, pero la cosa no mejora… La cosa nunca mejora. El reflejo de la puerta contra la que me aplasto me enseña el dibujo de la corbata que he elegido, ¿será apropiada? Veo a Fry y a Bender, de Futurama, frente a una Suicide Booth. ¿Pensarán en la conferencia que me río de ellos?, ¿sonreirán tristes, melancólicos, desamparados?, ¿no les diré que reír es la única victoria posible?, ¿no me salva a mí el humor, por muy trágico, absurdo y oscuro que sea? De algo debe servir mi éxito, aunque sea para permitirme excentricidades. ¿Significa el éxito que soy bueno? En lo que hago puede, ahí están mis resultados. En lo otro… ¿qué es lo otro, la bondad y sus derivados? Espera que me parto… pero entero o hecho cachitos ahí siguen mis estadísticas. No son de risa precisamente. Algo significarán, ¿no? De duda en duda y dudo porque siempre toca llego a la parada donde debo bajarme. Salgo del vagón y respiro. Respirar, eso sí que es bueno.
Si en el último momento no me pierdo llegaré puntual. Perderse debería ser un derecho. Es el primer Suicidas Anónimos que montan en la ciudad. Que sepa he rescatado a tres de ellos personalmente, que sepa tú conociste a la madre de una de las chicas que también asistirá. Esa madre fue tu primera baja de la racha de tres que detonó tu ánimo cuando el cáncer llegó y te dejaste marchar sin ofrecer resistencia… No son tan anónimos, ¿verdad? Yo tampoco fui bastante para ti… ¿Te lo he perdonado? Tú eres más fuerte que yo, me decías siempre. Nunca te creí, tampoco hoy. ¿Quién es más cobarde, el que se va o el que se queda? Sé la respuesta conveniente, no la real… ¿Les contaré la leyenda del ajedrez como siempre hago para empezar las charlas? ¿Y si tiro el rey ahora mismo y me doy media vuelta? Y si… Pero he llegado. Un local discreto. Ningún cartel que anuncie algo al estilo, El mejor psicólogo del Departamento Antisuicidas dará hoy una Conferencia Magistral… Estas cosas no se anuncian alegremente, pero mi ego no lo entiende y protesta la injusticia… Respiro hondo. Respirar el momento. Eso sí que es bueno y justo y necesario.
El local se va llenando de caras que trato de no juzgar. Fue lo primero que me enseñaste: juzgar es una debilidad, reducirá tu tasa de éxito. Y ahí la tengo en lo más alto, en el 100%. Las mejores estadísticas de la ciudad, del país, del continente, del jodido mundo. Nadie que haya hablado conmigo en situación de amenaza de suicidio lo hizo finalmente… Al menos no en ese intento, si lo ejecutó en otro no lo contamos. No lo contamos nosotros, ellos sí. Pero en realidad es al revés… Que aclaración mental tan negra… y ahora tan racista, qué asco doy… ¿Cómo es posible que sea capaz de salvarles? ¿Salvarles?, ¿qué ven en mí?, ¿empatía? Pero solo una vez tuve que remangarme, enseñar el brazo y decir, mira, soy como tú, y aquí estoy, vivo, con una tarea que tiene sentido. Era una cría, no recuerdo ni su nombre. Ojalá siga viva y respire y cuente… ¿Se acordará de mí? Cuanto lloramos cuando me abrazó… Como me decía gracias y eres una buena persona, mientras yo me preguntaba si la estaba engañando… Pero las lágrimas eran una certeza. Y bajamos de la azotea felices. Sí, felices, ella fue feliz aunque fuera por un instante. Y yo pensé que era Sísifo, que ella era mi hija, que por un minuto no había piedra y que todo merecía la pena… Desde luego no fue como el minuto en el que me dijiste me voy, me rindo a la enfermedad. Y yo te confesé que te quería, y tú me contestaste que siempre lo supiste, y nos dimos un abrazo, pero ni siquiera entonces me atreví a besarte. Éramos compañeros, profesionales ejemplares, tú además eras leal a tu marido… Y yo un verdadero idiota. Y… y… y…
Y buenos días, digo cuando se cierra la puerta y todo el mundo se acomoda en la silla, o lo intenta, porque poca comodidad detecto en sus caras. Lo que sí advierto son posos de esperanza, piensan que les voy a abrir los ojos, a quitarles las legañas de sus ganas de morirse. Me besarían los pies si se lo pidiera. Son veinte almas para mí solo. No creo que Dios tenga hoy día muchas más almas rezando por Él… Pero que le den a Dios. ¿El mejor de los mundos posibles? Venga ya, cualquier diosecillo borracho, sordo, mudo y ciego lo habría hecho mejor… Basta, me pierdo en mis delirios y necesito centrarme. Me miran impacientes. Y me escuchan, están en mis manos y me toca no decepcionarles. Este es mi privilegio y mi condena.
¿Conocéis la leyenda del ajedrez y el trigo? Les pregunto a bocajarro sin presentación ninguna. Una mujer asiente tímida, otros niegan, la mayoría ni se inmuta. La rueda se ha puesto en marcha y por unos minutos sé lo que tengo que hacer ¿Qué más se puede pedir? Cuenta la leyenda que un rey indio llamado Sheram se mostraba desconsolado por la muerte de su hijo. Un día, un tal Sissa se presentó en la corte y pidió audiencia. En ella le dijo al rey que conocía un juego que le devolvería en parte la paz de su espíritu. El rey, escéptico, pero sin nada que perder, dejó que Sissa le mostrase un ajedrez y le enseñase a jugar. Pronto Sheram quedó tan maravillado por el juego que prometió a Sissa la recompensa que eligiera. Entonces Sissa hizo algo muy extraño, pidió que le entregasen un grano de trigo por la primera casilla del tablero de ajedrez, dos por la segunda, cuatro por la tercera, ocho por la cuarta… Basta, le cortaría el rey Sheram, lo entendí y te recompensaré como pides, aunque debes saber que me siento insultado por tan indigna recompensa… Pero resultó no ser tan indigna, porque el cálculo matemático demostró que no había suficientes granos de trigo en el reino, que ni siquiera los habría en todos los graneros de la Tierra, que se necesitarían reunir las cosechas mundiales de más de mil años para acercarse a tan ingente cifra. Una cifra que os voy a ahorrar a cambio de pediros un pequeño ejercicio de imaginación… Cambiad cada uno de esos granos de trigo por las dudas y las preguntas que os hacéis cada día, a cada paso, en cada latido. Podéis hacerlo ¿verdad? Sé que vuestro tablero de la vida está saturado, que apenas encontráis hueco para moveros a la casilla siguiente, para respirar… Pues bien, vamos a ver si encontramos hoy alguna jugada que tal vez no sea maestra, o tal vez sí, ¿quién sabe?, pero que en cualquier caso os sirva para encontrar un poco de aire cargado de sentido…
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