He de reconocer que aún conviven en el armario de los Trastos las camisetas de interior con los pantalones cortos. Aún no me he puesto a separar la ropa por temporadas porque eso implica apartar, por un lado, la ropa del Mayor que le podría valer al Mediano y, por otro lado, la ropa del Mayor que, por ser grande, quizá le valga el verano que viene al propio Mayor. Lo mismo me toca hacer con la ropa del Mediano, pero pensando en el Peque. Me da pereza.
Así que lo voy viendo sobre la marcha. Cada vez que saco ropa del invierno pasado, empiezo a vestir al Mayor. Le pruebo el jersey o la camiseta de manga larga o el pantalón largo de turno. Si le queda bien, con eso que se queda. Si es algo corto, lo aparto. Llamo al Mediano y empiezo a vestirle con la ropa que no le vale al Mayor. Si aún le queda grande, pasa a la zona de cuarentena, esperando al año que viene. Si le queda bien, se lo dejo puesto.
Normalmente la cosa es sencilla y, si no tengo que cambiar de opción, no suele haber “no quiero ponerme eso”. Está claro que a los hombres eso de probarse ropa no les gusta desde bien pequeños. A mí me lo dejan claro cada vez que surge la ocasión.
Pero a veces, el Mayor o el Mediano tiene que ceder a su hermano inmediatamente más pequeño una camiseta o chaqueta a la que le tienen especial cariño. Y ahí empieza la batalla. El pistoletazo de salida suele venir marcado por la frase “¡eh! ¡Que eso es mío!”, a lo que sigue por mi parte un “pero es que a ti te está pequeño y ya no te cabe”. Seguidamente, mis hijos (que han heredado la cabezonería de su padre) replican con un “¡¡¡Sí que me vale!!! ¡Mira!” seguido de un por mis cojones que me entra que se traduce (no es que digan dichas palabras, para alegría de mis oídos) en un baile un tanto gracioso mientras intentan ponerse la camiseta donde, efectivamente, ya no caben el cuerpo y los brazos a la vez.
Bueno, pues llegados a este punto donde parece que va a estallar o la camiseta dichosa o el cuerpecillo del niño, se abren dos opciones. La más lógica es aquella en donde el niño se da cuenta de que mamá (o sea, servidora) tenía razón y es hora de desatascarse de la camiseta y cederla al que viene detrás. Y la más cabezota que consiste en pasearse por la casa, respirado a duras penas, y jurando y perjurando que la camiseta le queda estupendamente. En ambos casos, me toca ir a por el calzador para sacar la camiseta. Añadidle a esto una llave de judo si me ha tocado la opción más cabezota.
Pues esta segunda opción, punto por punto aquí relatado, pasó hace dos fines de semana con la camiseta de Mario Bross del Mayor. El año pasado se la puso tantas veces que aún no sé cómo conserva su color azul marino y no ha mutado en un precioso azul añil. La he lavado tantas veces que aún me sorprende que Mario conserve la gorra y no se la haya tragado la lavadora.
Ahora ha pasado a ser el tessssoro del Mediano y miedo me da cuando a éste le toque cederla al Peque. Igual que temo al invierno que viene cuando el Mayor tenga que deshacerse de la chaqueta de dinosaurios que tanto le gusta para alegría del Mediano o éste tenga que dejar de ponerse la camiseta del pato Donald y se la vea puesta al Peque.
CONTRAS:
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Básicamente, el que más estrena ropa de la casa es el Mayor. A los otros dos les toca heredar. Bueno, eso es ahora porque como el Mayor nació en primavera y el Mediano en otoño, han pasado varios años en los que el Mediano también estrenaba un montón de ropa. Así que el heredador por excelencia en casa es el Peque.
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Los adultos también tenemos prendas a las que les tenemos un especial cariño. Tanto es así que yo aún me pongo una rebeca hecha a mano por mi abuela por muchas pelotillas que le hayan salido. Es duro para un niño ceder su ropa a otro. Si además ese otro vive en la misma casa y exhibe la prenda en cuestión como un trofeo, imaginaos.
PROS:
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La parte buena de heredar es que al Mediano y al Peque nunca les faltará ropa. No como al Mayor, que en cuanto hay cambio de temperaturas nos toca salir pitando a la tienda porque no tiene nada que ponerse.
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Y ya que estamos de compras para el Mayor, he de decir que siempre cojo algo para los otros dos, aunque sólo sea una camiseta, porque también me gusta que estrenen su propia ropa.
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Igual que tienen que deshacerse de la ropa que les gusta, también tienen que deshacerse de la que les gusta menos. En este caso poco frecuente, el discurso cambia de un “que no, mamá, que no le queda bien” a un “que no, mamá, que no le está grande, mírale, la camiseta le queda bien”.
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La suerte de que sean tres niños (y no haya ninguna niña) es que absolutamente toda la ropa es objeto de herencia. Si coincide la talla y la estación, no hay más que hablar. Y digo esto porque a veces al Mediano le vale ropa del Mayor, pero es ropa de verano y estamos en invierno (o viceversa) y entonces hay que salir a comprarle ropa apropiada a él también.
La verdad es que me da pena que tengan que renunciar a la ropa que le tienen especial cariño. Como he dicho, es algo que también nos pasa a los adultos. De momento, no me había planteado qué hacer con ella porque a la cola siempre estaba el Peque. Pero éste ya tiene año y medio y va dejando tras de sí una estela de ropa que ya no le vale. Tengo claro que la voy a dar, pero la idea de perder según qué camisetas me fastidiaba, la verdad. Entonces vi en Pinterest una idea genial.
Consiste en hacer una colcha con camisetas. Y ahí vi el cielo abierto. He decidido guardar sólo las camisetas que tienen un significado especial (como las que compramos en la playa o las que les trajeron mis suegros de su último viaje o las que les compró mi madre en el pueblo o la de dinosaurios o de Mario Bross) para hacerles a cada uno, dentro de unos años, su propia colcha con sus propias camisetas. Así que desde hace poco he empezado a marcar cada camiseta con la inicial del Trasto al que perteneció originalmente. Cuando tenga las suficientes, le haré una colcha (si por fin he conseguido comprarme una máquina de coser y aprender a usarlar) o mandaré que les haga alguien que sepa. Así podrán disfrutar siempre de sus amadas camisetas aunque hayan tenido que compartirlas algún tiempo con sus hermanos.