Ante los nacionalistas catalanes que quieren mostrarse al mundo como creadores de una civilización superior a la del resto de España, comparable a la escocesa, reconozcamos que tienen alguna razón: su figura más señera de entre los siglos XIX y XX, el arquitecto Antoni Gaudí, tuvo antecedentes y consecuentes escoceses.
Porque lo mejor de Gaudí se inspiró en la Escuela de Glasgow de Mackintosh, que aunque más joven que él fue el creador más influyente entresiglos, y además murió atropellado por un tranvía, heredero del caballo de vapor inventado por el también escocés James Watt.
En Escocia nacieron muchos de los genios británicos, pero su mayoría marchó a Inglaterra, donde usó la lengua inglesa y nunca la bretona o la gaélica, los idiomas escoceses sin influencia latina.
Nuestro progreso es hijo de Escocia, donde nació el liberalismo, la ilustración y la revolución industrial, ya en el XVII, con Adam Smith, Hume y tantas otras grandes figuras.
Escoceses eran los creadores de la bicicleta, Dunlop el de los neumáticos, o Fleming, que nos salvó a todos la vida con su penicilina.
Y Robert Louis Stevenson, que nos llevó a la Isla del Tesoro y nos fascinó con el Dr. Jeckill y Mr. Hyde. Y hasta el londinense Sherlock Holmes era obra del escocés Conan Doyle.
Cataluña no dio ni un personaje comparable, y quizás por eso sus nacionalistas se apropian de los creadores de otras regiones, empezando por Cervantes, pero, qué decepción, ni uno de los ocho premios Nobel españoles es catalán.
Aunque, reconozcámoslo: el siglo XX catalán, además de Gaudí, dio dos genios, el escritor Josep Plá y el pintor Salvador Dalí, pero ambos franquistas, como los burgueses de allí hasta que se disfrazaron de independentistas para recibir contratos pujolianos.
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SALAS, con el gemelo del Ecce Homo de Borja y otros patriotas.