Revista Ciencia

De esas cosas bellas

Por Carlos Carlos L, Marco Ortega @carlosmarco22
De esas cosas bellasDe esas cosas bellas

De esas cosas bellas que me dan la fuerza, de esas cosas bellas que me conectan, de esas cosas bellas que sé dónde están...aunque no se vean.

Me encanta observar y no, no es que sea una mirona, es que me encanta observar a las personas, me gusta mirarlas, "entrever" y sentir sus historias, ver su esencia.

No me importa estar en el aeropuerto unas horas y ver su tránsito, sus llegadas, sus salidas, me encanta ver los reencuentros y también las despedidas sentidas, hay quien va solo pero le sientes acompañado, hay quien va acompañado pero le sientes solo. Ves las complicidades, las tensiones, las risas, los llantos. Ilusionados unos ante un viaje deseado, incómodos otros porque aunque "tengan que" no les gusta eso de volar o, el destino al que van. Adormecidos los del primer puente aéreo. Agotados los que llegan en el último vuelo, hayan ido en primera o no. Un aeropuerto es un verdadero catálogo de emociones, lo ves en su caminar, en su hacer, en sus ojos... sobre todo en su mirar... penetrante en unos, opaco en otros.

Igual cuando paseas por una calle en cualquier lugar del mundo, se puede sentir la misma danza.

Igual cuando la naturaleza es la que te rodea, se puede sentir la misma melodía, unas veces suave y armónica. Abrupta y tormentosa otras, siempre viva.

Soy afortunada y he podido visitar unos cuantos rincones del mundo tan variopintos como Manhattan, El lago Inle (Myanmar), el desierto del Wadi Rum, La Habana o Moscú. Cuando viajo me encanta mezclarme en el día a día de donde sea que esté y observar, visitar los mercados, las calles no turísticas, los pueblos perdidos, escuelas, alguna residencia de mayores, sus lugares de oración... Si he tenido ocasión, me he sumado a alguna celebración, he visitado sus hogares...les he conocido mejor. No tengo nada en contra de los museos, ni de los restos arqueológicos, palacios o exposiciones. Me gusta saber de la historia, de los antecedentes, de sus ancestros y costumbres, siempre y cuando se les ponga vida, cuando pueda imaginarme quienes estaban, por qué pintarían, cómo vivían, que estarían sintiendo, lo que la obra transmite desde aquellos tiempos hacia éstos.

Recuerdo recorrer el Foro Romano, oyendo el sonido de los cascos de los caballos contra la piedra, de los herreros moldeando sus piezas, oliendo a tortas de trigo recién hechas, a vino y a aceite de oliva, a lo lejos el barullo del mercado, casi imperceptible... su música y...también el olor a sangre.

Recuerdo sentir el dolor de los esclavos inacabados de Miguel Angel queriendo separar el alma del cuerpo enclaustrado.

Recuerdo sentir angustia, incluso miedo, recorriendo el monumento al Holocausto de Berlín...faltaba el aire, aunque esté al aire.

Recuerdo el rojo intenso del acabar del día en el Wadi Rum, cuando todo se silencia, todo duerme y las estrellas te hablan de la infinidad, te recuerdan que es de día en otro lugar, que la Tierra jamás se silencia, que no sabemos más allá y parece que hasta te invitaran a averiguar al acercarse cada segundo un poco más.

La mirada pura, cristalina, cuasi infinita de los monjes budistas.

El abrazo de una madre de significado universal.

El silbido mágico de las ramas de la Fageda.

La mirada unísona de los enamorados.

La caricia sedosa del mar a la arena.

El fluir de la sangre en las venas.

El latido del corazón.

Transpiración.

Conectividad.

Avatar.

Es en esos momentos, en cualquier rincón del mundo, cuando observo y siento todas esas cosas bellas, esas esencias auténticas; cuando siento los millones de matices de emociones que somos las personas y sus conexiones con sus presentes, sus pasados, sus infinidades. Cuando siento la fuerza que somos, cuando siento que somos parte de esa naturaleza... de ese todo... sincronicidad... Es entonces que me invade la emoción de un gran placer, un placer agudo, intenso, profundo, denso. Quizás sea felicidad, no lo sé.

Seguramente el nombre de igual, lo importante es que siento que esas cosas bellas son las que nos conectan, de las que nos podemos alimentar haciendo posible cualquier cosa desde ese lugar. Sólo nos tenemos que atrever a entrar, sentir y observar.

Me gusta observar y no, no es que sea una mirona, es que me encanta su sabor!

Un abrazo!

Fuente: Mayeutika.

C. Marco


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