Revista Literatura
Si de la historia del Titanic, que acabó como acabó, se rodó una película que durante años ha ostentado todos los record fílmicos imaginables, no me cabe duda que de la pérdida, descubrimiento y rescate de los 12 niños tailandeses van a caer libros, series y películas, y hasta puede que un cómic, que esta historia en viñetas puede quedar la mar de chula. Yo la película la veo dirigida por James Cameron, con el peligro de que acabemos hartándonos de tanto submarino, o por Bayona, que de agua y de efectos especiales entiende un rato o por David Fincher, que seguro le encuentra un lado oscuro al entrenador. La ruede quien la ruede, se tratará de una película heroica, marcada por la épica de estos 12 pequeños jabatos que durante casi tres semanas nos han dejado sin aliento. Probablemente, todos los días hay gestas más heroicas en el mundo, mas trascendentales, más necesarias y humanitarias, pero la gran diferencia estriba en que ésta nos la han contado en directo, nos la sabemos de memoria. Los héroes, con una cámara al lado, son más héroes, y si no que se lo pregunten a nuestro Rafa Nadal, en su ya mítica exhibición ante Del Potro. Nos salpicó su sudor y sentimos la humedad de su camiseta, como la sintió esa sonriente señora sobre la que cayó en un intento por salvar un punto imposible. La atracción por lo imposible, o la ruptura de lo cotidiano, da igual, nos atrae lo diferente, lo no habitual, aunque nosotros nos refugiemos en lo habitual, en lo cotidiano, por simple comodidad. No es comodidad, es miedo, y usted lo sabe perfectamente. Regreso a los jabatos tailandeses, los ojos se me llenaron de lágrimas cuando por fin los rescataron de las entrañas de Tham Luang, esa cueva con nombre de plato en restaurante asiático caro, porque los restaurantes asiáticos, a diferencia de los restaurantes chinos, que son los de toda la vida, con sus rollitos primavera y su cerdo agridulce, son caros, porque, entre otros motivos, se curran los nombres. Tráeme un Tham Luang, eso queda bien, y hasta podemos imaginarnos el plato, con su salsa colorista, tono carmín laca de uñas, y sus algas y demás. La Juve tiene un nuevo héroe, el que lo fue del Real Madrid durante las últimas 9 temporadas y 451 goles, que se dice pronto. Divida. Y sí, defraudador de impuestos, maleducado, egocéntrico, a ratos impresentable, hortera y hasta dos docenas de adjetivos más le caben, sin duda, pero seguramente no vuelva a ver a un jugador de ese calibre, tan legendario, tan inmenso en mi equipo. Hablamos de fútbol, ojo, del jugador, que nos pasaría lo mismo con otros héroes/genios de cualquier disciplina. Mejor no conocer las tripas de Picasso, Cervantes o Juan Ramón, vaya que nos topemos con un Harvey Keitel o con yo qué sé quién, qué miedo. Margaret Atwood, ahora célebre por su Cuento de la criada, esa distopía que no es tan distópica, más o menos sentenció: Querer conocer a un escritor porque te gustó su libro es como querer conocer a un pato porque te gustó su hígado. Pues eso, qué más decir cuando está tan bien dicho. Y eso que he degustado alguno de Canard que me han entrado ganas de sacar a bailar al pato. Hígado graso a base de goles y más goles, el competidor perfecto, la permanente ambición. Hasta siempre, Bicho. Faltó que el rescate de los jabatos tailandeses coincidiera con el prime time de la CNN para que ya hubiera sido la gran gesta global de la época moderna. Y es que necesitamos héroes, heroínas, personas que no escriban en los mismos renglones que nosotros, y que lo hagan, además, con otra letra, y que nos cuenten otras cosas, que las nuestras ya nos las sabemos y conocemos hasta el aburrimiento. Sigo dándole vueltas al posible director para la película, y Alberto Rodríguez también lo haría muy bien, con guión de Rafael Cobos, por supuesto, porque contaría con esa épica salvaje y esencial de los personajes dePeckinpah, Sam para los amigos, que tan bien han digerido los cineastas sevillanos. Ese héroe que llevamos dentro y que, como el airbag, solo exteriorizamos en las situaciones extremas, y a veces hay vidas sin situaciones extremas. Aunque vivir, sea del modo que sea, en caja fuerte o a la intemperie, siempre tiene algo de extremo. Al final, como cantaba el bueno de Bowie, todos podemos ser héroes, aunque solo sea un segundo y no haya delfines en el mar.