Quedan ya pocas personas que recuerden la violencia ambiental provocada por las ideologías redentoras --socialismo radical, comunismo, fascismo y militarismo--, que condujeron a la guerra civil española.
En los años 1970 esas personas, acercándose a la vejez, evocaron el origen de los males que conocieron ante los jóvenes políticos de entonces y los orientaron hacia una Transición de concordia, sin pasiones agresivas.
Así se creó una Constitución capaz de satisfacer a las antiguas dos Españas, y que mantuvo la avenencia con la casi única excepción del terrorismo de ETA.
Hasta que llegó Rodríguez Zapatero, que volvió a la dialéctica guerracivilista de los bandos; se presentó como rojo perdedor con un abuelo fusilado por Franco, aun cuando su otro abuelo era franquista, y resucitó los peores recuerdos de los descendientes de los perdedores.
Aquel caldo de cultivo trajo consigo el renacer del revanchismo, las ansias de venganza de quienes, como Zapatero, seguramente tienen también sangre de franquistas.
Con ellos vuelve una violencia ambiental a la que solamente la faltan las pistolas que ensangrentaban durante la II República las calles españolas.
Gentes exaltadas, unas dirigiendo y otras obedeciendo devotamente al Líder. Son nuevos mesías salvadores de los oprimidos, que han comenzado a repartir intolerancia y brutalidad, incluso en las universidades.
Pero, obsérvese, su razonamiento es más fascista que comunista. Podemos huye de la lucha de clases marxista, y va contra las élites, contra los de arriba, contra los triunfadores por méritos propios, contra los partidos democráticos. Atentos, porque esa es la dialéctica falangista.
Días atrás sus exaltados Guerrilleros de Cristo Rey, con forma de Guerrilleros de Pablo Rey, persiguieron cargados de odio infinito, y no lo agredieron porque no se expuso, al izquierdista español más importante del siglo XX, Felipe González.
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SALAS