Marte, el planeta rojo, sigue acaparando la atención de los científicos por hallar rastros de vida fuera de nuestro mundo. Ya no es la NASA ni los rusos los únicos capaces de enviar sondas exploratorias a otros planetas, como hasta hace poco, sino que otras agencias y otros países se han sumado al esfuerzo, tras desarrollar la tecnología necesaria, de construir y lanzar al espacio vehículos o naves automáticas que sondean nuestro entorno sideral. El último cohete en partir hacia búsqueda de esos vestigios de vida extraterrestre lo ha lanzado la Agencia Espacial Europea (ESA, en sus siglas en inglés), el pasado lunes 14 de marzo, desde el cosmódromo de Baikonur (Rusia), transportando la sonda europea ExoMars, con la misión de explorar el planeta Marte.
Esta sonda, de 4332 kilogramos, está formada por un módulo orbitador TGO (Trace Gas Orbiter) y una cápsula que descenderá a la superficie del planeta, (Schiaparelli), construidos ambos elementos para ESA por empresas francesas e italianas, respectivamente. Portan innumerables instrumentos para analizar la atmósfera marciana e identificar el origen del gas metano detectado en ella, y verificar mediante sensores y cámaras fotográficas el descenso y aterrizaje de la cápsula en la zona escogida, cerca, por cierto, de donde se halla el vehículo Opportunity de la NASA. El impulsor que ha elevado la sonda hasta la órbita desde la que emprenderá rumbo al planeta rojo ha sido un cohete ruso, modelo Protón-M, el lanzador más potente en servicio y de amplia experiencia en la astronáutica rusa. La nave, con el módulo y la cápsula, deberán alcanzar Marte en octubre próximo, si no se produce ningún fallo. Se trata de la segunda misión europea con destino al planeta rojo y la primera que Europa emprende en colaboración con Rusia para la investigación del vecino planeta y que forma parte de un proyecto ambicioso que contempla el envío de otra nave, en 2018, con el objetivo de situar un robot (rover) sobre la superficie de aquel planeta.
De esta manera, mientras Europa cierra, por un lado, las puertas a refugiados procedentes de los conflictos que rodean al continente aquí en la Tierra, por el otro, abre las claraboyas al espacio en busca de conocimientos que aclaren nuestro origen y el lugar que ocupamos en el Universo. Egoísmo y curiosidad que explican el comportamiento en un rincón del mundo, capaz de negar el acceso a sus vecinos que huyen de la miseria y la muerte y, simultáneamente, emprender proyectos cósmicos que satisfagan la inquietud científica, tecnológica e industrial que el raciocinio más instrumental hace posible. Acaso esas dos actitudes aparentemente contradictorias, como caras de una misma moneda, sean las que han ubicado al ser humano en la cúspide de la escala animal: movido por el egoísmo no ceja en la búsqueda de nuevos recursos, territorios o conocimientos que permitan su supervivencia.
En competición con otras potencias, Europa se lanza ahora hacia la “conquista” de Marte, invirtiendo recursos económicos que revierten en aplicaciones técnicas, avances científicos y desarrollo industrial que convierten a esta zona del globo en un lugar destacado entre las regiones más desarrolladas del mundo, posibilitando una actividad económica y comercial de primera magnitud. Cabría esperar que el mismo ingenio y recursos se inviertan en socorrer y acoger a los que acuden a nuestras fronteras solicitando protección y ayuda. Europa puede ir hacia Marte, faltaría más, pero sin huir de su responsabilidad con la solidaridad hacia otros pueblos del planeta Tierra.